23 de ABRIL . DIA MUNDIAL del LIBRO

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Recogemos en este día mundial del libro, un interesante artículo de Mayor Zaragoza: LIBRO: DEFENSA de NUESTRA IDENTIDAD CULTURAL y de NUESTRAS LENGUAS. Donde dice: ´Tenemos que convertirnos en la voz de la gente silenciada. Pedirles qué quieren que digamos en su nombre. Ser la voz que denuncie, que proclame que el hombre no está en venta, que no forma parte del mercado. Ser la voz que llegue fuerte y alto a todos los rincones de la Tierra´.


El LIBRO: DEFENSA de NUESTRA IDENTIDAD CULTURAL y de NUESTRAS LENGUAS

Antonio de Sancha llegó a la edición por el camino de librero, encuadernador e impresor. Tuvo especial mimo por el libro, porque desde el principio lo vio en sus diferentes dimensiones y editó obras de extraordinario valor como los Poemas de Berceo o el Cantar de Mío Cid.

El premio consiste en una paloma, imagen de paz, con las alas desplegadas sobre un libro que simboliza la libertad, en particular la libertad de expresión. A la Organización Intelectual de las Naciones Unidas se le dio como misión, en expresión del poeta norteamericano Archibald MacLeish, construir la paz en la mente de los hombres porque allí es donde se originan la violencia y la guerra. Construir la paz a través de la educación, de la ciencia y de la capacidad de todas las personas para decidir por sí mismas, que en esto consiste la educación; construir la paz defendiendo, por la cultura, por la salvaguarda de la diversidad, la unicidad de cada ser humano, único social y culturalmente, en cada momento de su vida; construir la paz, misión difícil, ¿imposible?, fomentando los ideales democráticos de justicia, libertad, igualdad y solidaridad. «Solidaridad intelectual y moral», como reza la Constitución de la UNESCO. La Carta de las Naciones Unidas comienza diciendo: «Nosotros los pueblos (¡no los estados!) hemos decidido evitar a nuestros descendientes el horror de la guerra». Por otra parte, el artículo primero de la Constitución de la UNESCO garantiza la libre circulación de las ideas por la palabra, y por la imagen. Con la libertad de expresión, la ley se vuelve justa. A mí me da mucho miedo cuando se dice: «En este país existe el imperio de la ley». ¿Es que no había imperio de la ley cuando Adolf Hitler escribió, en Mi lucha, que la raza aria era incompatible con la judía? La legalidad se hace justicia por la libertad de expresión.

Quería decir todo cuanto antecede para que comprendan hasta qué punto aprecio el valor de esta escultura, de este premio Antonio de Sancha con el que hoy se me distingue, no sé si merecida o inmerecidamente. Ustedes conocen sin duda la anécdota de Alfonso XIII y don Miguel de Unamuno: «Majestad, le agradezco esta distinción que tanto merezco, dijo don Miguel. El Rey le contesta, sorprendido: «¡Qué sinceridad la suya! Es la primera vez que alguien me dice que merece la condecoración que le impongo. Todos manifiestan que es un honor inmerecido». Y, rápido, don Miguel: «¡También son sinceros, majestad, también son sinceros!». Queda pues claro que lo mejor es no entrar en saber si merezco este premio. Lo que es cierto es que se lo agradezco profundamente a los distinguidísimos miembros del jurado que decidieron otorgármelo.

Este lugar es muy emotivo para mí, me es familiar desde hace muchos años. Hice cuanto pude, desde distintos cargos, a favor de la Real Academia de Bellas Artes. También existen evocaciones personales: recuerdo cuando su director era Federico Sopeña y, cuando, nombrado Académico de Honor, me referí al patrimonio intangible, inmaterial, espiritual. ¡Estamos tan pendientes siempre de lo que se ve! Todo el mundo conoce y aprecia la labor de salvaguarda de los monumentos de piedra. Pero la piedra puede esperar. Lleva muchos siglos soportando inclemencias. Sin embargo, el perfil de nuestra cultura, de nuestra diversidad cultural, esta riqueza fantástica, puede ir desapareciendo. Cultura y creadores. La capacidad desmesurada de crear es distintiva de todos los seres humanos. Como bioquímico sé que podemos predecir el comportamiento de todos los seres vivos: se trata de relaciones de complementariedad espacial de unas moléculas. Es el «lenguaje de la vida», que nos permite saber cómo van a comportarse los seres vivos. Salvo uno, que es una excepción: el ser humano, dotado de esta capacidad fantástica, anclada en unas estructuras temporales, capaz de crear, de imaginar, de inventar, de pensar.

Pues bien: éste es el gran papel de la cultura, de estos intangibles, de lo que no se ve, de lo inmaterial, que ahora todos juntos tenemos que procurar que se «vea» mejor. Tenemos que defender todas las lenguas, todas, porque todas son una maravilla. Cada lengua es un monumento cultural. No debemos fijarnos en las pirámides sólo porque son más grandes; tenemos que fijarnos en lo más valioso, en todo aquello que puede perderse o desteñirse sin que nos demos cuenta. Para ello, no debemos dejarnos seducir por esos vendavales de información anecdótica, sin sentido, que nos asedian por todas partes. Una de las cosas que más me preocupan es que estemos prisioneros, absortos en tantas noticias, tantos incidentes, tantas cosas absurdas. Tenemos que saber localizar las «emisoras» de cuestiones importantes, de cuestiones esenciales. Estamos sumergidos en tantas cosas accidentales y superfluas, que no vemos lo invisible, lo intangible: cada ser humano es el mayor monumento que todos tenemos que conservar, porque posee la maravillosa capacidad de estar.

Deseo aprovechar esta ocasión para hacer un llamamiento, de acuerdo con las asociaciones de maestros del mundo, para la educación artística y el fomento de la creatividad. Hay veces en que, por exceso de formación memorística, no se enseña a pensar, no se despierta esta capacidad, este potencial creativo. Hice este llamamiento en la UNESCO, hace unas semanas, rodeado de artistas, escritores, arquitectos, creadores. Fue un momento muy emocionante porque todos coincidimos en la importancia fundamental del ejercicio intelectual: sólo en la medida en que logremos volver a las que se han llegado a llamar «actividades extraescolares» -y lo digo habiendo sido ministro de Educación y Ciencia- podremos rectificar el rumbo. Tenemos que reivindicar las artes, la creación artística, la creatividad. Comprenderán, por tanto, la significación que tiene que este premio me lo den aquí, porque el libro es el protagonista. Yo lo soy en la medida en que recibo un premio de la Asociación de Editores, pero el libro es hoy, en este espacio emblemático de arte y creatividad, el gran protagonista.

Se dice que estamos en la era de la información generalizada, gracias a formidables instrumentos que, de manera rápida y sencilla, nos permiten acceder a las más diversas fuentes. Con frecuencia oímos -lo que es un gran error- que estamos en la sociedad del conocimiento. No: estamos -una parte privilegiada del mundo- en una sociedad de la información, que se transforma en conocimiento personal a través de la reflexión. Hago esta diferencia con profunda convicción, porque si tuviéramos más gente con respuestas personales -que en esto consiste la educación- entonces el horizonte de la humanidad sería menos sombrío. Las respuestas están dentro de nosotros, no están fuera; las respuestas se originan en estos procesos de reflexión, de meditación. «Pienso, luego existo», exclamó Descartes. Los africanos han añadido: «Siento, luego existo». Tenemos que saber expresar nuestros sentimientos. En esta capacidad de expresar nuestros sentimientos, de pensar, reside la grandeza de unos seres vivos distintos, conscientes, prospectivos. La educación consiste en alcanzar la «soberanía personal», en decir sí o no, o elegir blanco o negro, según nuestra libre elección. Conocemos las distintas opciones y, de acuerdo con nuestra conciencia, nos inclinamos por una de ellas. El fundamentalismo, el extremismo, el sectarismo, el dogmatismo, indican que se está a la escucha de respuestas ajenas. Que actuamos como frágiles marionetas, de próximas o distantes instancias. Y esta enorme confusión es la que lleva a actitudes irreflexivas, porque se ha carecido del proceso de maduración apropiado, porque se ha dispuesto de mucha información pero no se ha transformado en conocimiento, en respuesta personal, en educación. No se han elaborado conocimientos propios.

Si la información no es igual a conocimiento, la sociedad de la información no es la sociedad de la educación y, por ello, a pesar de todas las presiones que pueden imaginarse, convencido de que «pienso, luego existo», cada vez que han pedido que destacara la importancia que tienen los ordenadores, he dicho que son importantísimos y uno de los pilares de la sociedad a la que nos encaminamos, pero he insistido en que la información no es conocimiento, que la información meditada, reflexionada, se incorpora a nuestra capacidad de respuesta y entonces sí que se convierte en conocimiento. Con frecuencia se da la impresión de que es a través de los instrumentos como se descubre y dilucida, de que es a través de los instrumentos como podemos hallar efectos tan beneficiosos para la condición humana como los antibióticos. No es así. Fue Flemming quien, viendo lo que otros también veían, pensó lo que nadie había pensado hasta entonces. El profesor Hans Krebs me dijo un día en el Departamento de Bioquímica de la Universidad de Oxford: «La investigación consiste en ver lo que otros también ven y pensar lo que nadie ha pensado». O sea, pensar de otra manera, desde otros ángulos. Pues bien: hoy tenemos aquí a quienes defienden el libro y la lectura y, de este modo, la reflexión. Al leer un libro podemos volver atrás, releer, interpelar, interpelarnos, disentir, estar de acuerdo… Defender el libro es defender la cultura, la diversidad, que es nuestra riqueza. Pero es también defender unos valores esenciales que son nuestra fuerza, nuestra única fuerza. Unos valores que son los que aglutinan toda esta diversidad sin fin que caracteriza a la especie humana. Cuando me han pedido que estableciera el orden de necesidades del proceso educativo, no he dudado un minuto: primero, la madre; después, el padre; después, el maestro (¡tenemos que rendir homenaje permanente a los maestros!, porque todo depende finalmente de la escuela y de los centros docentes que dan forma a la personalidad, a las capacidades de sus alumnos, que forjan sus aptitudes); después, el libro; y, después, el ordenador.

Este orden no ha gustado a quienes están muy interesados en que se recomiende un ordenador para cada alumno. Planta libros y recogerás gente educada, gente que tiene sus propias respuestas. También he destacado la conveniencia del plurilingüismo. Hoy, en la aldea global, nos damos cuenta de la enorme carencia que representa una sola lengua. Tenemos que aceptar que exista una lengua que se utilice mucho en tecnología, en ciencia, en bioquímica…pero a condición de que los sistemas interactivos de telecomunicación reflejen como un espejo la realidad. Y para que la reflejen, tenemos que invertir en cultura, en diversidad cultural. Estamos invirtiendo en la fuerza en vez de en la razón, en mecanismos de telecomunicación, pero poco en el libro y la lectura. Hay que ver el cuadro en su conjunto. Haría falta deplazarse y conocer de cerca la vida real, para darnos cuenta de que Europa y la civilización occidental no son sino una parte -muy importante, es cierto- del mapa cultural de la humanidad. A menudo se dice que los países «pobres» necesitan alfabetización y educación básica, cuando lo que necesitan estos países es que les demos una mano, porque se lo debemos. Y la mejor ayuda es educación para todos a lo largo de toda la vida. Una de las grandes campañas que tienen que patrocinar los editores es que haya cada vez más personas que tengan acceso al libro.

Quiero terminar estos comentarios diciéndoles que creo sinceramente que la única manera de enderezar las presentes tendencias «mercantilistas» es reforzando la fuerza indomable del espíritu, humanizando la humanidad. Frente a la homogeneización, la uniformización y la gregarización, la diversidad creativa. No podemos aceptar que sea el mercado el que nos guíe. No hay mercado, hay mercaderes y, por tanto, intereses. A nosotros nos corresponde fijar los límites entre la transacción comercial lícita y la indeseable y abusiva intromisión del consumo en nuestros hábitos, en nuestras costumbres, en nuestros deseos, en nuestros sueños. A nosotros nos corresponde saber compartir mejor, y evitar las enormes asimetrías que, poco a poco, cercenan la integridad personal y comunitaria, la capacidad de reacción, de participación, de plena ciudadanía. «Verba volent»: las palabras vuelan. «Lo escrito, escrito está», contestó Poncio Pilatos… Tenemos que fomentar la lectura y la escritura, porque leer lo que otros han escrito y escribir lo que nosotros pensamos es una manera de comprometerse. Hoy necesitamos compromisos y necesitamos, en consecuencia, favorecer que se escriba aquello que se piensa, aquello que se siente, particularmente cuando nos amenaza el «homo virtualis unilingüe».No: no queremos al hombre «virtualis» o «digitalis», queremos al homo sapiens sapiens, plurilingüe, diverso, único.

Hace unas semansa, he publicado este libro, Un mundo nuevo, que constituye un resumen de mi propuesta de principios de siglo y de milenio frente a los grandes desafíos de nuestro tiempo. Creo que la solución se halla en el establecimiento de cuatro nuevos contratos, para los que se requiere una visión a largo plazo y una gran voluntad política: un nuevo contrato social, un nuevo contrato medioambiental o natural, un contrato cultural, y un contrato moral o ético. Todos ellos confluyen en un gran plan global de desarrollo endógeno, de cada país, de cada persona. Hay quienes piensan que la fuerza de un país seguirá reflejándose en su poder militar, en su superficie, en su población. Se equivocan. El futuro pertenece a los que más sepan, a los que utilicen los fantásticos instrumentos que la tecnología pone a nuestra disposición para mejor seguir los rumbos que ellos han establecido. ¡La fuerza de la cultura!¡La fuerza de la diversidad de todas las culturas que integran Europa! Todas ellas, en una gran alianza que esté a la altura de las que se establecen en tantos otros ámbitos. No puedo imaginar a los pueblos europeos unidos alrededor de una moneda. Podrán integrarse, en un apretado haz, en el intercambio de sus riquísimas culturas. Yo sé, como catalán, que el dinero nunca une. El dinero divide. Sé el rápido declive histórico de los fenicios. Sé la permanencia y fecundidad del helenismo.

En el libro que comento, al final de cada capítulo, hay propuestas de acción, las soluciones que hoy podemos entrever para hacer frente a las situaciones descritas. Y es que estoy convencido de que los intelectuales tenemos que ayudar a los gobiernos, a los decisores, para que adopten medidas que puedan vencer la inercia, recorrer otra vez los mismos caminos, los círculos viciosos, los senderos trillados. Creo en la democracia genuina, en aquélla en que los ciudadanos participan. La democracia en que los parlamentos, los municipios, los medios de comunicación, representan la voz de los que todavía no la tienen. No cabe duda de que los parlamentos deberían debatir las cuestiones esenciales. Hay muchos aspectos que son, por su propia naturaleza, de índole supra-partido político. Igual que otros son de naturaleza supra-nacional, y deben abordarse a escala internacional, en el seno de las Naciones Unidas.

Hay que educar de otra manera. Habrá que invertir, para ello, de otra manera. Habrá que invertir mucho para que nuestra lengua, nuestra cultura, se hallen debidamente reflejadas en los libros, en todos los soportes, en Internet… En otro caso, dentro de poco, ¿dónde estará la latinidad en Internet? Tenemos que defender no sólo una lengua concreta, sino un conjunto de lenguas y culturas que, poco a poco, podrían -por el efecto de un proceso de hegemonía cultural- desvanecerse progresivamente, hasta quedar fuera de este gran escenario de las telecomunicaciones en el que se va a decidir y vivir una buena patrte de este futuro común. Hoy invertimos en armas, en fuerza. Todavía prevalece la ley del más fuerte. Tenemos que transitar ahora desde la fuerza de la razón a la razón de la fuerza, de la espada a la palabra. Estoy convencido de que, en este final de siglo y de milenio, debemos decir con fuerza, sin violencia, con perseverancia, «¡basta!». Queremos ahora fraguar entre todos la cultura del diálogo de conciliación, de la comprensión, de la paz. Queremos rechazar la violencia, porque hemos ya pagado sobradamente el precio de la confrontación, de la imposición, de la opresión. Tenemos que expresarnos, tenemos que escribir, tenemos que levantar la voz. Hoy el silencio puede llegar a ser delito. El silencio de los científicos, de los intelectuales… ¡La fuerza de la palabra! Hace unos años escribí un poema titulado Delito de silencio. Dice así:


Delito de silencio.
Tenemos que convertirnos
en la voz
de la gente
silenciada. Pedirles
qué quieren
que digamos
en su nombre.
Ser la voz
que denuncie,
que proclame
que el hombre
no está en venta,
que no forma parte
del mercado.
Ser la voz
que llegue fuerte y alto
a todos los rincones
de la Tierra.»