El espejismo humanitario

2669

El cooperante Jordi Raich analiza la otra cara de las ONG…Militares, políticos y periodistas conforman, a juicio del cooperante Jordi Raich, el «teatro caritativo» que encabezan las ONG internacionales. En El espejismo humanitario desenmascara su actuación y sus vicios.

Magda Bandera
07-10-04

Comentario al libro «El espejismo humanitario» de Jordi Raich. Editorial: Debate.

«¿Qué pensaría la abuela si supiera que he dedicado mi vida a ir de guerra en guerra? Ella quería evitarlas, soterrarlas y yo no hago más que buscarlas», escribe Jordi Raich en El espejo humanitario (Debate). Este barcelonés nacido en 1963 trabaja como cooperante desde 1986, principalmente en Médicos Sin Fronteras (MSF).

Desde entonces, ha vivido en lugares tan distantes como Somalia, Guinea Ecuatorial, Guantánamo (Cuba) o Afganistán. En este país vivió tres años, tras los cuales escribió Afganistán también existe (RBA).

En su último libro intenta plasmar «las relaciones de amor-odio entre» los diferentes protagonistas del teatro caritativo».

Sumamente autocrítico, Raich tilda a los misioneros del siglo XXI de «neocolonizadores». Al menos así es como los ve buena parte de los receptores de su «ayuda»: Además de imponer soluciones a base de dinero, «el cooperante se comporta como si de verdad fuera un colono, dueño y señor de una comarca donde hace lo que le apetece sin necesidad de dar explicaciones a nadie».

Raich también los llama «dioses de bata blanca». En pleno bombardeo de la ciudad de Vukovar, este humanitario debía transportar algunos pacientes del hospital a un lugar más seguro. «El asesino decide quién muere. Los caritativos decidimos quién vive. Pero decidir quién iba a vivir en Vukovar era decidir quién iba a morir», añade. Su relación con las víctimas es compleja. Como lo es también con el resto de actores del «circo humanitario»: periodistas, militares y políticos. Sus opiniones pueden consultarse en su página web, www.jordi-raich.com.

Víctimas

«El desfavorecido opina que el socorro internacional es un acto de justicia global, una obligación de los acaudalados para con él», afirma Raich. Por otro lado, no ve que el humanitario esté haciendo un gran sacrificio, ya que mientras que el refugiado come arroz, el cooperante va a restaurantes exclusivos y si se enferma regresa a su país.

No obstante, en el teatro humanitario, las víctimas tampoco son siempre inocentes. Algunos se tornan muy egoístas y hay quien desarrolla sofisticadas estratagemas para acaparar ayuda y raciones. Entre las más sencillas recogidas por Raich destaca el préstamo de hijos. Hay niños que aparecen varias veces en una misma cola de distribución acompañando en cada ocasión a una madre distinta.

Para dificultar estos timos, algunos aplican tinte violeta en el dedo del receptor. En un campamento de Kenia uno de los refugiados fue a buscar aceite enriquecido con una camiseta de Michael Jackson y un guante de pedrería en la mano derecha. Entonó el Thriller e imitó su característico baile. Cuando el sorprendido Raich le pidió que se quitara el guante, el muchacho dijo que había prometido a Michael no hacerlo. El humanitario le animó entonces a pedirle al artista que recogiera personalmente el aceite o que se lo enviara desde California. Cuando el saleroso somalí repitió el baile, recibió una raciónextra a pesar de su dedo violeta.

Más dramática es la práctica que lleva a algunas familias a hacer pasar hambre a uno de sus hijos. El elegido entrará así en un programa de nutrición y su madre también será alimentada durante ese periodo. Mientras, esconderá tanta comida como pueda para dársela al resto de su prole.

Periodistas

«Un periodista sin noticias es tan peligroso como un humanitario sin victimas», compara Raich. En su libro cuenta algunas anécdotas junto a periodistas novatos y redactores que transcriben conversaciones privadas. El circo mediático no se reduce a quienes emiten las noticias. Raich también recuerda el viaje del televisivo Pedro Ruiz a Mogadiscio en 1993. El objetivo, entregarle 84.000.000 pesetas recogidas a través de su programa. «»¿Y qué diablos vamos a hacer con un cheque en un país sin bancos?» Nadie le ofreció una respuesta convincente, lo importante ese día era la foto.

En años de vacas flacas, en los que los medios reducen sus enviados especiales, los periodistas ansiosos por salir de la redacción siguen el juego a las ONGS que les invitan a viajes exóticos en lugares con conflicto. Para facilitar la tarea al «reportero», la organización le «cocinará historias» y le facilitará todo tipo de datos. De hecho, «algunas instituciones no son más que máquinas de comunicación, sin proyectos reales».

Políticos

Según el CIS, el 44% de los jóvenes no se interesa en absoluto por los políticos. «En cambio, un eurobarómetro de 2002 asegura que un 67% de los españoles confía en las ONG». Esta realidad hace que abunden los «políticos barnizados de humanitarios». Entre los híbridos más criticados por Raich se encuentra José María Mendiluce, «ejemplo de humanitario de Naciones Unidas que se pasó a la política y desde ella hace lo posible por tener un pie en cualquier movimiento social que pueda beneficiar su carrera. Un día es cooperante en Europa por Bosnia, otro activista pro derechos en la campaña por la Corte Internacional de Justicia, luego es ecologista de Greenpeace».

Entre los políticos que juegan a humanitarios, Raich señala a Madeleine Albright, quien incluyó el tema de las mujeres afganas en la agenda de Bill Clinton. Después, otras «famosas sedientas de más protagonismo» como Emma Bonino, ex comisaria europea la acción humanitaria, jugaron a salvar a las afganas. En España, el autor de El espejismo humanitario asegura que el fenómeno va en aumento y que casi todo los partidos políticos cuentan con algún proyecto.

Militares

En los últimos años, la confusión entre los «soldados del bien» y los «misioneros» hace que la población receptora de ayuda desconfíe de todo el mundo. Sobre todo, después de que, como en Afganistán, sean aviones militares los que lancen productos absurdos e incluso peligrosos desde grandes alturas. Además de herir a algunos de quienes los recogen, a veces en campos minados. «No se lanzó comida para ayudar a los civiles, se lanzó comida para humanizar las bombas», puntualiza Raich.

La falta de seguridad en algunas zonas de conflicto hace que los humanitarios tengan que pedir protección a los soldados. Llegar a esos lugares rodeados de trajes de camuflaje confunde a la poblacion civil. «A principios de los noventa los ejércitos apoyaban los proyectos humanitarios de las ONG; a finales de la década las ONG apoyaban los proyectos humanitarios de los ejércitos».

Para la Casa Blanca, «las organizaciones no gubernamentales constituyen una fuente esencial de información e inteligencia, «son fuerzas multiplicadoras y parte esencial del equipo de combate de EE.UU», cita Raich. Tanto es así, que en la actualidad, «Interaction, un consorcio de más de 160 ONG de emergencia y desarrollo basadas en EE.UU, apuesta por la alianza entre solidarios y militares». Entre éstas se encuentran las sucursales americanas de entidades europeas tipo Médicos del Mundo, Médicos Sin Fronteras y Oxfam.

La corrupción

En El espejismo humanitario, Jordi Raich critica el doble lenguaje para hablar de la corrupción: «A los líderes del sur los llamamos corruptos, criminales, megalómanos, ladrones, asesinos, torturadores, terroristas». Estas mismas prácticas entre dirigentes del hemisferio norte son llamadas «apropiación indebida, abuso de confianza, prevaricación, financiación ilegítima, tráfico de influencias, incompatibilidad de cargos, medidas de presión, reforma de la ley de seguridad».

Peter Eigen, fundador de la ONG Transparency International, analiza esta realidad en Las redes de la corrupción (Ediciones del Bronce). Tras años trabajando en el Banco Mundial, descubrió la corrupción en esta institución y acabó abandonándola en 1993. En este informe, elabora un «mapa mundial de la corrupción» en el que España no sale muy bien parada. Entre los puntos negros remarcados por Eigen recuerda el caso del BBVA: «Las investigaciones empezaron en abril de 2002 y se centraron en las actividades del Banco Bilbao Vizcaya antes de su fusión con el banco Argentaria en 1999», cuando se depositaron 225 millones de euros en cuentas secretas de Jersey, Liecthenstein y Suiza para operaciones de fraude y blanqueo de dinero. «Por lo visto, además se desvió dinero para financiar las campañas de Hugo Chávez y Alberto Fujimori».

Algunas vergüenzas

ETIOPÍA

La sequía que afectó a Etiopía en los años 1983 y 84 se agravó a consecuencia de las colectivizaciones y destrucción de cosechas emprendidas por el gobierno del coronel Mengistu Hailé Mariam con el objetivo de implantar «el primer Estado africano verdaderamente comunista». Mengistu acusó a la comunidad internacional de no hacer nada para evitar la catástrofe.

Tras un documental de la BBC y varios macroconciertos benéficos, el coronel utilizó los donativos recibidos para comprar armas y despoblar las zonas del norte del país para «aislar los grupos secesionistas del norte». Los que no abandonaban sus tierras no recibían las toneladas de provisiones enviadas por los espectadores conmovidos. «Muy pocas ONG denunciaron la situación». En total, 750.000 muertos.

RUANDA

Raich denuncia cómo cientos de miles de personas murieron en Ruanda porque Clinton prohibió a sus funcionarios utilizar la palabra genocidio, un término que hubiera obligado a intervenir decididamente para paliar la situación. «Mientras el asesinato planificado de tutsis y hutus moderados se extendía, la fuerza de la ONU en Kigali redujo su presencia en lugar de aumentarla». Para «compensar», los gobiernos ricos enviaron comida, mantas y medicinas masivamente, pero lo que necesitaban aquellas víctimas era protección y seguridad. «Cuatro años después, Clinton y otros mandatarios pidieron disculpas». La hipocresía costó la vida de 800.000 personas.

AFGANISTÁN

Algunas víctimas cautivan a los «consumidores misericordiosos» con más fuerza que otras. Entre las últimas «víctimas sexy» -así las llaman los humanitarios-, Raich cita a los adolescentes soldados de Liberia y los amputados de Sierra Leona, las chicas rumanas y tailandesas obligadas a prostituirse y las niñas chinas abandonadas en orfanatos.

Durante un tiempo, las víctimas más atractivas han sido las afganas sometidas bajo el burka. Para el autor de El espejimo humanitario estas mujeres fueron unas víctimas diseñadas para el consumo de la piedad occidental. Algunas famosas «sedientas de protagonismo» como Emma Bonino, ex comisaria europea para la acción humanitaria, y la corresponsal de la CNN Christiane Amampour, «provocaron su propio arresto» para denunciar la situación.

La esposa de Jay Leno paseó, además, a una chica con burka por «los tabaldos más chic de California» como una rareza zoológica. Lo cierto, según Raich, es que «la burka se convirtió en el símbolo del sufrimiento de las afganas cuando, de hecho, antes, durante y después de los talibanes sólo una minoría de ellas la usaba» porque es una prenda urbana y el 95% de la población vive en el campo.

La lista de mentiras que desde hace años se publican acerca de Afganistán es interminable, asegura Raich. «Jamás he conocido a nadie más combativo y batallador que las afganas», escribe Raich, quien también explica que en las ciudades sus manifestaciones públicas obligaron a los talibanes a «dar marcha atrás en varios decretos, incluidos el acceso a la salud y la educación, permitiéndoles ejercer en hospitales y en las florecientes escuelas privadas que enseñaban inglés, contabilidad e informática». En plena dictadura fundamentalista también lograron que se reabrieran varias escuelas femeninas de enfermería y libertad para comprar sin acompañante, entre otros.

Raich se lamenta de que en el nuevo Afganistán, «artificial y fuera de control», de Hamid Karzai y Estados Unidos, las afganas siguen llevando la burka, apenas si van a la escuela, se casan con quienes sus padres deciden y siguen sin atención sanitaria, «porque de hecho nunca la tuvieron». Y es que las afganas no sólo debían enfrentarse a los talibanes, sino a toda una sociedad opresiva, cuyos tradiciones son perpetuadas por sus padres y madres, hermanos y maridos.