‘Leer’ la realidad. Educación para la libertad.

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Cuanta más información, más ininteligible es la realidad. Para todos. Tantos mensajes conscientes y subliminales, en todo momento, hasta durmiendo… tantos, que ya no sabemos distinguir lo importante de lo banal, los hechos de las opiniones, el sufrimiento real del victimismo interesado, lo cierto de lo simulado, la verdad de la mentira.

¿Qué podemos hacer ante esta riada de información? En seguida se nos viene a la cabeza el recurso universal de la educación, palabra muy gastada en discursos interesados. ¿Qué educación? Yo solo consideraría educación la que nos permita avanzar hacia la libertad. Así que podemos pensar en formarnos para discernir, de entre la inmensidad de mensajes que recibimos, cuáles merecen que nos paremos a considerar, depurar y considerar como válidos en su esencia. Así los incorporamos a nuestro conocimiento y podemos formar nuestra opinión.

Pues sí, es necesaria más que nunca una formación ante tanta in-formación. Pero no creo que sea conveniente que esta formación se afronte individualmente, como quien busca cómo entender el funcionamiento de una máquina analizando una pieza. Una pieza no es la máquina. Cuantos más  personas miremos juntos el sistema que integra todo el mecanismo, más ojos y, por tanto, más visiones distintas pueden enriquecer esa visión de la realidad.

Es evidente que los medios de comunicación nos muestran sólo una cara de la realidad, la que a ellos les interesa. Nos enseñan sólo lo aparente, nos venden el hermoso producto en que se ha convertido nuestro bienestar, fomentando nuestro consumo, reduciendo la preciosa dignidad de la persona, de cada uno de nosotros, según intereses políticos (¡vota!), culturales (¡compra!), sociales (¡exige tus derechos!), y económicos (¡cotiza!). Pero ocultándonos en la medida que pueden otra realidad: la de cuatro de cada cinco personas que habitan nuestro mundo. Hambrientos, enfermos, explotados, esclavos… sin democracia, ni derechos, ni seguridades, ni, mucho menos, bienestar. La realidad de hoy es que la gran mayoría de la humanidad no sabe si va a comer hoy… o no.

Entre los resquicios de la más banal información se cuelan las imágenes que no nos quieren mostrar: una adolescente moribunda a las puertas de un hospital haitiano, una patera con una madre llorando el abandono de su bebé muerto en el estrecho, un anciano enterrando a su nieto en Sudán, una cristiana condenada a muerte en Irán por no renegar de la fe… la misma fe por la que debemos orar contemplando esas fotos, que no son la realidad, sino su reflejo.

 

Sí, es necesario en países enriquecidos como el nuestro que eduquemos la sensibilidad para mirar, que no nos endurezcamos ante el sufrimiento. Pero hagámoslo juntos. La formación en mensajes y medios de comunicación sólo puede impregnar nuestra esencia de seres sociales si nos educamos juntos, en grupo. Debemos dar respuestas sólo desde el grupo, desde la solidaridad de lo colectivo, desde la voluntad de caminar juntos en el análisis de la realidad para compartir lo que vemos y sentimos, para analizar qué hay detrás de cada rostro que sufre, para analizar las causas y actuar en consecuencia. Sólo así podremos afirmar que intentamos caminar, juntos, hacia la libertad.