“POR CADA VÍCTIMA del HAMBRE existe UN ASESINO”

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Ziegler afirma que las hecatombes del hambre no son producto de una casualidad, sino de un verdadero genocidio, de tal forma que por cada víctima de hambre existe un asesino.

Por Federico Montalbán López
Revista autogestión nº 59
Junio de 2005

En la Conferencia Mundial de los Derechos Humanos de la ONU, celebrada el año 1993 en Viena, se proclamaron los Derechos Económicos, Sociales y Culturales al mismo nivel que la Declaración Universal de1948. Estos nuevos derechos incluían el Derecho a la alimentación que, en resumidas cuentas, significa poder comer en cantidad y calidad lo necesario para estar sano, en consonancia con las tradiciones culturales propias de cada cual.

Fue aprobado por todos los países participantes excepto los Estados Unidos, que ni siquiera se molestó en guardar las formas.

De poco sirve que los derechos sean reconocidos por la ONU. De bien poco. En el año 2000, treinta y seis millones de personas murieron de hambre o de sus consecuencias inmediatas. Dicho de otra forma: en el tiempo que se tarda en leer desde los dos puntos hasta el siguiente punto y seguido habrá muerto una persona de hambre.

Según un informe de 2003 de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), 842 millones de seres humanos pasan hambre en el mundo.

Hace 4 años, la ONU, en la llamada Cumbre del Milenio, decidió resolver el problema del hambre en el planeta para 2015. Una decisión que, en vista de los resultados, uno no sabe si tomársela como una burla. La FAO ha declarado recientemente que la lucha contra el hambre está en recesión, que no consigue reducirla y que cada vez hay más. La razón alegada ente este fracaso es la de siempre: falta de recursos, que es lo mismo que decir falta de voluntad política (para hacer guerras nunca faltan recursos). El dinero necesario en el plan de la ONU para acabar con el hambre en 2015 son 50.000 millones de dólares.

Para aprobar una serie de medidas con las que conseguir esos fondos, el 20 de septiembre de 2004, se reunieron en Nueva York, en el marco de una nueva cumbre contra el hambre, España, Chile, Francia y Brasil, con el apoyo de la ONU. Otros 50 Estados se solidarizaron con el proyecto. En los tiempos que corren, es de agradecer que unos gobiernos se reúnan para hablar de cómo acabar con el hambre y no para planificar nuevas guerras con las que combatir (o alimentar) el terrorismo con más terror. Algunas de las medidas propuestas pueden ser interesantes, como el impuesto sobre movimientos de capital o la lucha contra los paraísos fiscales. Pero es inevitable mostrarse escéptico. Son varias las razones que justifican este escepticismo .

Ninguna de las propuestas de la reciente cumbre contra el hambre mencionan a la Bolsa de Materias Primas Agrícolas de Chicago, en la que cada día laborable se fijan, a nivel mundial, los precios de los principales alimentos. Esta bolsa está dominada por seis sociedades transnacionales de agroalimentación y finanzas. Los precios que elabora diariamente son, casi siempre, fruto de especulaciones, demostrando que los alimentos no tienen que ver con la satisfacción del Derecho a la alimentación y sí con la satisfacción de la ley de la oferta y la demanda. La mayoría de los países empobrecidos tienen en la producción agraria su principal fuente de ingresos. El desplome del precio de las materias primas, una simple gestión en la Bolsa de Chicago, supone su ruina y un factor importante de inseguridad alimentaria. Un ejemplo: el café es un cultivo del que dependen 25 millones de familias del Sur; en el año 2001, los países empobrecidos vendieron casi el 20% más de café que en 1998, sin embargo obtuvieron por éste un 45% menos de ingresos. Otro ejemplo: entre 1996 y 2000, Ghana incrementó la producción de cacao en casi un tercio pero le pagaron por ella exactamente un tercio menos.

La cumbre tampoco propuso medidas de fondo que actúen sobre el comercio mundial y las políticas neoliberales. Los países del Norte (incluidos España y Francia) exigen a los Gobiernos del Sur que reduzcan el apoyo a sus campesinos a la par que siguen invirtiendo 1.000 millones de dólares al día en subsidios para los agricultores de los países ricos. En los mercados del mundo rico la media de los aranceles que gravan las importaciones procedentes de los países pobres es cuatro veces más alta que para las importaciones de productos de los países industrializados, lo que viene a significar 100.000 millones de dólares al año. En cincuenta días, menos de dos meses, de subsidios a campesinos del Norte o medio año de aranceles a los productos de los países empobrecidos, se conseguirían los recursos necesarios para el plan de erradicar el hambre en el mundo en 2015. Recursos hay, y de sobra, lo que falta es voluntad política.

Del dumping tampoco se ha dicho nada. El dumping es una práctica que consiste en vender productos en un mercado a precios menores que el coste de producción. Esto es posible por la aplicación de diversos tipos de subsidios o de distorsiones estructurales como el control del monopolio de los mercados y de la distribución. El dumping da lugar a fenómenos cuanto menos curiosos: exportación a la India de productos lácteos excedentes subsidiarios por la Unión Europea (de la que forman parte España y Francia); importaciones de productos porcinos en Costa de Marfil, procedentes de la Unión Europea a precios (subsidiados) tres veces menores que el coste de producción en la misma Costa de Marfil o la ruina en México, centro de origen del maíz, de los productores locales de grano debido a la importación a bajo precio de maíz proveniente de EE.UU.

Las propuestas presentadas en la última cumbre contra el hambre no cuestionan los males de fondo que provocan la desigualdad, la pobreza y el hambre en el mundo. Según Jean Ziegler, Comisionado especial de la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación, a menos que se produzca una ruptura del orden económico actual, el derecho a la alimentación sigue estando en el campo de los deseos piadosos.

El mismo Ziegler, afirma que las hecatombes del hambre no son producto de una casualidad, sino de un verdadero genocidio, de tal forma que por cada víctima de hambre existe un asesino. Susan George afirma, dando una pista sobre el origen de los responsables de ese genocidio, que en la época moderna, el hambre responde mucho más a las fuerzas del mercado que a escaseces físicas absolutas y rara vez afecta a los adinerados. Ilustra esta afirmación con un ejemplo. Durante la gran hambruna de la patata de 1846-1847 en Irlanda, que mató a cerca de un millón de personas, los grandes propietarios de tierras siguieron exportando alimentos a Gran Bretaña mientras los campesinos pobres morían a su alrededor. Hay más ejemplos. En 1984, al mismo tiempo que en Etiopía cada día morían de hambre miles de personas, se estaba utilizando parte de la tierra agrícola del país para cultivar torta de linaza, de semillas de algodón y de colza y exportándolo como alimento de ganado al Reino Unido y a otros países europeos. Y más. 11.000 niñas y niños argentinos mueren de hambre cada año siendo Argentina el país que más alimento produce per cápita.

El genocidio del que habla Ziegler, puede tener oscuras razones. En su obra de difícil clasificación titulada Informe Lugano, Susan George simula escribir un informe redactado por un grupo de expertos que han sido contratados por los que dictan las directrices económicas y políticas del planeta. Toda la obra se mueve entre la realidad y la ficción. En dicho informe, los expertos ficticios deben analizar los riesgos que existen para el mantenimiento del sistema capitalista y proponer soluciones. Uno de los principales peligros que anuncian es el crecimiento demográfico para el que se proponen estrategias de reducción de población, entre las que se incluye el hambre. La propuesta no es la de provocar una gran hambruna sino limitar los suministros de alimentos para provocar el hambre y la desnutrición para que, además de matar, se prepare el campo para las enfermedades.

Según Ziegler, en el estado actual de las fuerzas de producción agrícolas, el planeta podría alimentar a doce mil millones de seres humanos, el doble de la población mundial actual. Y, sin embargo, la FAO declara que cada año la cifra de personas que pasan hambre en el mundo aumenta en 5 millones. Algo pasa. Quizás sea que la declaración de buenos propósitos de acabar con el hambre, el deseo piadoso, se realizó en la ONU, dejando al margen a instituciones como la Organización Mundial de Comercio, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, donde se dictan las verdaderas políticas económicas del mundo y, por tanto, donde se decide el futuro alimentario de la humanidad. Estas instituciones podrían estar dirigidas por las mismas personas que hubieran encargado el Informe Lugano, más preocupadas en mantener su poder que en que todos comiéramos. De hecho, según Vía Campesina, la OMC, el BM y el FMI, en lugar de garantizar la alimentación de toda la población del mundo, presiden un sistema que multiplica el hambre y diversas formas de desnutrición. Ese sistema permanecería intacto incluso en el improbable caso de que se pusieran en marcha las propuestas planteadas en la última cumbre contra el hambre.

Visto lo visto, resulta inevitable preguntarse si las estrategias de reducción de población por medio del hambre de las que habla George son ficción o realidad.