Bélgica hace examen de conciencia

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Un nuevo museo rastrea en el colaboracionismo y en la resistencia de los belgas Más de 25.000 judíos y 352 gitanos fueron deportados desde Malinas a Auschwitz.

“Querido Henri: estamos bien, en un vagón de ferrocarril que probablemente nos lleve a Holanda”. Blanche Zybert tenía 13 años y la letra, y la esperanza, aún infantiles. Escribió a lápiz sobre un papel rudimentario una nota tranquilizadora y, el 21 de septiembre de 1943, la arrojó desde el tren que le llevaba desde Malinas (Bélgica) a Auschwitz-Birkenau, el campo de exterminio montado por los nazis en territorio polaco. Alguien la recogió y la envió a una dirección de Bruselas, atendiendo al ruego de la niña. Puede leerse en el Kazerne Dossin, el Museo sobre el Holocausto y los Derechos Humanos que se ha inaugurado hace unas semanas en Malinas y que se complementa con un centro de documentación y un memorial situados en el antiguo cuartel que sirvió como estación hacia el último viaje.

La diferenciación étnica, que no existía en Bélgica hasta que los alemanes introdujeron el concepto para identificar a los judíos, se aplicó a partir de entonces a los gypsies, que se registran como “raza”. Del cuartel de Dossin parten 352 gitanos hacia Auschwitz, entre ellos la numerosa familia de Joseph Karoli y Elisabeth Warsha, noruegos asentados en Flandes desde 1922. De los 11 hijos deportados, se salvaron dos.

De carnés antropomórficos y tarjetas de nómadas se han extraído las fotos de los gitanos que se han integrado en un gigantesco mural, que trepa por cada planta del museo, donde figuran 19.000 fotos de las 25.836 víctimas que pasaron por Malinas. “Es una respuesta contra la deshumanización del Holocausto”, advierte Marjan Verplancke, responsable de educación del centro, que no renuncia a contar en el futuro con imágenes e identidades de todos.

Poner cara y nombre al dolor, al valor y a la crueldad, a la Bélgica obeïssante y a la rebelde, es un acto de justicia y una lección de humildad. “Nos diferenciamos de otros museos porque también analizamos a los perpetradores, quiénes fueron y por qué pudieron hacerlo. No son retratados como demonios, estamos de acuerdo en que fueron malas personas, pero lo que nos interesaba era analizar por qué personas normales como usted o como yo pueden cometer esa violencia”, señala Herman van Goethem.

Empezando por el rey Leopoldo III, colaboracionista durante la ocupación entre 1940 y 1944, casi nadie pagó por la complicidad con los alemanes, excepto 12 personas ejecutadas al finalizar la II Guerra Mundial. Hasta 1942 la indiferencia hacia la suerte de los judíos fue generalizada entre la sociedad belga, alentada por el hecho de que la población estaba convencida de que Alemania ganaría la guerra y de que los judíos estaban siendo expulsados de Europa. “La participación belga fue una especie de realpolitik. Aunque la colaboración de Flandes con los alemanes fue muchísimo más notable que la de los valones”, puntualiza el historiador.

* Extracto