DURAS MUJERES de la MINA

2184

Descubriendo el mundo de las palliris de Potosí. Sería necesario que ellas mismas tomen su propia voz. Sería necesario romper con un silencio histórico que se encuentra quizá en la profundidad de las tierras que ellas mismas «pallan»…- «en nuestra América no se dio la familia esclavista, ni feudal porque aquí no hubo un modo de producción esclavista y feudal. Se pasó de un modo de producción comunal a un período de transición abierto por la colonización europea que culminó en la mitad del siglo XIX en un capitalismo primario explotador»….
» He aquí la fuente de todos los caos y verdades: la vida cotidiana. (…) Pues saber estar nomás, y es curioso porque para eso no se necesita explicación. Estamos otra vez frente a la polaridad de estar nomás y ser alguien. Y con estar que no sabemos qué es, pero es vivido profundamente por nosotros en Sudamérica». Rodolfo Kusch.

«Tengo 67 años de edad y sigo viviendo», afirma Doña Eulalia, palliri del Cerro Rico de Potosí, Bolivia. Ese «estar» en la vida que plantea esta mujer está fuertemente arraigado a la cultura de un suelo, lo que supone que no se puede ser indiferente a lo que allí sucede.

La historia de esta mujer minera –que desde los 15 años «palla» (escoge) el mineral (estaño, plata, zinc y plomo) del exterior de la mina con martillos, combillos, cinceles y las manos, es la de una viuda de un minero, que como otros dejó su corta vida (38 años) trabajando. Además de ser palliri, Eulalia es guarda, por lo cual vive aislada de la ciudad en un cuarto a la entrada de la mina con su nietito y sus dos perros.

Durante la guerra del Chaco, el hambre obligó a muchas de ellas a romper con la tradición: ingresaron a trabajar dentro de la mina. «Igual trabajo que el hombre. Hacía correr a los hombres con la carretilla. Machucaba piedra. Hacía 20 sacos al día, harto es eso», cuenta con orgullo la palliri. Esta no es sólo la historia personal de Doña Eulalia sino la de todo un pueblo, el de Potosí. En este lugar la principal fuente de trabajo surge de la minería. De cada 5 dólares que ingresan en Bolivia 3 provienen de la producción minera.

Según una publicación especializada restan 250 años (si se continúa explotando como hasta ahora) para terminar de extraer el mineral de Cerro Rico de Potosí. Edgardo Velázquez Ramos del CEPROMIN (Centro de Promoción Minera) cuenta que existen versiones acerca de que algunos empresarios privados piensan hacer desaparecer el cerro para explotarlo a cielo abierto. «En este caso se acabaría con el cerro en 20 años y la mayoría de la población se quedaría sin trabajo», explica Edgardo.

PÉSIMAS CONDICIONES DE TRABAJO Y UNA PAGA DE PRINCIPIOS DE SIGLO

Las condiciones de trabajo y salud del minero han sido abordadas por distintos autores iberoamericanos denunciando la explotación que ellos sufren, pero esta realidad ha sido eclipsada. En el silencio ha quedado oculto el rol de la mujer dentro de la minería.

Las palliris son mujeres que superan la barrera de los cuarenta años, si bien existen mujeres como Doña Eulalia que por necesidad comenzaron a trabajar muy jovencitas. La mayoría de ellas son analfabetas y viudas de mineros, con un promedio de entre 4 y 6 hijos. Cuando su marido muere o enferma se les da entre 30 y 60 días para que desalojen el campamento (vivienda prestada por la empresa durante el tiempo que es trabajador en activo). Por esta razón estas mujeres deben alquilar habitaciones en barrios marginales de la ciudad. Como esposas de mineros tienen acceso a la «pulpería», que es un centro de abastecimiento, a base de un sistema racionado de venta de alimentos a cuenta del salario mensual del trabajador (administrado por la empresa), donde se consiguen los elementos de primera necesidad, pero la mayoría de estas trabajadoras al no tener contrato con la empresa pierden hasta esta «facilidad» de subsistencia. Los «No» comienzan a reproducirse unos tras otros: no gozan de servicio de salud, ni renta de vejez, de más está decir que no cuentan con una legislación específica que las contemple en su condición de mujer.

Luis Vitale plantea que dentro del sistema capitalista, «existe una contribución doble de la mujer en los procesos de acumulación, como asalariada y como dadora indirecta de valor a través del trabajo no retribuido en el hogar».

UNA RADIOGRAFÍA DE LA OPRESIÓN DE LAS MUJERES IBEROAMERICANAS

Si se tiene en cuenta que la palliri trabaja un promedio de 10 horas diarias a bajas temperaturas, según la división del trabajo establecida dentro de la minería se le permite únicamente rescatar manualmente «los restos» del mineral, por lo cual puede extraer aproximadamente una volqueta de mineral cada tres meses, mientras que los hombres extraen del interior de la mina entre 5 a 6 volquetas por semana. Sus ingresos miserables oscilan de 10 a 20 dólares mensuales, de acuerdo a la cantidad de mineral que extraigan. Esto obliga a muchas de ellas a ser también guardas (cuidadoras) en las minas por un salario extra de 25 dólares. Y finalmente, como si no fuera suficiente, deben desempeñar al regreso de su jornada laboral las tareas domésticas.

Podríamos concluir afirmando que ellas son la expresión más cruda de la opresión y explotación de este sistema. Frente a los planteos de «género», feminismo, etc., ¿cabe aquí interrogarnos acerca de los conflictos entre mujeres y hombres? Por dónde empezaría el proceso de liberación de estas mujeres, ¿respecto a los hombres o frente al sistema?

El investigador Luis Vitale plantea que «una historia de la opresión y la lucha de la mujer iberoamericana debe partir del hecho objetivo de que en nuestras tierras la evolución de las sociedades siguió un camino diferente al europeo» -y agrega que- «en nuestra América no se dio la familia esclavista, ni feudal porque aquí no hubo un modo de producción esclavista y feudal. Se pasó de un modo de producción comunal a un período de transición abierto por la colonización europea que culminó en la mitad del siglo XIX en un capitalismo primario explotador».

Los conflictos y complementariedades entre mujeres y hombres de culturas occidentales tienen que ver con la realidad de una raza blanca y una sociedad post-industrial. En Iberoamérica las mujeres no quedan fuera de la problemática de este siglo: los conflictos de la modernidad. Marshal Bergman plantea en su libro «Todo lo sólido se desvanece en el aire», esta problemática afirmando que «la modernidad une a toda la humanidad. Pero es una unidad paradójica, la unidad de la desunión: nos arroja a todos a la vorágine de una perpetua desintegración y renovación , de lucha y contradicción, de ambigüedad y angustia».

Las especificidades étnicas de la cultura andina, nos debería hacer partir del interrogante de cómo la mujer idea sobre la realidad para pro-ducir formas de vida particulares. Buscar indagar en qué forma ordena la relación entre la naturaleza y la cultura, para poder esbozar al menos quiénes son estas mujeres y dónde están situadas.

Sería necesario que ellas mismas tomen su propia voz. Sería necesario romper con un silencio histórico que se encuentra quizá en la profundidad de las tierras que ellas mismas «pallan»