El Rabino que Alcanzó a Cristo

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Una completa reseña de la obra de Judith Cabaud sobre el Gran Rabino de Roma que en 1945 se convirtió a la Fe católica y tomó por nombre el de pila del Papa Pío XII.

28 Sep 2005
Panorama Catolico

Israel Zoller, Gran Rabino de Roma, comienza a formar parte de la Iglesia Católica, tras su bautismo celebrado el día 13 de febrero de 1945, adoptando el nombre de Eugenio, en agradecimiento a Pío XII, (Zolli, es el resultado de la italianización de su apellido).

Este impactante acontecimiento tuvo grandísima relevancia en aquel momento, pero después cayó, por distintas causas, bajo el pesado manto del olvido más riguroso.
Otro tanto ocurrió con sus «Memorias», que no fueron publicadas jamás en Italia. Aunque una copia de las mismas sí se tradujera y publicara en inglés en los EE.UU., así como en castellano, en España, en los años cincuenta del recién pasado siglo.

Recientemente otra judía conversa al catolicismo, Judith Cabaud, ha esbozado una breve pero intensa biografía de Zolli, (prologada por Vittorio Messori), que ha roto el silencio, casi absoluto, que rodeaba su vida y su proceso existencial culminado en su encuentro gozoso y luminoso con Cristo.

A la par, recién descubierto el original en italiano de las memorias autobiográficas de Zolli, han sido traducidas con sumo cuidado, con exquisita delicadeza, al español y publicadas con el título de «Antes del Alba».
Ambas obras, «El rabino que se rindió a Cristo» de Judith Cabaud y «Antes del Alba», la autobiografía de Zolli las pueden obtener si lo desean, en nuestra página web, www.librohispania.com

Breve aproximación a la vida de Zolli.

Israel Zoller nace en la Galizia polaca en 1881. En el 1904 el joven marcha a Viena para seguir la carrera de rabino, fiel a la tradición familiar. Acabará los estudios en Florencia y conseguirá la plaza de vicerrabino de Trieste.
En 1918, es nombrado rabino jefe de la ciudad, cargo que ocupará hasta su traslado a Roma y que hará compatible con su tarea docente como profesor de lengua y literatura semíticas en la Universidad de Padua. En aquellos años, la idea de la conversión no se le pasaba ni tan siquiera por la cabeza. «Todas las tardes -narra Cabaud- se limitaba a abrir por donde cayera la Escritura, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, para meditar. Fue así como la persona de Jesús y sus enseñanzas se le hicieron familiares, sin que ningún prejuicio se interpusiera ni le diera el gusto de lo prohibido». El fruto fundamental de sus años de Trieste será la obra «El Nazareno» (1938), un estudio lingüístico y etimológico en el que realiza una exégesis metódica del Evangelio a la luz del Antiguo Testamento.
«Nadie ha tratado de convertirme -relataba algunos años después-. Mi conversión ha sido una lenta evolución interior. Desde hace años, y yo mismo lo ignoraba, mis escritos tenían ya un carácter tan cristiano que un arzobispo dijo de «El Nazareno»: todos podemos equivocarnos, pero por cuanto puedo juzgar, pienso que podría firmar yo mismo ese libro».

Los rumores de guerra hicieron que el eco del libro fuera limitado. Durante esos años, Zolli había ayudado a los hebreos que dejaban la Europa central para trasladarse al futuro Israel. Sus contactos y el conocimiento de la lengua alemana favorecían que contara con informaciones de primera mano sobre el peligro que se acercaba. En 1935 envió una carta al rabino jefe de Roma, Angelo Sacerdoti, sobre los «actos inhumanos» cometidos contra los hebreos en Alemania, para que informara a Mussolini. El Duce dijo que protestaría ante el embajador alemán. Sea lo que fuere, lo cierto es que en 1938, cediendo a las presiones nazis, también en Italia se introdujeron leyes racistas. Zolli protestó públicamente y el gobierno como represalia le quitó la nacionalidad italiana.

Fue en ese contexto en el que le ofrecieron el puesto de rabino jefe de Roma. La comunidad hebrea de la capital (de la que el rabino era un empleado a sueldo) estaba dividida entre filofascistas y sionistas. Tal vez la fama de persona independiente y profundamente religiosa que se había ganado Zolli en esos años influyó en la elección.
Sus dos interlocutores fueron Dante Almansi, presidente de las comunidades israelitas de Italia, que había sido jefe de la policía fascista y tenía buenos contactos con el régimen, y Ugo Foà, presidente de la comunidad hebrea de Roma.

Los primeros meses de la estancia de Zolli en Roma se caracterizaron por la defensa de los hebreos ante las leyes antisemitas. La situación, sin embargo, precipitó en septiembre de 1943 con la llegada de las tropas alemanas a la capital italiana. Después de los años pasados en Trieste, Zolli tiene experiencia: advierte a Almansi de que es preciso proteger a la población judía, pero éste sostiene que el día anterior un ministro le había asegurado que no había de qué preocuparse y que no convenía alarmar a la gente.

La respuesta vino pocos días después. El 10 de septiembre, el ejército nazi controla Roma. Un comisario de policía, de sentimientos antifascistas, aconseja a Zolli que se esconda, ya que la primera víctima entre los hebreos solía ser el rabino.

El 26 de septiembre, el comandante Herbert Kappler impone a los judíos de Roma el pago de cincuenta kilos de oro, en un plazo de 24 horas, como rescate para no deportar a una lista de trescientas personas. La comunidad hebrea consigue reunir treinta y cinco kilos. Los presidentes Almansi y Foà piden a Zolli que acuda al Vaticano para pedir ayuda. Así lo hace -aunque sobre su cabeza pesaba una recompensa de 300.000 liras-, y recibe una respuesta positiva. Al final, los quince kilos del Vaticano no harán falta porque se habían conseguido por otras vías (incluidas, según se escribe, las de algunas casas religiosas y párrocos).

En esas semanas Zolli tuvo un encuentro con Foà en el que presentó un plan práctico para dispersar a los judíos de Roma. La acogida no pudo ser más fría: «Si hay que tomar decisiones, las tomaré yo con mi consejo -respondió Foà-. De momento no se ha decidido nada. Vaya a comprar un poco de valentía en la farmacia». Años después escribirá Zolli: «Se me había concedido el don de ver sin poder actuar; y a otros, el poder de actuar sin poder ver».
El oro, desde luego, no sirvió para nada, pues el 16 de octubre comenzaron las deportaciones, que sólo se frenaron por intervención de Pío XII. Zolli, que podía haberse exiliado fuera de Italia, vivió nueve meses en la clandestinidad, huésped de familias amigas, al igual que su mujer Emma y su hija Miriam (la otra hija, Dora, fruto de su primer matrimonio, no corría peligro por estar casada con un «ario»).

En febrero de 1944, la comunidad hebrea lo destituye como rabino, pero en junio los aliados lo ponen de nuevo al frente de la sinagoga. Allí permanecerá solo unos meses, pues en otoño presenta la dimisión por motivos personales.

Y es que el día de Yom Kippur, durante la ceremonia en la sinagoga, había oído una voz interior que le dijo: «Estás aquí por última vez. Desde ahora, me seguirás». Ya en los meses anteriores había meditado dar el paso del bautismo, pero no quiso hacerlo durante la persecución nazi.

La noticia del bautismo de Zolli causó enorme estupor (su mujer se bautizó el mismo día y su hija Miriam, que superaba ya la veintena, lo hizo un año después). La sinagoga de Roma decretó varios días de ayuno como expiación, fue considerado como apóstata y desde entonces para dirigirse a él se habla del «Innombrable».
El paso había dejado a Zolli literalmente en la calle: a los 65 años y sin casa ni sueldo. El futuro cardenal Dezza le ofreció un puesto de docente en el Pontificio Instituto Bíblico, de la Universidad Gregoriana. Tal vez el mensaje principal de Zolli que se desprende de la lectura de su vida es precisamente la conexión que existe entre la Sinagoga y la Iglesia: «La Sinagoga era una promesa y el Cristianismo es el cumplimiento de esa promesa. La Sinagoga indicaba el Cristianismo; el Cristianismo presupone la Sinagoga».

Judith Cabaud y su obra «El rabino que se rindió a Cristo».

La conversión de Zolli fue un hecho sorprendente e inaudito que removió los ambientes judíos y cristianos. Después su figura cayó en el olvido, quizá porque su testimonio de vida resultaba «teológicamente incorrecto». El silencio se rompe ahora gracias a la obra de una judía de Nueva York, que ha revivido la experiencia del rabino jefe de Roma convirtiéndose al catolicismo. La autora, Judith Cabaud, nació en Brooklyn, en el seno de una familia judía de ascendencia polaca y rusa. Tras una primera licenciatura en Ciencias en la Universidad de Nueva York, continuó sus estudios en París, donde decidió pedir el bautismo en la Iglesia Católica. Casada con un intelectual francés, es profesora y feliz madre de familia numerosa ( 9 hijos, uno de ellos sacerdote). Ha publicado algunos libros, entre ellos el de su paso del judaísmo al catolicismo (que considera «obvio y obligado para un judío que profundice verdaderamente en su fe»).