El sistema financiero es perverso

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El reciente informe de la FAO de octubre de 2008 ha reconocido que el número de personas con hambre crónica crece en 75 millones al año. Después de 12 años de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación celebrada en Roma en 1996 el genocidio del hambre sigue aumentando.

La misma ONU reconocía  en su informe  sobre desarrollo humano de 1992 que la actual situación de desigualdad e injusticia del comercio internacional le cuesta a los países empobrecidos 500.000 millones de dólares anuales, es decir, diez veces más de lo que reciben como ayuda al desarrollo.


 Y junto al  comercio internacional,  el sistema financiero es otro de los pilares o estructuras perversas (que a través de su usura y la especulación con los alimentos esta creando más hambre y miseria hoy  en la humanidad) como denunciaba Juan Pablo II en la encíclica Sollicitudo rei socialis  que cumple 20 años. El afán de poder y la búsqueda del máximo beneficio a cualquier precio es la fuerza motora de este imperialismo. Solo un 5% del flujo diario de capitales se corresponde con la «economía real» del trabajo y la producción, mientras que el 95% restante se refiere a la economía de la especulación. El  presidente del Parlamento Europeo, el alemán Hans-Gert Poettering declaraba perplejo: «Nunca comprenderé que haya 700.000 millones de dólares de los contribuyentes disponibles para salvar al sistema financiero y no para luchar contra el hambre del mundo». Pareciera que todos y en especial los empobrecidos tienen que pagar tributo con su sangre a un sistema inmoral y genocida que no duda en matar diariamente de hambre a 50.000 niños inocentes. Un verdadero holocausto.


Zapatero declaró en Nueva York que España tenía «el sistema financiero más sólido de la comunidad internacional» y pocos días después ha decidido inyectarle por decreto 100.000 millones de euros de los contribuyentes. Nuestro presidente ha tenido comunicación diaria con el banquero Botín del banco Santander que saldrá fortalecido  de la crisis. Este plan, es el plan de los banqueros, que van a recibir, ¡oh casualidad!, justo lo que deben.