Exigen libertad en la calles de Camboya

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El descontento por los resultados de los comicios, que por primera vez amenazaron la hegemonía del primer ministro Hun Sen, que lleva más de 30 años en el poder, lanzó a miles de personas a las calles en un país que aún vive con cautela cualquier conflicto tras la traumática experiencia de los Jemeres Rojos, un régimen maoísta que acabó con la vida de casi dos millones de camboyanos en los años 70. Hun Sen retuvo el poder tras las elecciones, pero este ha sido desafiado por mareas de manifestantes de forma creciente desde entonces.

Chan Puthisak pasó cuatro meses y 28 días en prisión por ir a una protesta. Era enero de 2014 cuando fue arrestado, uno de los meses socialmente más convulsos que ha vivido Camboya durante los últimos años. Las calles llevaban días llenas de trabajadores del textil que pedían un aumento del salario mínimo de 5 dólares desde los 95 que entonces cobraban. Él no era trabajador de ninguna fábrica, pero llevaba años luchando contra las expropiaciones forzosas y decidió solidarizarse con ellos.

Puthisak se había ganado fama como activista después de luchar contra los planes de las autoridades de construir oficinas y apartamentos de lujo en Boeung Kak, un popular barrio de la capital camboyana, y cree que por eso se ensañaron más con él. Los golpes, en la espalda, la cabeza y el estómago, le venían de todos lados y lo dejaron casi inconsciente. Poco después, la policía se lo llevaba arrestado. Las protestas de aquellos días, a principios del pasado año, se saldaron con cuatro muertos, un desaparecido y 22 detenidos más.

No era la primera vez que ocurría algo similar en Camboya. Amnistía Internacional acaba de publicar el informe «Tomar las calles. Libertad de asamblea pacífica en Camboya» en el que denuncia la violencia sistemática que se ha ejercido sobre los militantes en el país y que se ha incrementado desde las reñidas elecciones de 2013, que marcaron un antes y un después en la lucha por los derechos en el país.

En total, la investigación de la organización documenta desde julio de 2013 «al menos seis personas muertas» debido a disparos de bala de las fuerzas de seguridad. Además, la organización teme que un séptimo, el joven Khem Phaleap (de 16 años) también falleciera debido a su participación en una protesta. «La última vez que fue visto fue el 3 de enero de 2014, tumbado en la calle Veng Sreng de Phnom Penh con una aparente herida de bala en el pecho», recoge el estudio.

«Durante los últimos dos años, la gente ha salido a las calles a pedir sus derechos como nunca antes, pero las autoridades han respondido normalmente con represión violenta», asegura en una nota de prensa Rupert Abbott, director de investigación de Amnistía Internacional para el Sudeste Asiático y el Pacífico.

El descontento por los resultados de los comicios, que por primera vez amenazaron la hegemonía del primer ministro Hun Sen, que lleva más de 30 años en el poder, lanzó a miles de personas a las calles en un país que aún vive con cautela cualquier conflicto tras la traumática experiencia de los Jemeres Rojos, un régimen maoísta que acabó con la vida de casi dos millones de camboyanos en los años 70. Hun Sen retuvo el poder tras las elecciones, pero este ha sido desafiado por mareas de manifestantes de forma creciente desde entonces.

Junto a las manifestaciones políticas, las protestas por las condiciones en la industria textil, como a la que acudió Puthisak, han sido uno de los principales focos de oposición. Camboya es uno de los principales centros textiles del Sudeste Asiático y el sector supone hasta un 85% de sus exportaciones. Durante años el sector ha sido vigilado con lupa por las organizaciones sociales debido a las duras condiciones de las fábricas, con jornadas de hasta 16 horas, durante seis e incluso siete días a la semana, a cambio de salarios que no cubren las necesidades básicas. Los despidos arbitrarios, retrasos en los pagos y desmayos masivos, provocados por la mala alimentación de los trabajadores, el exceso de trabajo y las altas temperaturas han sido casi la norma en los talleres.

Fuente: Desalambre