FUGA de CEREBROS en el MUNDO ÁRABE

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Según destaca un reciente informe del Gulf Centre of Strategic Studies, con sede en El Cairo, el porvenir intelectual del mundo árabe se ve seriamente amenazado por la creciente emigración de científicos y profesionales que registra los peores índices a nivel mundial, al constituir, hoy por hoy, algo más de un tercio del total de la «fuga de cerebros» desde los países en vías de desarrollo hacia el Norte industrializado. «Si los diez mil expertos en medicina y biotecnología que trabajan en el exterior regresaran, se podría lanzar una verdadera revolución científica en Egipto»,comentó a raíz de la publicación del informe la exministra de investigación científica egipcia Vence Kamel Gouda. Los ingresos del «oro negro» que en opinión de muchos sólo sirvieron para corromper las elites y condenar a la miseria amplios sectores de la población, fueron utilizados para construir ciudades de todo lujo y centros comerciales que nada tienen que envidiar a sus pares en Occidente, pero en nada contribuyeron a la creación de una infraestructura científica.



Fecha Publicación: 17/06/2004
Agencia de Información Solidaria (AIS)
Edith Papp, Periodista

Del esplendor de la civilización árabe, al desierto científico Fuga de cerebros en el mundo árabe Mientras múltiples foros abordan los factores políticos y socio-económicos que contribuyen a la desestabilización del Medio Oriente -unas veces coincidiendo con las percepciones de los dirigentes de la región, otras en frontal oposición a su modo de ver– poco se habla de sus perspectivas para la creación de la sociedad del conocimiento, como modelo de futuro.

Según destaca un reciente informe del Gulf Centre of Strategic Studies, con sede en El Cairo, el porvenir intelectual del mundo árabe se ve seriamente amenazado por la creciente emigración de científicos y profesionales que registra los peores índices a nivel mundial, al constituir, hoy por hoy, algo más de un tercio del total de la «fuga de cerebros» desde los países en vías de desarrollo hacia el Norte industrializado.

De acuerdo con las conclusiones del estudio dado a conocer a principios de junio, los países árabes pierden cada año un 50% de sus médicos recién graduados, el 23% de sus ingenieros y el 15% de otros científicos, que buscan mejores oportunidades principalmente en Estados Unidos, Gran Bretaña o Canadá.

En lo que se refiere a los jóvenes árabes que estudian fuera de sus países: un 45% prefiere no regresar, por los más diversos motivos que van desde la falta de una remuneración adecuada o de oportunidades de desarrollo profesional, hasta la inestabilidad política o la falta de un ambiente propicio para la investigación científica.

Según el citado estudio, haría falta incrementar once veces el presupuesto destinado a investigación y desarrollo para revertir esa tendencia -teniendo en cuenta que en la actualidad el mundo árabe en su conjunto dedica apenas el 0,15% de su Producto Interior Bruto a esta esfera-, además de adoptar otras medidas importantes como la elaboración de una estrategia panarabe de fomento a la ciencia. Otras fuentes, a su vez, insisten en la necesidad de introducir importantes cambios en sus sistemas educativos de base, fomentando valores como el pensamiento crítico y el libre espíritu de investigación, y abrirse a las nuevas tendencias del mundo exterior, aprovechando sus ventajas en vez de rechazarlas por su procedencia.

«Si los diez mil expertos en medicina y biotecnología que trabajan en el exterior regresaran, se podría lanzar una verdadera revolución científica en Egipto»,comentó a raíz de la publicación del informe la exministra de investigación científica egipcia Vence Kamel Gouda.

Otros analistas destacan la importancia de recientes iniciativas para detener la fuga de cerebros, como es la creación en el año 2000 de la Fundación de la Ciencia y la Tecnología en los Emiratos Árabes Unidos -uno de los países de la región que junto con Egipto, Pakistán y Jordania, más esfuerzos realiza para promover el desarrollo científico- y otra institución de características parecidas en Qatar, así como los intentos de crear redes de comunicación e intercambios con científicos árabes trabajando en el exterior para incorporarlos en los proyectos nacionales.

Sin embargo, negar que estas iniciativas son apenas una gota en un océano de dificultades sería pretender tapar el sol con un dedo. Demasiadas circunstancias separan al mundo árabe de hoy de su época de florecimiento cuando las maravillas de la arquitectura, los prodigios de la medicina y el alto nivel de otras disciplinas científicas convirtieran las grandes urbes como Toledo o Córdoba, hoy españolas, y otras como Damasco o Bagdad, en verdaderos santuarios del conocimiento, motivo de envidia para la Europa medieval.

La lengua árabe, vehículo del saber en aquellos siglos tempranos del islamismo –como hoy lo es el inglés– dejó de ser destino privilegiado de las traducciones; la calidad de la enseñanza se ha deteriorado en los últimos cien años, concentrándose fundamentalmente en lo religioso y descuidando otros aspectos y contribuyendo a las dificultades de adaptarse a las nuevas tecnologías.

Los altos índices de pobreza, alimentados por las desigualdades sociales y los efectos de la explosión demográfica que elevó al número uno del ranking mundial la proporción de personas mantenidas por cada trabajador en activo, el analfabetismo (que en el caso de las mujeres se aproxima al 50%), los exiguos presupuestos educacionales para los niveles básico y secundario, así como el bajo nivel de acceso a Internet (sólo un 0,6% de los árabes utiliza los servicios de la red y 1,2% tiene acceso a un ordenador personal) reflejan hoy una escasez poco digna de las glorias intelectuales de ayer en estos países que poseen el 75% de las riquezas petrolíferas del mundo.

Los ingresos del «oro negro» que en opinión de muchos sólo sirvieron para corromper las elites y condenar a la miseria amplios sectores de la población, fueron utilizados para construir ciudades de todo lujo y centros comerciales que nada tienen que envidiar a sus pares en Occidente, pero en nada contribuyeron a la creación de una infraestructura científica.

Según el Informe de Desarrollo Humano Árabe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (UNDP) emitido en octubre de 2003 –recibido con fuerte criticismo en los países de la región por algunos aspectos controvertidos de sus argumentaciones-, los hombres de negocios más ricos de esos países prefieren invertir en Estados Unidos y otros países occidentales en vez de crear capacidades en sus propios países e importan know-hows foráneos en vez de formar a las nuevas generaciones de sus compatriotas para revitalizar la actividad intelectual y extender los conocimientos tan necesarios a sectores cada vez más amplios de la población.

La falta de voluntad política y flujos financieros se refleja no sólo en el bajo nivel de gastos en investigación y desarrollo, la pobreza de las bibliotecas universitarias o la escasez de medios para la educación en general: de acuerdo con el documento anteriormente mencionado, entre 1980 y 2000 los países árabes en su conjunto registraron en total 370 patentes, mientras en el mismo período esa cifra en Corea del Sur se elevó a 16.328.

Ante tal panorama la prestigiosa revista «Nature» calificó hace poco en un artículo al mundo árabe como un verdadero «desierto científico», que se empobrece, año tras año, con la constante fuga de cerebros.

Aunque la expresión pueda parecer algo exagerada, no cabe la menor duda que los países árabes –atenazados hoy entre el declive de la ciencia y el alza del extremismo– deberán convertir las próximas décadas en un «período especial» para el desarrollo acelerado de la cultura y del conocimiento científico.

Para los efectos de los resultados tan necesarios, da lo mismo como lo hacen: ya sea mirándose en el espejo de sus propias glorias pasadas, ya sea concentrándose en el objetivo de cerrar filas con las naciones en vías de desarrollo que se labran puestos de excelencia en la carrera mundial rumbo a la sociedad del conocimiento. Lo importante es emprender, cuanto antes, una lucha sin cuartel contra todo lo que impide, desde dentro y desde fuera, en lo político, lo social, lo económico y lo cultural, el ascenso de esa civilización a cotas ya conocidas de hace muchos siglos, antes de que el ritmo arrollador del desarrollo de Occidente condene definitivamente a la nación árabe a ser meros consumidores de los productos intelectuales ajenos, con todas las consecuencias que de allí emanan.