Genocidios en Nankín y Armenia… ¿Por qué mirar para otro lado?

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¿Podemos mirar hacia otro lado mientras suceden los hechos de genocidio, o mientras todavía no se reconoce el sufrimiento de las víctimas? ¿No es reconocerlos y pedir perdón, cada uno por nuestra responsabilidad directa o indirecta, la mejor receta o vacuna para las generaciones posteriores?

Armenia

Recientemente Alemania ha reconocido el genocidio armenio (1915-1923), no sin pocas protestas de Turquía, potencia siempre presente en las relaciones euro-asiáticas, más si cabe con su intención de entrar en la UE y los deplorables acuerdos sobre la “contención de refugiados” a cambio de otras concesiones.

Durante la primera Guerra Mundial un millón y medio de armenios fueron exterminados y otros seiscientos mil fueron deportados por el Imperio Otomano, que los acusó de colaborar con el enemigo ruso. Turquía, en cambio, lo considera una guerra civil en la que murieron medio millón de armenios y una cantidad similar de turcos.

En 2015, el Papa Francisco tuvo la valentía de condenar este genocidio, y afirmaba que “la humanidad ha vivido en el siglo pasado tres tragedias inauditas”; “la primera, la que es generalmente considerada el primer genocidio del siglo veinte fue el del pueblo armenio. Las otras dos son el nazismo y el estalinismo”.

Otro ejemplo es el de la masacre de Nankín

Una masacre producida por el ejército japonés en la ciudad china de Nankín produjo más de 100.0000 muertos.
La masacre cometida por las tropas imperiales japonesas en la ciudad china de Nankín es uno de los episodios más terribles, abominables y controvertidos de la larga contienda que en Asia se superpuso a la II Guerra Mundial tras precederla. Cuando los panzers alemanes invadieron Polonia en septiembre de 1939 China ya hacía ocho años (desde la ocupación de Manchuria en 1931) que se desangraba víctima de la invasión japonesa y de la guerra de tintes raciales y genocidas que libraba el ejército del emperador Hirohito y que costó la vida a 10 millones de chinos.

En ese contexto, la matanza perpetrada tras la caída el 13 de diciembre de 1937 de la entonces (desde 1928) capital de la República China, alcanzó unas cimas de horror, salvajismo y depravación que resultan escalofriantes incluso en una época que vería los espantos de Auschwitz y el frente ruso.

Los documentos relativos a las atrocidades cometidas por el ejército imperial japonés en 1937 en China figurarán de ahora en adelante en el Registro de la Memoria del Mundo de la Unesco. Hace unos meses Japón, rechazó los documentos por “inexactos”, “incompletos” o con falta de autenticidad.
En el libro La violación de Nanking, en el que Iris Chang pasa revista a los acontecimientos con minuciosidad científica pero sin ocultar su espanto y su indignación (ofrece datos como que la sangre derramada en Nankín pesaría 1.200 toneladas, o que los cuerpos de los supliciados llenarían 2.500 vagones de tren y alcanzarían apilados la altura de un edificio de 72 plantas).

Para Chang, la masacre de Nankín es nada menos que “el Holocausto olvidado de la II Guerra Mundial” y ante ella los japoneses deberían posicionarse como hicieron los alemanes con el genocidio nazi: reconociendo la culpa colectiva en ese y otros capítulos negros de su comportamiento en la contienda, como el uso de armas químicas y bacteriológicas, los experimentos con humanos, el maltrato de los prisioneros Aliados o el reclutamiento forzoso de mujeres para convertirlas en prostitutas del ejército.

Según Chang, la diferencia de actitud tiene mucho que ver con que, por razones geoestratégicas, EE UU estuvo interesado en pasar rápido hoja con Japón por el interés en frenar el comunismo en Asia. De ahí que, en aras de la estabilidad, se mantuviera a Hirohito en el trono pese a la evidencia de su conocimiento si no responsabilidad directa en crímenes de guerra como el de Nankín (uno de los generales de las tropas que perpetraron la matanza, recalca Chang, era el príncipe Asaka, su tío). Hubiera sido difícil concienciar a los alemanes de su culpa sin castigar a la cúpula hitleriana.

Por otro lado, las atrocidades nazis y su omnipresencia en el discurso histórico sobre la II Guerra Mundial han hecho que las que cometió el ejército japonés hayan quedado a menudo en segundo plano.

Como se puede ver en la historia con estos y más ejemplos del siglo XX, las causas de los genocidios tienen siempre varios actores: Los directamente ejecutantes (burócratas, tecnócratas, miembros del partido…); los ideólogos y manipuladores; los poderosos, que personal o institucionalmente juegan en el tablero de ajedrez con los pueblos; y los que callan o miran hacia otro lado mientras los hechos ocurren…

No miremos hacia otro lado, porque en el siglo XXI ya tenemos ejemplos.

Autor: Luis Antonio Macías

Fuentes
Sangriento y cruel Banzai en Nankin
Japón suspende aportación a Unesco
El Papa reconoce genocidio armenio