Guillermo Rovirosa: amante de la técnica, amante de la Verdad

2564

Guillermo Rovirosa, al finalizar la guerra en 1939, se vio condenado a varios años de cárcel, impuestos por el franquismo como consecuencia de haber pertenecido al comité de empresa, elegido por sus compañeros en representación obrera.

Tras pasar un año en la cárcel, trabajó, bajo custodia policial, en el montaje de las instalaciones del Instituto Torres Quevedo, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Esto le ayudaría a recobrar la libertad.

Gregorio Ramón, investigador, conoce a Rovirosa, trabajando ambos en unos laboratorios farmacéuticos. Nos relata Gregorio, que después de la guerra, Guillermo aceptó el reto de abordar por primera vez en España, el problema de la refrigeración de una manera teórico-práctica, colaborando con pequeñas empresas dedicadas al embutido, con instalaciones adaptadas a las condiciones de humedad relativa y temperatura de la fábrica.

«¿Quién era entonces, en los años treinta, capaz de abordar y resolver un problema de esta índole?», se pregunta Gregorio Ramón y se responde: «Solo una personalidad con una rigurosa formación científica, de alta calidad y de gran pasión por la técnica».

Gregorio nos enumera en el libro sobre Rovirosa (ediciones Voz de los sin Voz), como, cuando no tenía medios para desarrollar su investigación técnica los creaba; calorifugando habitaciones consiguiendo temperaturas bajas y fijas a distintas alturas, fundamental para la investigación químico-bacteriológica; construye una máquina de llenado y cerrado automático de ampollas de vidrio; arreglaba como si de fábrica hubieran salido fotómetros, microscopios, potenciómetros, balanzas de precisión. Todo problema teóricamente irresoluble le apasionaba.

Como curiosidad G.Ramón señala como Guillermo ante su afición por la sopa de copos de avena, que adquirió en sus estancia en París, (no existían en España), construyó en el taller una máquina ingeniosa y complicada, para quitarle la cutícula al grano de avena.

Antes de su llegada a Monserrat se dedica a hacer un aparato de destilación en vacío, un horno para fabricar determinados electrodos de grafito, una fábrica de cemento a escala para cemento dental… En Monserrat abordó problemas de envejecimiento de determinados licores, con procesos alternativos de frío y calor; arregla la imprenta del monasterio, una de las más antiguas de España, donde compuso e imprimió los primeros números del BOLETIN de la HOAC.

Estudia la posibilidad de instalar una fábrica de gas en Monistrol, para suministro del Monasterio y de la zona. Con un amigo obtiene el LINDANE (insecticida), con el uso de corriente eléctrica, luz solar, cloro y benceno. Construyó para este proceso una centrifugadora regulable de 3.000 a 4.000 rpm., con la originalidad de estar suspendida del motor, sin estar rígidamente unida, resultando sumamente práctica y barata de coste.

Podríamos continuar con innumerables ejemplos del amor a la verdad y a la técnica, de este converso que dedicó su ciencia y sabiduría a los últimos de la tierra, a la Iglesia, en la promoción de militantes cristianos pobres. No podemos separar en su vida, en su persona ese único amor a la verdad, en la técnica y en la fe.

Por L. Antúnez