La masacre de la iglesia de Fátima en Bangui

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Una historia diaria de sufrimiento, dolor y solidaridad entre los habitantes de Bangui. Los intentos de romper cualquier reconciliación en el pueblo dificultan la labor de personas e iglesias por la paz. Una carta escrita desde el dolor por lo que está sucediendo.

Por proximidad en el tiempo tenía que haber escrito esto ayer (jueves 29 de mayo), pero no pude. Cuando leí que más de 15 personas habían sido masacradas el día anterior en la Iglesia de Nuestra Señora de Fátima, en Bangui un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Inmediatamente llamé al padre Moses Ottii, ugandés, vicario de la iglesia quien me contó más detalles. Él mismo tiene que usar aún muletas para andar después de recuperarse de una puñalada que recibió hace un par de meses cuando trató de salvar a una chica musulmana a la que querían matar a machetazos a la puerta de la iglesia.

Lo del miércoles 29 de mayo fue una masacre programada. El barrio llevaba ya muchos meses en un clima de tensión y violencia que subió de tono el domingo 27, cuando tres jóvenes musulmanes que se dirigían a un partido de fútbol de reconciliación entre cristianos y musulmanes fueron asesinados en plena calle por varios milicianos “anti-balaka” y sus cuerpos salvajemente mutilados. El lunes y el martes hubo enfrentamientos armados entre los anti-balaka y milicias musulmanas del barrio. El miércoles, al mismo tiempo que proseguían los intercambios de disparos, varios jóvenes musulmanes armados –asociados a la Seleka- llegaron a eso de las tres de la tarde en dos coches pick-up y varias motos a la entrada de la parroquia, donde se agolpaban varios miles de personas refugiadas en su recinto. Durante al menos una hora dispararon a los civiles indefensos, degollaron a algunos de ellos y lanzaron granadas de mano, entrando incluso en la iglesia, que estaba atestada de una multitud aterrorizada.

Los tres sacerdotes combonianos de la parroquia –un italiano, un centroafricano y un ugandés- encerrados junto con muchas otras personas en sus habitaciones, estuvieron más de media hora haciendo interminables y angustiosas llamadas telefónicas a los soldados franceses y a los soldados burundeses de la fuerza de mantenimiento de la Unión Africana (conocida como MISCA). Tardaron más de una hora en llegar, cuando los agresores ya se habían ido y lo único que quedaba por haber era recoger los cadáveres y llevar a los heridos al hospital. El balance final fue de 17 muertos y más de 30 heridos graves, pero la cifra final de víctimas seguramente será mucho mayor porque los asaltantes se llevaron secuestradas a otras 50 personas, algunas de las cuales se sabe a ciencia cierta que fueron asesinadas cuando los militantes se replegaron a sus escondites en el barrio.

Ayer jueves, y hoy viernes cuando escribo estas líneas Bangui está en llamas. Miles de personas llevan dos días poniendo barricadas en las principales avenidas de la capital y protestando por la matanza, al mismo tiempo que piden la dimisión del gobierno de transición y la marcha de las tropas burundesas, a las que acusan de connivencia con los hombres armados que causaron la matanza. Los amigos con los que conseguí hablar ayer por teléfono estaban encerrados en sus casas, muertos de miedo, y me contaban que se oían disparos y detonaciones por todas partes. Lo peor de todo fue que grupos de exaltados entraron el el barrio de Lakouanga, en el centro de la capital, el único barrio donde musulmanes y cristianos habían conseguido vivir en paz y sin hacerse daño, y destruyeron la mezquita. Muchos musulmanes fueron expulsados del barrio.

En la iglesia de Fátima, como en el resto de las parroquias de Bangui, han acogido desde diciembre del año pasado a miles de personas que han huido de la violencia. La parroquia se encuentra en el que seguramente es el barrio más caliente de Bangui: el conocido como“Kilómetro Cinco”, donde cristianos y musulmanes han convivido durante generaciones, a veces con alguna tensión, pero en general sin grandes problemas. Todo cambió con la llegada de los rebeldes musulmanes de la Seleka a Bangui a finales de marzo de 2013. Los saqueos, asesinatos y secuestros que realizaron contra los cristianos provocó las iras de estos contra sus vecinos musulmanes, que generalmente no sufrieron las agresiones de la Seleka y a quienes en muchas ocasiones se acusó de pasividad, o incluso de colaboración con los milicianos.

Tras la caída del gobierno de la Seleka y la partida de su presidente, Michel Djotodia, el pasado 10 de enero, las milicias anti-balaka, que surgieron a partir de septiembre de 2013 para luchar contra la Seleka, ocuparon cada vez más barrios de Bangui e impusieron su ley, atacando a los civiles musulmanes y saqueando sus propiedades. Se calcula que el año pasado había en Bangui unos 150.000 musulmanes y que últimamente apenas quedaban unos 2.000. Tras estos últimos acontecimientos es posible que los pocos que quedan huyan de la capital ante el temor a las represalias.

En las iglesias católicas y de otras confesiones cristianas han encontrado refugio todos los que lo necesitaban, cristianos y musulmanes, y los líderes religiosos con el arzobispo de Bangui –Dieudonné Nzapalainga- a la cabeza han intentado evitar las venganzas y luchar por el entendimiento entre las personas de distintas religiones, con grave riesgo para sus vidas. Pero su influencia entre las milicias armadas es limitada y los verdaderos responsables de los ataques se quitan de encima su responsabilidad cada vez que hay una matanza, argumentando que han sido elementos incontrolados, o echando la culpa al contrario.

El debilísimo gobierno de la transición calla, no se presenta en el lugar de los hechos cuando la gente necesita ser escuchada, o a lo sumo denuncia que hay un supuesto complot para desestabilizar su autoridad. Y hablamos de lo que ocurre en Bangui. En el resto del país las matanzas y los abusos ocurren a diario y nadie sabe cuánta gente que se ha refugiado en la selva ha empezado a morir ya por falta de alimentos y medicinas Mientras tanto, me da pena, muchísima pena pensar que la República Centroafricana sigue cayendo por el abismo desangrándose en una vorágine de muerte y violencia que nadie parece capaz de detener

Fuente: En clave de África