LA NOVIOLENCIA EVANGÉLICA: Un documento histórico de obispos de Iberoamérica.

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Documento final del Encuentro Internacional de los Obispos de Iberoamérica. Reconociendo que también nosotros somos débiles y pecadores, responsables con los otros hermanos de la injusticia que existe en el mundo, hicimos como gesto de penitencia un ayuno absoluto de 24 horas el 1º de diciembre. Este ayuno quería ser igualmente un modesto gesto de comunión con los millones de hambrientos, que esperan un mundo justo donde todos los hombres sean tratados como hijos de un mismo Padre. En ese clima fue redactado este texto…
Documento final del Encuentro Internacional de los Obispos de Iberoamérica.

 

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«Voz de los Sin Voz» pone a tu servicio el libro NO VIOLENCIA de Hildegard Goss- Mayr., de donde hemos recogido este escrito. La colaboración económica es de 1,25 Euros.

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La afirmación del movimiento iberoamericano de no-violencia continua progresivamente. Después de un primer encuentro en Costa Rica, en 1971 los movimientos de liberación no-violenta en América Latina se reunieron de nuevo en 1974 en Colombia.

Del 28 de Noviembre al 3 de Diciembre de 1977 se reunieron alrededor de 21 Obispos del Continente sobre el mismo tema de trabajo en compañía de algunos sacerdotes y laicos. El encuentro tuvo lugar en Bogotá, Colombia. He aquí los 21 obispos:

Mons. Jorge Manrique (La Paz), Jesús López de Lama (Bolivia), José María Pires (Peraiba-Brasil), Angélico Sandalo (Sao Paulo-Brasil), Antônio Fragoso (Crateus-Brasil), Lelis Lara (Itariba-Brasil), Tiago Posma (Garanhuns-Brasil), José Rodríguez de Souza (Juazeiro-Brasil), Enrique Alvera (Chile), Fernando Aritzia (Copiapó-Chile), Carlos Camus (Linares-Chile), Alejandro Jiménez (Talcares-Chile), Jorge Hourton (Santiago de Chile), Leónidas Proano (Riobamba-Ecuador), Pedro Aparicio (San Vicente-El Salvador), Arturo Ribera Damas (Santiago de María-El Salvador), Miguel Obando Bravo (Managua-Nicaragua), Albano Quinn (Sicuani-Perú), Luis Bambaren (Lima-Perú), Jesús Mateo Calderón (Puno-Perú).

A petición del Cardenal Aloisio Lorscheiner, Presidente del Celam, fue elaborado el documento final, cuyo texto íntegro presentamos aquí. Se dirige a las comunidades cristianas de América Latina, y constituye una contribución a la preparación de la III Asamblea general del Episcopado Latinoamericano de Puebla, Méjico (Febrero 1979).
(Traducción DIAL, nº 414, PARÍS)

No se nos da a menudo, el poder vivir un encuentro tan amigable, tan sencillo y en tal clima de disponibilidad. Los 20 obispos junto con los sacerdotes y laicos que constituimos el grupo, originarios de 9 países de América Latina hicimos una experiencia de vida fraterna extremadamente rica. Invitados por el Movimiento Internacional de Reconciliación, Pax Christi, El Secretariado Latinoamericano de Cáritas y el Servicio de Paz y Justicia (de orientación no-violenta) nos reunimos en Bogotá para comenzar nuestro trabajo bajo la presidencia, para la sesión inaugural, del Cardenal Aloiso Lorscheiner. El tema de nuestra reflexión era la situación de violencia y la respuesta cristiana de la no-violencia, como fuerza social y liberadora del hombre, inspirada en el Evangelio.

Era nuestra forma de expresar nuestra comunión profunda con el Santo Padre, que había elegido para el día de la Paz el tema de NO a la violencia, SÍ a la PAZ.

Veníamos de numerosos países para dar testimonio de una Iglesia comprometida con los más pobres, a veces hasta con el don de la vida. Significamos el gesto de numerosos testigos de la caridad cristiana que vertieron su sangre por la justicia, por la paz, por la defensa de los débiles y de los oprimidos.

Desde el principio de nuestro encuentro que revistió los rasgos de un verdadero retiro espiritual, pensamos que si la declaración final no iba marcada por el sello de nuestra sangre y de nuestro sacrificio, carecería de significado profundo y no conduciría al radicalismo del Evangelio. Por ello vimos que los tiempos fuertes eran los de la oración y los de la celebración. Tratamos de identificar y de reconocer a partir del texto de Isaías 53 los servidores sufrientes que encarnan hoy el misterio del Señor Jesús y su obra de redención.

Reconociendo que también nosotros somos débiles y pecadores, responsables con los otros hermanos de la injusticia que existe en el mundo, hicimos como gesto de penitencia un ayuno absoluto de 24 horas el 1º de diciembre. Este ayuno quería ser igualmente un modesto gesto de comunión con los 5 millones de hambrientos, que esperan un mundo justo donde todos los hombres sean tratados como hijos de un mismo Padre. En ese clima fue redactado este texto:

Estamos preocupados por la situación que marca tan fuertemente la historia y la vida de nuestros pueblos.

Observamos con tristeza que el escándalo de disparidades, que claman al cielo, no sólo en el disfrute de los bienes, sino también en el ejercicio del poder (Populorum Progressio) se ha agravado, y que la situación de pecado tal como lo habían hecho notar los obispos en Medellín continua sin cambio, y ha empeorado más todavía.

Vivimos en un clima de violencia. Hay violencia en el plano económico, a causa de crisis agudas, de devaluaciones monetarias repetidas, del paro, y de coste social elevado, que en definitiva pagan los más pobres, y desprotegidos. Hay violencia en el plano político, pues nuestros pueblos son, unos más que otros, privados del derecho de expresión, de participación y del ejercicio de sus derechos cívicos. Y más grave todavía para numerosos países, hay que añadir las violaciones de los derechos del hombre, la práctica inhumana de la tortura, los raptos y los asesinatos. La violencia se manifiesta también a través de las diversas formas de delincuencia, la evasión por la droga, el abuso de la mujer. Estas son tristes expresiones de frustración, de decadencia espiritual y cultural para pueblos que pierden así la esperanza en otro porvenir.

No podemos refugiarnos en teorías ni abrigarnos detrás las condenaciones de grupos a grupos. La violencia está ahí, es un hecho. La injusticia existe, es una realidad. Como cristianos no podemos transigir esta situación. No podemos habituarnos al mal, sobre todo si se manifiesta cotidianamente y de forma repetida. No podemos callarnos sobre todo si tratan de intimidarnos con amenazas, campañas de difamación y represalias. y todavía menos podemos aún aceptar que la violencia sea presentada como una exigencia de la fe, como una salvaguarda de los «valores humanistas y cristianos que hay que defender».

Para presentar sencillamente el fruto de nuestras reflexiones a las comunidades eclesiales de América a Latina, insistiremos en primer lugar sobre nuestra forma de ver los hechos.

Luego abogaremos por una solución enérgica, radical y evangélica, fruto de la doctrina y del ejemplo del Señor Jesús, que reconocemos como el verdadero y sólo Señor de la Historia. La fuerza del Evangelio es la encarnación, no sólo de la verdad de Dios sino también de su previsión . Es una previsión que está actuando en la historia para transformarla. Creemos en la fecundidad de la acción inspirada por el amor, como así nos lo recuerda insistentemente Pablo VI; y la preferimos a la violencia que no es cristiana ni evangélica, y que se revela ineficaz.
I. LA VIOLENCIA EN AMERICA LATINA

Hablar de violencia en nuestro continente, no es ignorar la realidad mundial de la violencia -tampoco negamos los signos de esperanza para el futuro-. Pero esos signos no están primero constituidos por los éxitos políticos y económicos (por ejemplo la estabilidad que proviene de los regímenes autoritarios, o el crecimiento de ciertos sectores de la economía) pues estos logros enmascaran a menudo la impotencia del precio en las masas marginadas por la violencia que se les impone. Los verdaderos signos de esperanza residen verdaderamente en la toma de conciencia creciente del pueblo, en la solidaridad fraterna, en la ayuda mutua, y en la búsqueda de una sociedad más justa y más humana. Vemos ahí la manifestación de la acción liberadora del Espíritu Santo. Ahí están los verdaderos bienes que «encontraremos más tarde, pero purificados de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo presente a su Padre un Reino Eterno y Universal, Reino de Verdad y de vida, Reino de santidad y de gracia Reino de justicia, de amor y de Paz. (Gaudium et Spes, 39).

LA VIOLENCIA EN EL PLANO ECONOMICO

Subrayamos y denunciamos la violencia que predomina en el mercado internacional de productos manufacturados y materias primas. «La justicia social declaraba Pablo VI, exige que el comercio internacional, para ser humano y moral, restablezca entre las dos partes al menos, cierta igualdad de oportunidades (Populorum Progressio, 61). Aunque los países pobres hayan hecho múltiples esfuerzos para hacerse oír y para que sus reivindicaciones sean acogidas, las conferencias internacionales se clausuran con el fracaso, y las soluciones llamadas de urgencia se ven sin cesar rechazadas. Las aspiraciones a un orden económico nuevo e internacional no llegan a traducirse en medidas concretas, propias para reanimar la esperanza de los pobres de nuestro continente. La situación internacional, repercute igualmente sobre la elección en el interior, los modelos de desarrollo estacionados, provocan la baja del nivel de vida popular. Y aún las reformas, comenzadas por la reforma agraria, por ejemplo, parece que ha de detenerse, cuando no retroceder, como ocurre en ciertos países.

Contrariamente a esto, el poder de los grandes complejos industriales de los cuales algunos tienen una economía que sobrepasa de lejos la de cierto número de naciones latinoamericanas, está en expansión y se refuerza. Los beneficios sacados por estas Empresas transnacionales gracias a sus capitales y a su tecnología, no parecen compensar el riesgo que representa un poder considerable, que les permite llevar sus estrategias autónomas, en gran parte independiente de los poderes políticos nacionales así, pues, sin un control bajo el punto de vista del bien común. Al extender sus actividades, estos organismos privados pueden conducir a una nueva forma abusiva de dominación económica sobre el plano social, cultural y hasta político (Octogessima adveniens, 44).

Esto se concluye con una anulación de los esfuerzos de integración latinoamericana.

La violencia económica la practican igualmente aquellos que retiran su dinero del país. Perfectamente conscientes que no se trata de un hecho aislado, bien al contrario, es algo frecuente, hacemos la advertencia de Pablo VI:

«No es admisible que ciudadanos disponiendo de abundantes ingresos, provenientes de recursos y de actividades nacionales transfieran una parte considerable al extranjero, para su beneficio personal, sin inquietarles el perjuicio evidente que ocasionan a su Patria. Hay un verdadero «imperialismo internacional» del dinero (Populorum Progressio, 26), que es el fruto de un liberalismo desenfrenado.

Hay también violencia en la desigualdad creciente de la distribución de la renta nacional. Pequeñas minorías del orden del 5% de la población acumulan riqueza en proporciones que van a veces hasta el 58% de la renta nacional, mientras el 88% de la población debe contentarse con el 40% de la renta nacional. En otros términos: menos de un tercio de la población goza de los dos tercios de la riqueza nacional, mientras el resto de la población debe repartirse el tercio restante (cifras de las Naciones Unidas sobre la distribución de la renta en América Latina 1971). Esta situación tiende a deteriorarse a consecuencia de la baja del valor de la moneda, cuyas repercusiones negativas se dejan sentir, sobre todo en las capas de la población más marginales.

A este cuadro hay que añadir la violencia que sufren los trabajadores desprovistos muy a menudo de los derechos sindicales y obligados a aceptar remuneraciones insuficientes. Conviene a este respecto recordar la advertencia severa de León XIII hace ya cerca de 100 años, en la encíclica Rerum Novarum, nº 32: «Si el obrero obligado por la necesidad o el temor de un mal mayor acepta contra su voluntad una condición mas dura porque el patrono se la impone, o el jefe de la Empresa, sufre con esto una violencia que reclama justicia».

LA VIOLENCIA EN EL PLANO POLÍTICO

No existe en América Latina el clima propicio al discernimiento político al que nos invita Pablo VI ante los ideólogos y sistemas, tanto frente a un liberalismo que sobrepase su insensibilidad social, y respete los derechos colectivos (Cf. Octogesima Adveniens, 76 y 35) como frente a un socialismo que respete los valores «de libertad, de responsabilidad y de apertura a lo espiritual» (Octogesima Adveniens, 31). También América Latina conoce la tentación permanente de la violencia, que se traduce en la resuelta elección del materialismo sofocante «de la sociedad de consumo, que conduce por su propia lógica a la avaricia, al deseo de tener siempre más, y a la tentación de acrecentar su poder» (Populorum Progressio, 18). Y la violencia igualmente por cambiar el sistema. Hay dos clases de violencia: la que ataca y la que defiende. Están los que buscan el conflicto «a todo precio» y los que buscan «la paz a todo precio también». Pero el precio es siempre la violencia. Desaprobamos una y otra, e invitamos a eliminar desde su raíz no al enemigo, sino la causa de la enemistad: «La injusticia». (Episcopado chileno: Evangelio y Paz del 5 de Septiembre de 1971 (1).

Subrayamos y denunciamos en particular la violencia en nombre de la seguridad nacional. «Como bien de una nación, la seguridad es incompatible con la inseguridad permanente del pueblo». (Episcopado brasileño: «Las exigencias cristianas de un orden político», nº 37 del 17 febrero 1977 (2).

La ilegítima preocupación de la seguridad nacional no debe llevarse al extremo, hasta el punto de crear un clima de inseguridad creciente en todo el país: «El terrorismo de la subversión no puede tener como respuesta el terrorismo de la represión». Episcopado paraguayo; declaración del 12 de junio de 1976, nº 8 (3).

La carrera de armamentos además añade la sombra de la duda y de la incertidumbre. Horizonte amenazador de violencia que no puede ser origen de ningún beneficio para nuestro continente. La carrera de armamentos, no es sólo una amenaza de violencia para el porvenir, es ya una violencia que actúa. Es factor de exacerbación de un sentimiento nacionalista opuesto a la comunidad de naciones latinoamericanas, que se niega a tener en cuenta a los pueblos hermanos. «El nacionalismo aísla los pueblos contra su verdadero bien» (Populorum Progressio, 62). Además empobrece nuestros pueblos limitando sus recursos ya débiles, que tan necesarios son, para su desarrollo integral: «El nacionalismo sería particularmente perjudicial allí, donde la debilidad de las economías nacionales exige al contrario la puesta en común de esfuerzos de conocimientos y de medios financieros, para realizar los programas de desarrollo, y acrecentar los intercambios comerciales y culturales» (Populorum Progressio, 62).

OTRAS MANIFESTACIONES DE LA VIOLENCIA

La violencia de los poderosos no trata de manifestarse como tal. Por eso, llama a la mentira, a su vez la mentira no puede bastarse a sí misma, y por ello recurre a la violencia. Así vivimos múltiples formas de violencias, que no se reducen sólo a las relaciones económicas y políticas. Se traducen por la pornografía y la brutalidad, que se han convertido en temas, y en un clima habitual de los medios de comunicación de masas. Penetran en la intimidad del hogar a través de la televisión. La violencia se traduce por los programas que fuerzan al control de natalidad, aceptados por nuestros gobernantes. Constituyen una inmiscuición en la vida de la pareja responsable de su elección para la vida y educación de sus hijos.

Hay violencia cuando por el aborto se suprime una vida humana. Hay violencia cuando la dignidad de la mujer no está respetada, y cuando la mujer no está colocada en pie de igualdad en sus responsabilidades familiares y sociales. Hay violencia cuando la mujer queda reducida al estado de objeto publicitario en la sociedad de consumo. La violencia pesa particularmente sobre los pobres: No tienen trabajo, no tienen acceso a la educación, ni a cuidados médicos.

La juventud también es víctima de la violencia: controlan sus ideas y aspiraciones; les imponen un dogmatismo contra otro; se le niega toda capacidad crítica y toda responsabilidad política. En ciertos países se hace de la Universidad un lugar reservado para la élite, para privilegiados. En otros las universidades reflejan el malestar social y van según capricho de las presiones políticas y económicas. Cuando la juventud no tiene la posibilidad de darle un sentido a la vida, de desembocar en una esperanza, acaba por evadirse en la droga o en la delincuencia. Deploramos el equívoco de tantas expresiones de sus protestas, y la inutilidad de tantas de sus acciones para llegar a un cambio efectivamente necesario.

LA LEGITIMIDAD RELIGIOSA DE LA VIOLENCIA

Queremos atraer la atención más clara y vivamente todavía sobre la violencia del Evangelio, cuando se busca una apología y legitimación de la violencia. Jesús no ignoraba que el sistema y estructuras oprimen al hombre. Más aún, se volvió contra la estructura, la más sagrada que existe para un pueblo religioso como es el pueblo judío. «No está hecho el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre». No se puede sacrificar a personas concretas en nombre de las observancias legalistas. La liberación que Él anunciaba la realizó y la obtuvo por su muerte y su resurrección. Pagó el precio caro, el de su propia vida, para hacer a los hombres libres, sustrayéndolos de la esclavitud del pecado, y así, pues, de las esclavitudes que son la consecuencia del pecado.

Jesús no se valió de medios violentos para cambiar las situaciones injustas. Menos aún para mantener la injusticia y defenderla. Por ello, debemos afirmar, que los valores cristianos jamás se defienden por el asesinato, la tortura o la represión. Son unos bien pobres valores «humanistas y cristianos» los que no pueden ser afirmados más que con la violencia. Tales métodos no pueden tomar la defensa de una vida y de un amor que nos hagan libres, porque nos convierten en hijos del Padre y en hermanos de todos los hombres. La fraternidad y la filiación no se mantienen por la fuerza de las armas. Son valores que se viven por medio de la conversión del corazón, acogiendo los dones del Señor con espíritu de pobreza.

II. LAS ACTITUDES ANTE LA VIOLENCIA

Frente a la realidad de la violencia existen varias respuestas. Algunos prefieren ignorarlas negándose a verlas, haciendo abstracción de ellas, refugiándose en el mundo práctico, estrecho y cerrado de su clase social y del universo que les rodea. Otros sin ignorar la violencia, la consideran como inevitable, con actitud fatalista, o como necesaria a título de mal menor, cayendo bajo los golpes de las decisiones libres del hombre. En los que son víctimas de la violencia, ésta engendra pasividad, la resignación y el miedo. Las violencias alcanzan plenamente sus objetivos cuando nos encontramos ante una sociedad masificada, desprovista de sentido crítico, sin solidaridad humana, y domesticada por la sociedad de consumo. Los que reaccionan de esta forma ante las violencias existentes, no creen en la posibilidad de una acción, cualquiera que sea, ni de la acción no-violenta. Es, pues, el reconocimiento del triunfo de la violencia opresiva y represiva: Ve que se le atribuye en la historia la última palabra.

Otros por el contrario se sienten llamados a la rebelión y al combate. No aceptan el mundo de las actuales injusticias. Sueñan con una sociedad más justa. Mas piensan que la realización de esta utopía no puede hacerse sin recurrir a la violencia. Conscientes de la existencia de «situaciones cuya injusticia grita al cielo» tienen la tentación de rechazar por medio de la violencia semejantes injurias a la dignidad humana (Populorum Progresio, 30), mas las tácticas de la contra violencia han conducido a los mayores fallos y a una represión todavía más implacable.

III. LA ACCIÓN NO-VIOLENTA

La situación de violencia que acabamos de denunciar y que no parece mejorar en absoluto a corto plazo constituye para nosotros un desafío. Ante las diferentes respuestas de la pasividad, y del conformismo o de la rebelión, y de la protesta violenta, ¿tenemos una alternativa que proponer para combatir la violencia de los grandes que reduce a los más débiles a la esclavitud? ¿O para impedir que el combate de los oprimidos contra las injusticias que les aplastan desemboque en una escalada de odio y de terror?

La no-violencia se ha presentado a nosotros en este encuentro como la gran ocasión, ofrecida hoy a los cristianos así como a los hombres y mujeres de buena voluntad para que operen en favor de una sociedad cuyo objetivo sea sobrepasar todas las dominaciones.

La acción no-violenta es un espíritu y un método. Existen ejemplos de su eficacia en diversas situaciones de injusticia. Gandhi fue un apóstol de la no-violencia en África del Sur y en la India. Combatiendo por liberarse del colonialismo, por la justicia social y política. Martin Luther King es un mártir de la no-violencia en su defensa por los negros víctimas de los prejuicios raciales. Danilo Dolci luchó por la liberación de poblaciones pobres y contra el terror extendido por la mafia siciliana. César Chávez organiza a los chicanos explotados de los viñedos de California y lucha con ellos con métodos no-violentos. La no-violencia fue igualmente empleada en Checoslovaquia en el momento de la invasión rusa. Estos ejemplos nos parecen a lo mejor alejados o inadaptados o la realidad de América Latina. Sin embargo entre nosotros se levantan hombres convencidos de la causa de la no-violencia. Dom Hélder Cámara ha sido uno de los pioneros de tal acción sobre nuestro continente. Y no está solo. Vemos con gozo que existe ya en el pueblo, sobre todo entre los pobres y oprimidos, en sus líderes y los agentes pastorales ejemplos estimulantes de una acción evangélica no-violenta contra la injusticia y la opresión. América Latina cuenta ya entre sus listas a mártires y confesores de la no-violencia.

Mas nosotros debemos también reconocer que, nosotros cristianos, no hemos denunciado siempre la violencia y la injusticia. En nuestra debilidad y pecado hemos llegado a dar contratestimonios con actitudes de connivencia con los que oprimen a los pobres y están en el origen de las injusticias.

EL ESPÍRITU de la NO-VIOLENCIA

La acción no-violenta es la puesta en práctica de un espíritu y de un método. Como espíritu, la no-violencia tiene como punto de partida la convicción que los hombres no están irremediablemente confrontados unos contra otros como enemigos, sino que en el seno mismo de una situación de conflicto pueden relevar el desafío consistente en sobrepasarlo por el diálogo y el amor. Cuando este conflicto es causa de una situación de injusticia evidente, caracterizada por el predominio del poder de unos sobre otros, pertenece a los débiles emprender una acción hecha de presión moral extremadamente activa y eficaz, pero no-violenta, que haga ver al opresor su injusticia y le lleve a corregirla. De esta forma los dos se liberan; el opresor se libera de la opresión que ejerce; el débil de la opresión que sufre.

Aunque el espíritu de la no-violencia no sea exclusividad de los cristianos, encontramos sin embargo en nuestra fe, en las palabras y en los actos del Señor Jesús motivaciones profundas y ejemplos claros para vivir la acción no-violenta. Esta acción encarna en este caso una forma de vivir el Evangelio afrontando las injusticias de este mundo.

Por ello la no-violencia debe comenzar en la transformación radical de la vida personal. Hay que hacerse violencia a sí mismo, sobrepasar los instintos egoístas que nos dividen y separan de nuestros hermanos. Vencer la tentación del acomodamiento y de la pasividad, o el miedo que se instala en nuestro corazón. Debemos arrancarnos todos los gérmenes de odio, de rencor y de venganza que existen en nosotros y que se revelan en las relaciones interpersonales inmediatas. La no-violencia es una respuesta a la violencia y a la opresión, no es el resultado de mecanismos instintivos que llaman a la misma medida. Es una respuesta que llega de lo más profundo de nuestra libertad interior, y nos hace capaces de restaurar las relaciones humanas a nivel de lo personal y del libre espíritu de reconciliación, no viene nunca de la cobardía o de la debilidad; el perdón cristiano es el fruto del amor; es un acto de libertad y un acto creador de libertad en los otros. El ejemplo más claro del espíritu de la no-violencia se encuentra en el diálogo. Sabemos que es muy difícil dialogar, entonces lo fácil es yuxtaponer dos monólogos. Defendemos sólo nuestra verdad y denunciamos en nuestros adversarios sólo sus errores. La actitud de diálogo verdadero supone al contrario que comencemos por descubrir la verdad del otro, el bien que está en él, y tener la honestidad de decírselo. Esto supone que tomemos conciencia de la forma cómo nosotros mismos en nuestra vida, hemos traicionado esta verdad. Sólo así podremos afirmar nuestra verdad.
Sabiendo que por nuestras actuaciones la hemos traicionado a menudo. El que ha dado estos tres pasos, puede comenzar el cuarto: Decir al otro el mal que está en él, la injusticia que comete. Mas la forma de decirlo debe implicarnos con el adversario para avanzar juntos en el camino de la justicia, reconociéndonos todos pecadores. De esta manera, por el diálogo sincero, se pronuncia la palabra liberadora que libera igualmente al adversario de su mal.

Seguir el camino de la no-violencia es hacer una distinción en el opresor, entre el mal que hace y la persona que es. Se trata de amar a la persona y de detestar el mal. Y para esto la acción no-violenta, no recurrirá jamás al poder, a la fuerza; nunca ofenderá al opresor con una palabra injuriosa. Al contrario, como Cristo, el no-violento se esfuerza por vivir la espiritualidad del Servidor Sufriente (Isaias, 53). Evita todo espíritu de dominio sobre las personas; elimina todos los signos de discriminación o de superioridad. Busca la serenidad a través de un entrenamiento continuo, en vistas a perder el miedo. Vive en la verdad, dice la verdad, defiende la verdad siempre con amor.

Comprometerse en el espíritu y la mística de la no-violencia, es relevar el desafío de seguir a Jesús hasta su fracaso humano aparente, que se ha convertido en el germen de la transformación radical de la humanidad. Es el amor y no la violencia y el odio los que tienen la última palabra en la historia. La resurrección de Jesús nos liberó del absurdo aparente de la muerte sin significado, cuando se está aplastado por las potencias de este mundo, ya que es el anuncio de la fraternidad de todos los hombres, hijos de un mismo Padre que está en los cielos.

E L MÉTODO de la NO-VIOLENCIA

La no-violencia se vive en la acción concreta. Como acción se sitúa respecto a la realidad social y a toda fuerza de violencia instituida. No la ignora ni la enmascara y aún menos la legitima como necesaria e inevitable. La denuncia claramente como resultado del espíritu humano, es el fruto de las decisiones optadas y de preferencias, libres en el hombre. La no-violencia no se confunde con la pasividad ni con el inmovilismo o la tolerancia hacia la injusticia.

Como toda acción humana debe ser perseverante, clara en sus objetivos y metódica en sus etapas. No rechaza la mediación del análisis social; al contrario, lo considera como indispensable para poder discernir los problemas reales, las injusticias concretas con sus causas y sus vínculos profundos. La acción no-violenta pretende provocar cambios en la historia. Su visión del hombre y de la sociedad está el origen de los métodos y los actos de no-cooperación con los sistemas injustos en el orden económico, político y técnico. Estos actos de presión moral colectiva tienden a retirar sistemáticamente todo apoyo a los sistemas injustos. Imponen buscar y realizar, a partir de la base, una alternativa de sociedad socializada. La acción no-violenta implanta ya en la dinámica misma del cambio los valores predicados por este cambio. No implanta la paz por la guerra. No construye, destruyendo. La aspiración a un mundo fraterno y justo no está negada en su fondo por los actos mismos que se orientan hacia la transformación de la sociedad.

En la no-violencia la acción perseverante se nutre de la convicción del valor absoluto de la persona humana. La fe cristiana refuerza poderosamente esta convicción. Creemos en la persona y en la obra de Jesús, el no-violento por excelencia. Si comparamos la acción no-violenta y el marxismo constatamos que los dos quieren sobrepasar los conflictos de la sociedad de clases. Pero cuando tal proyecto cierra su horizonte a la transcendencia condena al hombre a alienarse a si mismo. Sin la presencia del Dios vivo, es imposible sobrepasar las inevitables contradicciones de la condición humana e ir más allá de los condicionamientos psiquico-sociales, que alienan nuestra libertad personal. La razón del valor absoluto del hombre es su apertura al Dios transcendente, su actitud de diálogo con Él.

IV. LÍNEAS DE ACCIÓN

Volvemos a tomar en esta parte algunas de las reflexiones hechas en los grupos de discusión alrededor de tres temas que no agotan evidentemente la totalidad de los problemas y de los desafíos lanzados a la no-violencia. Los transmitimos tal como han sido presentados al final de nuestro encuentro, pero reconociendo que no han sido por falta de tiempo suficientemente maduradas en los grupos, ni examinadas y discutidas. Pero nos ha parecido bueno a la mayoría de los participantes, presentar estas reflexiones para que sirvan de base de partida para una profundización posterior. Son el reflejo de las situaciones vividas en numerosas regiones de América Latina. La Iglesia no puede faltar a proponer sus respuestas, aunque no fuesen definitivas para estos problemas.

Los grupos han tratado estos tres temas: los problemas campesinos, sobre todo los que están ligados a la propiedad de la tierra; los regímenes de seguridad nacional; los conflictos en la Iglesia, sobre todo en el marco de la acción no-violenta por la justicia.

LOS PROBLEMAS DE LA TIERRA

Aunque no podamos analizar aquí los numerosos problemas concernientes a la clase campesina y todavía menos elaborar soluciones para cada uno de ellos, debemos decir sin embargo que la participación libre, activa y responsable de los campesinos es la condición indispensable para llegar a soluciones justas.

Nuestra pastoral respecto a los campesinos debe nacer de la vida en medio de ellos y de la reflexión, en un clima de oración, a fin que los problemas puedan aparecer, y que la vida aflore entera, para ser clarificada a la luz del Evangelio. Debemos ser los testigos de la convicción y de la confianza en el poder movilizador de la oración y el ayuno. Nuestro trabajo pastoral debe permitir la promoción de los campesinos en las comunidades de base, así como en los sindicatos y las organizaciones campesinas, aunque para estos últimos nuestro trabajo pastoral no consiste en organizar directamente tales grupos, sino solamente en preparar y en animar a las personas a asumir este papel como laicos.

El respeto de las personas debe ser presentado en toda nuestra acción: respetar las iniciativas en la expresión religiosa y litúrgica, así como en la puesta en marcha de nuevos ministerios. Debemos también hacer prueba de un mismo respeto cuando los campesinos toman la iniciativa en la defensa de su derecho a la tierra.

Hay casos, sin embargo, en que la Iglesia es la única voz posible para aquellos que no tienen voz. En estos casos si la causa de los campesinos es justa y si lo piden podemos convertirnos en mediadores o tomar su defensa. Esto quiere decir entonces, en ocasiones oponerse al poder de las oligarquías que concentran en sus manos todo el poder de decisión; esto quiere decir también cumplir la misión profética frente a las autoridades gubernamentales y a la opinión pública, tomando la defensa de los derechos de los campesinos, así como frente a estos, haciéndoles tomar conciencia de su derecho.

LOS REGÍMENES DE SEGURIDAD NACIONAL

En el seno de situaciones de violencia de la que sufre América Latina han surgido en diversos países, regímenes políticos nuevos, de tipo autoritario, muy a menudo asumido por las Fuerzas Armadas. Estos regímenes se presentan como la solución y el remedio necesario a los problemas de la violencia. Hacemos nuestro su propósito de poner fin a los actos de violencia instituida, pero según nuestro punto de vista los medios utilizados para remediar estos males merecen algunas objeciones.

En general los métodos empleados son la puesta en práctica de la perspectiva según la cual una violencia se combate con otra violencia. Es la espiral de violencia que se prolonga así indefinidamente. La represión de la violencia por un Estado que utiliza los mismos métodos violentos contribuye a aumentarla en lugar de restringirla. El modo como se pretende llegar a la seguridad conduce de hecho, como un círculo vicioso, a la inseguridad. Así pues, la violencia de la oposición engendra la inseguridad a nivel de Estado. El Estado a su vez siembra la inseguridad en los ciudadanos por sus medidas de represión violenta y la inseguridad de la población, engendra de nuevo una mayor violencia por parte de la oposición contra la que el Estado responde, proceso sin fin, por una represión acrecentada.

1) Es necesario que alguien rompa el circulo vicioso de la inseguridad y de la violencia. La violencia de los regímenes de Seguridad Nacional legitimada en primer lugar por la lucha contra el terrorismo. Rechazamos a priori y de forma absoluta todo acto de terrorismo y de violencia. No le reconocemos ningún valor en el combate por la justicia social. Reconocemos de otra parte que el Estado tiene la misión de reprimir los actos de terrorismo, los raptos de individuos, los desvíos de aviones, etc. y prevenir su repetición, en la medida de lo posible y por medios moralmente aceptables.

Pero estimamos que no hay en numerosos casos correspondencia entre el alcance real de los actos terroristas y la respuesta de los Estados de Seguridad Nacional. Esta reacciona como si la supervivencia de la Nación estuviese en juego, como si el país estuviese al borde de la destrucción total por una guerra. Este análisis no es exacto. No hay ninguna proporción entre los actos reales de subversión, la supresión total de numerosas garantías constitucionales y numerosos derechos del hombre, y el clima de inseguridad provocada por las medidas que se presentan como la garantía de la seguridad. En ningún país la sobrevivencia de la nación o del Estado está en juego. Aunque lo estuviese, no sería legítimo emplear como recurso medios inhumanos para asegurar la supervivencia del Estado y la Nación. No son fines absolutos, sino subordinados a los derechos inalienables de la persona humana.

Con mucha frecuencia los métodos de represión del terrorismo toman las mismas formas. No faltan casos dentro de la policía, de constituirse grupos terroristas, tales como los Escuadrones de la Muerte, actuando con el silencio cómplice de las autoridades.
Además los regímenes de la Seguridad Nacional aumentan indebidamente el número de terroristas y de subversivos, alineando bajo este apelativo todas las formas de crítica o de oposición política. Son considerados como subversivos todos los que ponen en práctica los medios más pacíficos y no-violentos de oposición a los programas políticos del gobierno, todos los que dan prueba de reserva y hasta los indiferentes, a quienes se les reprocha no manifestar su entusiasmo por las actuaciones del gobierno. El estado cuenta así artificialmente un gran número de pretendidos adversarios peligrosos y violentos.

La simple represión de la subversión, no es de ninguna manera un remedio verdadero y durable, pues no tiene en cuenta las causas de esta subversión. La mayoría de ellas residen en las situaciones de violencia instituida. De suerte que el remedio primero para la subversión es la supresión radical de las desigualdades sociales y de los daños a lo libertad individual, social y política.

2 ) Los regímenes de «Seguridad Nacional», invocan en segundo lugar, la necesidad de defender la noción contra el comunismo o marxismo internacional. Presentan la situación como si su nación estuviese a punto de caer entre las manos de lo Unión Soviética y de convertirse en una democracia popular del tipo de los países comunistas. Es el momento aquí también de preguntarnos si hay una sobrevaloración del peligro. Los observadores serios en la opinión pública no parecen conceder ningún valor a este tipo de razonamiento al menos por el momento. No parece haber ninguna proporción entre el peligro real de implantación de un régimen comunista y las medidas represivas actualmente aplicadas en detrimento del hombre.

Sobre este punto, igualmente, los regímenes de «Seguridad Nacional» por sus servicios de propaganda aumentan sin razón el número de comunistas. Sin parar ven comunistas por todos los lados, aún allí donde no los hay. Tratan de comunistas a todos aquellos que denuncian situaciones de injusticia o toman la defensa de los pobres. Califican de campaña comunista internacional la acción de grupos que en el mundo entero abogan por los derechos del hombre.

Van hasta el extremo de tachar de comunistas infiltrados a los obispos, sacerdotes o cristianos en general que denuncian los ataques a los derechos del hombre o muestran la situación de miseria de las masas sacrificadas por los sistemas sociales actuales.

Además, los sistemas de Seguridad Nacional se ven en su voluntad de seguridad total y de represión radical, obligados a utilizar en el combate contra el comunismo las mismas armas y medios inmorales que denuncian en su adversario. La lucha contra el comunismo pierde así toda su legitimidad moral.

Añadimos que los métodos puramente represivos por los que pretenden extirpar el comunismo tienen en realidad como efecto dar al comunismo mayor prestigio en las masas oprimidas y aterrorizadas. La experiencia de otros países aporta la confirmación que tales métodos de lucha contra el comunismo favorecen mas bien su desarrollo y confieren a sus adeptos una aureola de mártires. Hay métodos de lucha contra el comunismo que parecen precisamente elaborados para preparar y favorecer su venida.

Los regímenes de Seguridad Nacional invocan en tercer lugar el fracaso de la democracia. Los métodos de no-violencia y de diálogos propios de la democracia habían hecho prueba de mayor eficacia si ciertos de sus defectos hubieran sido corregidos. Mas en lugar de corregir tales defectos los regímenes nuevos pretenden romper con el pasado y renegar de los avances realizados cuando las experiencias democráticas.

Suprimen las constituciones, las instituciones políticas y sociales, en lugar de corregirlas, so pretexto de que han dado pruebas ya definitivas de su ineficacia. Los modos de participación popular habrían, pues, demostrado su esterilidad. Sólo el Estado confiado a ciertas élites seleccionadas seria eficaz. Mas he aquí que hay desproporción entre los males reales y los remedios draconianos propuestos. Porque había vicios reales en los sistemas de representación popular, se suprime toda representación popular.

Dicen que preparan una democracia nueva, y recibimos con gozo tal declaración de intención. Pero al mismo tiempo se guardan muy mucho de toda educación cívica propicia a una participación popular. Se oponen a todo estudio crítico de la situación y rechazan los medios propuestos. ¿Como pueden con una simple determinación autoritaria favorecer la participación popular?

Finalmente la única legitimidad que los regímenes de Seguridad Nacional se atribuyen es la de sus éxitos en materia económica: el desarrollo al que llegasen legitimaría su existencia, aunque no fuese más que a modo de reflexión o de autoritarismo. Nadie desea más que nosotros el desarrollo y comprendemos que éste no puede concebirse sin grandes sacrificios por parte de la población. Sin embargo no podemos aceptar que un progreso material de orden económico deba ser pagado al precio de una violencia política instituida, de un régimen de vigilancia permanente, de una política secreta, de una ausencia de participación, y de una falta total de garantías individuales. Tal estado de violencia no se justifica jamás en nombre de resultados tangibles en el orden del crecimiento económico o cuantitativo. Sería preferible tener un crecimiento económico menor, y menos violencia, y más libertad.

Además el progreso económico obtenido plantea serios puntos de interrogación. Se habla del «milagro económico brasileño», y otros Estados estarían deseosos de obtener un milagro del mismo orden. Llegan hasta anunciarlo, aún cuando no ocurre nada. El milagro económico del que hablan es un milagro ¿para quien? Un milagro para toda una pequeña categoría social que se beneficia plenamente, mientras que las masas de pobres se encuentran finalmente más pobres que antes. De manera que el precio de este milagro, no es finalmente más que la dominación bajo una nueva forma, sacrificios suplementarios impuestos a los pobres, y violencia económica ejercida por medio de la violencia política con ventajas para sólo los privilegiados y en número restringido, ¿donde está la legitimidad de los métodos violentos del Estado?

Numerosos autores llegan hasta preguntarse si el crecimiento económico obtenido es realmente efecto del sistema autoritario elegido. Piensan que el mismo resultado se hubiese obtenido con un sistema democrático corregido y sin tanta distorsión.

Tampoco nos convencen los argumentos avanzados para justificar un régimen de represión y de violencia. No queremos de ninguna manera oponer a estos regímenes otra forma de violencia. Al contrario, pensamos que el momento ha llegado de romper el círculo vicioso de la violencia, oponiendo a los sistemas actuales una acción decidida y perseverante sin violencia, pero clara y precisa de no participación activa en vistas de una transformación total de las estructuras de violencia política y económica en nuestros países.

LOS CONFLICTOS EN LA IGLESIA Y LA ACCION NO-VIOLENTA POR LA JUSTICIA.

No se puede ocultar que hay conflictos en la iglesia Latino Americana. Son evidentes, y los medios de información los presentan a la opinión pública, no sin falsearlos. Debemos asumir estos conflictos, explicarlos y tratar de ultrapasarlos. Sería una actitud poco evangélica el tratar de una unidad o una reconciliación sobre la única base de opiniones, de ignorancia de las causas que provocan las divergencias o de compromisos invitando a la resignación y al abandono de las convicciones, o formas de acción que se creen inspiradas por el Espíritu. Queremos una reconciliación que no sea una traición al mundo al que queremos servir y salvar. Una reconciliación sobrepasando las divisiones, y no su negociación o la ceguera ante sus causas.

En primer lugar reconocemos que las divergencias y las divisiones vienen de la acción no-violenta misma, llevada por la justicia y la paz en el seno de los conflictos latinoamericanos de hoy. Nosotros mismos provocamos divisiones cuando buscamos justamente lo contrario. Asumimos las consecuencias de esta actitud. En efecto, nuestra acción no-violenta por la justicia y la paz evangélicas, es la expresión de una toma de conciencia nueva de las realidades vividas por los pueblos latinoamericanos. Somos una minoría los que nos damos cuenta de la situación de violencia en nuestros países, consecuencia de las experiencias propias que hayamos podido vivir. Hay diferencias entre nuestra concepción de las realidades y la de los otros, entre nuestro sentido de prioridades y de urgencias pastorales y el de los otros. Pensamos que estas divergencias vienen esencialmente de una diferencia de percepción de las realidades del mundo actual, de los peligros reales, de los desafíos que hay que realizar con urgencia, de las esperanzas y temores, de los sufrimientos del pueblo, y de las esperanzas de la gente respecto a la Iglesia. Hay que añadir a veces a estas diferencias en la percepción de las realidades del mundo, diferencias de apreciación concernientes al papel de la Iglesia en el mundo; es decir, divergencias teológicas; las aproximaciones teológicas están en su mayoría condicionadas por cierta visión del mundo.

En este contexto, la unidad no se hará nunca al precio de una renuncia, según constatamos y sabemos. Nuestra visión puede ser parcial ciertamente y nuestra forma de actuar agresiva para algunos de nuestros hermanos. Los conflictos que tenemos en la Iglesia nos ayudarán a corregir y mejorar nuestra visión de las realidades, y nuestra acción no-violenta va dirigida a transformarlas, acogiendo al mismo tiempo la parte de luz recibida de nuestros hermanos.

Por fidelidad a la realidad, estamos dispuestos a aceptar las objeciones y observaciones que nos hacen nuestros hermanos y que según ellos nuestras actitudes merecen. Pero sentimos que algunos en lugar de aceptar el diálogo, lancen acusaciones públicas, sin pruebas, ni piezas de convicción, contra los laicos, los sacerdotes y los obispos, tachándoles de comunistas, subversivos y extremistas, basándose únicamente sobre una interpretación errónea de comportamientos que no comprenden probablemente, pero que no tienen el derecho de deformar. Ha ocurrido últimamente que en Brasil, en Ecuador, en Argentina y en el Salvador, sacerdotes, obispos y más todavía laicos, han sido víctimas de la represión a causa de las acusaciones lanzadas por cristianos. El hermano entregado por su hermano a la represión y a la violencia de un sistema represivo. No pensamos que las denuncias a la Santa Sede y a las autoridades eclesiásticas de forma pública, sean el medio apropiado para llegar a la unidad de la Iglesia. Creerlo sería buscar una unidad fundada sobre la eliminación física o moral de todos aquellos que se esfuerzan a entrar honestamente en un combate no-violento por la justicia. Estando todos dispuestos a aceptar la persecución por nuestra acción, confesamos que la persecución desencadenada por nuestros hermanos nos es particularmente dolorosa.

Debemos tener en cuenta que ciertas divisiones en la Iglesia son el reflejo de divisiones resultantes de la misión de Jesús sobre la tierra. Él mismo declaró que había venido a dividir. Es verdad que Jesús se dirige a todos y que frecuenta a todo el mundo, pero no de la misma forma. Por ejemplo las palabras que dirige a los pobres y a los ricos no son las mismas. Su Evangelio no tiene la misma resonancia ni la misma significación para los ricos y para los pobres. La palabra que dirige a los pobres está hecha de esperanza y de júbilo; la que dirige a los ricos está marcada de preocupaciones, llamadas a la conversión y al abandono de privilegios, de compasión activa por la distribución de bienes. La palabra que dirige a los pobres hace poco a poco nacer el gozo y la gratitud, no siempre sin embargo. La que dirige a los ricos provoca poco a poco la cólera y la persecución. La evangelización que hacemos debe fundarse en esta misma actitud bajo pena de no ser conforme al Evangelio de Jesucristo.

No podemos estar de acuerdo con nuestros hermanos cuando nos dan la impresión de conducir el Evangelio a un mensaje falsamente universal, dirigido a todos de forma neutra y uniforme, engordando la diferencia entre ricos y pobres y dando la ilusión que ser cristiano es la misma cosa para el rico como para el pobre. Tal Evangelio insípido no podrá jamás ser el fermento de una acción resuelta por la justicia y la liberación de los pueblos de América Latina.

No podemos aceptar que la unidad de la Iglesia se haga alrededor de un Evangelio reducido a abstracciones de valores universales, de un Evangelio sin sabor, olor, ni color, a partir del cual todos los hombres son iguales, fuera de toda posición social, económica y cultural. Nuestro amor por la unidad de la Iglesia nos hace buscar puntos de plenitud del Evangelio leído en su totalidad, y no reducido a un mensaje incoloro, en el cual las diferencias caen en el vacío. La unidad nunca podrá hacerse al precio del sacrificio de nuestra elección en favor de los pobres, aceptando que su existencia pase bajo silencio en nuestra predicación y en nuestra acción. Tal unidad sería el opuesto de la unión escatológica, la unidad en plenitud para la cual Jesús ha rogado. No la paz como la da el mundo, sino la paz de Jesús, que es el fruto del esfuerzo apostólico de todas las generaciones hasta la realización final del Reino de Dios.

CONCLUSIÓN

Los ejemplos citados sólo muestran una pequeña parte de la lucha desencadenada en todos los rincones del mundo por la fuerza de la no-violencia; así serían liberados los hombres de todas las formas de opresión y de injusticia, que hoy les aplastan.

Esta fuerza contrasta con todo lo que envilece y destruye al individuo y a los pueblos; es una fuerza que desde el interior, a partir de las raíces espirituales, cura, libera y edifica al hombre. Se presenta como una solución a las crisis. Es la esperanza en el futuro de una mayor justicia para todos; es una fuerza que se opone al egoísmo, a la violencia y a la opresión. Es capaz de triunfar sobre ella. Se revela visiblemente en las nuevas formas de vida fraterna de innumerables pequeñas comunidades en Europa, Canadá, en USA, en ciertas esferas del movimiento para derechos del hombre en URSS, en grupos israelitas y árabes del Próximo Oriente, que reconocen con toda claridad que sólo una solución no-violenta del conflicto palestino puede salvar su existencia y poner el fundamento de una coexistencia pacífica de los pueblos de esta región sobre la base de una estima mutua. En bien de casos, esta fuerza caracteriza el dinamismo de las comunidades de base, a menudo en una situación de dependencia personal y social total, redescubren la fuerza liberadora del Evangelio: la vía del SCHALOM; entran en el proceso de liberación integral de la persona y de la sociedad.

La alternativa no-violenta pide también el compromiso de hombres y mujeres teniendo posiciones clave y participando en la orientación de la sociedad industrial moderna; así científicos preocupados por la conservación de la biosfera; militares que en la era atómica reconozcan los límites de la defensa armada y teman la catástrofe de la autodestrucción a la que conduce la escalada de armamento. Esta alternativa necesita expertos en economía capaces de reducir las injusticias que claman entre países ricos y pobres; necesita también médicos y biólogos que ataquen los problemas del aborto, de la eutanasia, y de búsqueda en vista a las transformaciones genéticas. Allí donde se decidan los grandes problemas de nuestro tiempo, hay que elegir inevitablemente entre una orientación que conduce al envilecimiento, a la opresión, y a la explotación y aún al aniquilamiento de la vida humana, o la que se orienta hacia el respeto, el florecimiento de esta vida por procesos no-violentos. Nadie puede escabullirse de esta opción ni en su persona, ni en su vida, ni en su acción social.

El cristiano discípulo de Jesús, liberador no-violento, no es solamente provocado, sino más todavía comprometido a ser en esta crisis de la humanidad un testigo de la liberación no-violenta.

Miremos por última vez lo que esto representa a la luz del Evangelio. Vivir y actuar por la fuerza de la no-violencia es descubrir y dejar actuar en el hombre esta fuerza que el Padre nos ha revelado. A la revuelta, al odio, a la injusticia, a todos los pecados de la humanidad, no respondió con el odio, la violencia, o el aniquilamiento, mas venció el mal de todos los tiempos por su amor divino, entregando a su propio hijo. ¿Dios no quería revelarnos a través de esto, que al fin de cuentas el mal y la injusticia no pueden ser vencidos más que por la justicia y el amor (amor de los enemigos y amor de Dios) y no por el mal como hemos hecho durante milenios? Jesús nos ha revelado esta fuerza divina por su palabra, por su vida y por su sacrificio sobre la cruz. Durante los tres años de su vida pública, denunció y condenó las injusticias pasadas y presentes. Confrontó las conciencias de los hombres con la verdad. Por Cristo esta fuerza de la verdad y de la justicia está injertada en cada hombre y puede dar fruto en cada uno.

Además la Redención expresa la confianza inquebrantable de Dios en el hombre. Llama a su conciencia y a su capacidad de transformarse. Siguiendo el ejemplo de Cristo el cristiano está llamado por la fuerza de la verdad y del amor a luchar para triunfar sobre la injusticia en él y alrededor de él, edificando así un orden social plenamente humano.

No se trata de eliminar al adversario; los oprimidos, por la fuerza de la verdad y la justicia, ejercerán una presión tan fuerte sobre la conciencia de los responsables que el aparato injusto se vea obligado a elegir nuevas finalidades. La vieja concepción ojo por ojo, diente por diente, ha sido vencida por una nueva actitud creadora; atacar con la fuerza de la justicia y del amor divino la conciencia de los responsables de la injusticia. Así el mal será vencido en su raíz y la vida transformada. Jamás Cristo calló ante la injusticia. Jamás el cristiano guardará silencio ante ella. Combatirá esta injusticia con las armas nuevas que Cristo le ofrece para triunfar. Al adversario responsable de la injusticia se le ofrece la posibilidad de la conversión y de la participación en la justicia social.

Al fin de cuentas se trata de realizar la revolución no-violenta. Es una fuerza creadora, digna del hombre y en correspondencia con su naturaleza, porque ha sido revelada por Dios. Puede triunfar sobre la injusticia y renovar el tejido de la vida social.

«Voz de los Sin Voz» pone a tu servicio el libro NO VIOLENCIA de Hildegard Goss- Mayr., de donde hemos recogido este escrito. La colaboración económica es de 1,25 Euros.

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