Las CASAS del PUEBLO

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Desde SOLIDARIDAD.NET queremos recordar ahora que en España sufrimos un Gobierno que dice llamarse ´socialista´ que en las Casas de Pueblo, verdaderos centros de promoción de los obreros, las mujeres socialistas organizaban concursos militantes de costura en los que los vestidos no podían superar las 1,5 pesetas con hilos y botones incluidos. Eran tiempos de socialismo real, solidario con los empobrecidos. Nuestras ministras, hoy , de eso ni saben ni quieren saber… basta ver su pose en la revista de moda de élite Vogue… Zapatero ¡ ESTO NO ES SOCIALISMO! . Socialismo es SOLIDARIDAD. Los socialistas solidarios pagaban por serlo hoy cobran sueldos millonario. Recogemos este texto del profesor Carlos Díaz sobre las Casas del Pueblo para no olvidar que la verdadera entraña del movimiento obrero en la historia es la emancipación cultural y la solidaridad

Las Casas del Pueblo

Por Carlos Díaz

La violencia no constituye la entraña viva del movimiento obrero. La historia del movimiento obrero es en su hondón último la historia de una emancipación cultural. Socialistas y anarquistas, gemelos univitelinos al menos en su mismo afán por crear un mundo nuevo desde una cultura nueva, aman de tal modo la formación, que ese su amor proverbial se traduce en la creación de ámbitos donde manifestarlo; uno de ellos será entre los socialistas la Casa del Pueblo, que en España nacen aproximadamente con el alborear del siglo XX. Tomemos nota del relato de un militante socialista, Justo Martínez Amutio, discípulo directo de Pablo Iglesias y, muerto Franco, Senador del PSOE por Valencia:

«Nosotros conocimos la existencia en España de estas Casas del Pueblo desde muchachos, aún casi niños, cuando a los doce años empezamos a frecuentar en nuestro Logroño el Centro Obrero y la escuela que en el mismo existía, regidas por militantes destacados de diversas profesiones en la que se completaba la instrucción y la educación que habíamos recibido en las escuelas primarias de la época. Entre los que asistían había buen número de trabajadores analfabetos deseosos de obtener las condiciones necesarias para conocer libros y folletos o periódicos de la deficiente prensa de la época y comunicarles a sus familiares, casi siempre también analfabetos, y a otros compañeros todo lo que era permitido que el trabajador leyese y conociese, que no era abundante y de calidad, precisamente.

En España, las Casas del Pueblo se establecieron no sólo para albergar y reunir a los trabajadores y sus sociedades de resistencia, sino para combatir la ignorancia y la incuria que existía entre ellos, que les hacía ser fáciles instrumentos de explotación, sumisos a una moral y a unos convencionalismos absurdos que se imponían en aquella sociedad retrógada e ignorante. Se establecieron para dar a conocer a los que acudían a ellas su verdadera condición y lugar en la sociedad como hombres y mujeres libres, como trabajadores que producían y convertían los recursos de la naturaleza en riqueza de la nación, pero de la que no percibían nada. Se les daba a conocer esa condición y que la facultad de trabajar no era una merced que recibían de sus amos.

Además de reunirlos para que al conocer la comunidad de intereses y derechos se fomentasen los sentimientos de solidaridad, los dirigentes cuidaban también de facilitar las distracciones a los asistentes en sus locales. La corrupción y el vicio, las costumbres perniciosas para la salud y el espíritu, tenían que ser contrarrestadas eficazmente con el fin de lograr una educación y una formación racional basada en una moral natural. Estaba totalmente prohibido el juego de azar y la venta de bebidas alcohólicas. Una de las principales distracciones eran la música y el teatro. Aún en la más humilde Casa del Pueblo se habilitaba siempre un pequeño escenario para poder representar sencillas y cortas obras de teatro, dar recitales de poesía o charlas y conferencias sobre diversos aspectos de la cultura en general. La música, con la organización de orquestas y coros que daban a conocer las canciones y obras más populares, era otra de las modalidades que se cultivaban para la distracción de los afiliados y sus familias.

El teatro y las conferencias eran los únicos medios de comunicación que existían hasta ya avanzada la década de los años veinte, cuando empezó a conocerse la radiotelefonía, como se denominó, al principio, a este medio de difusión. En aquella época de constante establecimiento de Centros Obreros y Casas del Pueblo, la aparición del cinematógrafo como espectáculo no mermó la afición y el interés por el teatro. Sacrificando a veces sus escasos medios económicos acudían los obreros a los teatros cuyas obras presentaban las inquietudes sociales, las injusticias y los sistemas de dominio que la burguesía de la época tenía implantados. Los cuadros de actores y actrices que espontáneamente se formaban en las Casas del Pueblo y Centros Obreros se atrevían a representarlas…

Nuestro maestro Pablo Iglesias fue uno de los primeros en fomentar el establecimiento o creación de esas Casas del Pueblo como escuela de formación y educación de militantes y dirigentes obreros. Para lograrlo se hacían a veces sacrificios económicos extraordinarios, difíciles de comprender en esta época. Muchas veces se contribuía con el trabajo personal en la edificación y acondicionamiento de los locales, dedicando horas y hasta jornadas que eran necesarias para el descanso. La terminación y culminación del esfuerzo se celebraba con una sencilla fiesta, un mitin o una conferencia cultural; la alegría y satisfacción por ver realizada una gran ilusión resultaba desbordante, precisamente en aquellos que habían de utilizar las escuelas y locales para encauzar sus ansias de saber y adquirir, por lo menos, un conocimiento amplio y exacto de la vida y las realidades de la sociedad de la que formaban parte, así como para perfeccionar la profesión u oficio correspondiente.

Era curioso que estos deseos se manifestaran y adquiriesen forma más intensamente en zonas donde el proletariado era de condición más miserable, donde más se sufrían las injusticias. En el campo andaluz, la Mancha y Extremadura donde el dominio de los terratenientes y la nobleza eran totales, fue allí donde surgieron, precisamente, las Casas del Pueblo y centros obreros más pujantes. Lo mismo ocurrió en las concentraciones mineras e industriales, donde el capitalismo incipiente padecía las taras y resabios que manifestaba el gran capital europeo.

La parte de la sociedad dominante no estaba interesada en que el pueblo trabajador adquiriese conocimientos y cultura general, y su ofensiva contra las Casas del Pueblo adquirió caracteres de gran violencia. Aquella clase dominante, retrógrada e ignorante, enemiga de todo lo que significase progreso y avance cultural de los trabajadores, veía en la educación y adquisición de cultura y conocimientos de la clase obrera un peligro para su constante afán de dominio. Preveía, y acertaba en el supuesto, que los trabajadores se enfrentarían a sus explotadores con más firmeza y decisión al conocer sus derechos y saberlos exponer y razonar para defenderlos.

Apenas se conocía la afiliación de un trabajador a la Casa del Pueblo o a la sociedad de resistencia de su oficio, empezaba el acoso por todas partes para que se borrase de ellas y dejase de asistir. Quienes dominaban o sus agentes presentaban a las Casas del Pueblo como antros donde toda maldad y herejía era ejercida. Y si no se llegaba al convencimiento con argumentos, pronto recurrían a la acción, sin importarles los medios. Lo esencial era el alejamiento del trabajador de aquellos Centros y el aislamiento de los compañeros.

Debemos aclarar que en el final de la primera década del siglo los republicanos radicales, que acaudillaba el funesto Lerroux, organizaron y establecieron unas ´Casas del Pueblo´ como círculos políticos suyos en varios puntos de Cataluña, Aragón y Levante, pero no tenían el menor parecido con la misión que en orden a la cultura y formación de luchadores tenían los que organizaban el Partido Socialista y la Unión General de Trabajadores. Eran simplemente unos casinos y punto de reunión en los que se admitía el juego, y su propaganda se centraba principalmente en un anticlericalismo y antimilitarismo irracional carentes de todo sentido social y de un verdadero razonamiento. Era una constante incitación a la violencia, que pretendía utilizar el descontento latente en la clase obrera para lanzarla a la calle y enfrentarse con el poder, envolviéndola en turbias maniobras de las que siempre resultaban maltratados y derrotados los trabajadores»

(Prólogo al libro de Arbeloa, V.M: Las Casas del Pueblo. Ed. Mañana. Madrid, 1977).

Épica, lírica y dramáticamente se vive este anhelo cultural en aquel medio obrero, con más ganas de libros que oferta de los mismos, y con más voluntad que oficio poético, todo hay que decirlo:

«¿No habrá entre los palacios de la inmensa ciudad,
para los que padecen las miserias de abajo,
un rincón donde puedan descansar del trabajo
y gozar con los suyos la noble intimidad?
¡Oh, sí, venid, amigos; tenéis de todos modos
una casa que abierta está de par en par!
Es la Casa del Pueblo; cuando queráis entrar,
podéis entrar. La Casa del Pueblo es de todos.
La hemos alzado todos con nuestras propias manos
y ya en ella no existen ni siervos ni señores.
Es la Casa del Pueblo de los trabajadores
y en la Casa del Pueblo todos somos hermanos. Encontraréis en ella de la paz al seguro
como un tibio regazo de vuestra misma casa;
la iniquidad de fuera su dintel no traspasa,
los ruidos de la calle no traspasan sus muros.
Hallaréis por las noches, cuando el dolor nos lanza
a las tristes congojas del frustrado deseo,
evocaciones de arte… Un humilde museo
que ofrece a nuestros ojos la luz de la esperanza.
Y encontraréis lecciones jamás abrumadoras,
pues libremente, lejos de toda disciplina,
os brindarán los libros su severa doctrina
y os tornarán fecundas las estériles horas.
Y, en fin, entre nosotros habrá algún compañero
cuya voz elocuente prolongue la velada,
haciéndonos soñar al fin de la jornada
con todo lo que es justo, y bello y verdadero
¿Es todo? No, profética sea mi inspiración.
Algo de apostolado tiene la poesía.
Para Casa del Pueblo tendremos algún día
una más generosa, más grande construcción.
Hoy como un espejismo la veremos, quizá.
Nuestra Casa del Pueblo es tan sólo la imagen
del soñado edificio donde los que trabajan
poniendo sus cimientos no habitarán jamás.
Pero ¿cómo sin hierro, sin piedra ni argamasas,
construirán esa Casa los buenos albañiles?
Con el alma (ya veo las sonrisas hostiles).
Mas el alma del pueblo levantará esa casa.
Para erigirla todos, todos somos obreros.
Trabajo hay para todos; venid trabajadores,
todos juntos, poetas, artistas, pensadores.
Levantemos la Casa del Pueblo, compañeros”

(Fernand Gregh: La Casa del Pueblo).

De entre todas, será emblema y orgullo muy especial la Casa del Pueblo de Madrid, inaugurada el 28 de noviembre de 1908 por la noche con discursos políticos y música de Wagner, nada menos: en sus momentos de esplendor llegará a tener 25 personas retribuídas al servicio de la casa, sin contar los muchos secretarios de las organizaciones allí existentes. Tiene cooperativa de consumo, mutualidad obrera, cuadro artístico, orfeón, grupo deportivo, biblioteca con más de 8.000 volúmenes, teatro con un aforo de 4.000 puestos, salón-café, otro salón más pequeño para reuniones, y las numerosas dependencias para las secretarias que editan sus correspondientes boletines de oficio o revistas de mayor envergadura.

Por lo demás, las Casas del Pueblo son también escuelas de niños, de adultos, biblioteca, e igualmente sede de cooperativas de consumo y de producción por todo el territorio nacional. Las fórmulas varían: la Mutua de Pan y de Comestibles de Manileu devuelve a los socios el 50% de los beneficios, destinándose el 25% al socorro de la vejez o invalidez, y el resto al fondo colectivo; la Cooperativa Obrera Manresana (1926) destina el 5% para propaganda y cultura; el 5% para amortización, instalación y mobiliario; el 15% para el fondo de reserva; el 25% para la caja mutual, y el 50% para el fondo colectivo. Entre las cooperativas más celebres están la Cooperativa de Casas Baratas «Pablo Iglesias», o la Cooperativa Metalúrgica «Alpha», de Eibar, cuyo producto, la máquina de coser, en modelos distintos, llega a los mercados internacionales, o la cooperativa de Mieres bajo la dirección de Manuel Llaneza.

También la mutualidad constituirá casi siempre un componente necesario de las Casas del Pueblo. En la de Barruelo (1918), por ejemplo, sus 43 socios pagan 2,50 pesetas mensuales, y el socio enfermo es socorrido durante su enfermedad con una peseta los diez primeros días; de éstos a seis meses, con dos pesetas; de seis meses a un año, con una; si al vencer el año no está aún en condiciones de ser dado de alta, percibe un socorro de cien pesetas, quedando con el derecho de reingreso tan pronto como haya desaparecido la dolencia. Lo mismo ocurre con los accidentados, aunque éstos no reciben socorro durante los diez primeros días. Cuando fallece un socio cada asociado paga la cuota extraordinaria de una peseta, siéndole transferido el importe íntegro a la familia; en caso de no alcanzar dicha cuota la cantidad de 100 pesetas, la mutualidd abona el resto. La Mutua Obrera de Toledo (1914), con 530 socios, ofrece médico, practicante y comadrona para toda la familia, servicio de farmacia, ayudas en caso de defunción, etc.(cfr. Arbeloa, V. M: Las Casas del Pueblo. Ed. Mañana, Madrid, 1977, pp. 31-36).


Por Carlos Díaz en: ESPAÑA, CANTO Y LLANTO (Historia del Movimiento Obrero con la Iglesia al fondo) Acción Cultural Cristiana


Carlos Díaz

Dr. en Filosofía y Ciencias del Derecho. Profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid. Fundador del Instituto Manuel Mounier (España, México y Portugal). Ha escrito 140 libros . Algunos de ellos son «¿Qué es el personalismo comunitario?»(Editorial. Mounier) y «Manual de Historia de las religiones» (Ed. Declée) que ha sido traducido a varios idiomas.