Los pecados sociales no quedan sin castigo en este mundo

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El valor de la vida no está en la calidad, en la vitalidad y el vigor físico o en la integridad síquica, de tal manera que hay que eliminarla si carece de determinadas cualidades. No hay personas más personas que otras. No hay seres humanos que han nacido para esclavos y otros para señores






La vida humana está hoy amenazada por el hedonismo de las llamadas «sociedades del bienestar», en las que se exalta la vida mientras es placentera y ya no se respeta cuando está enferma o disminuida o no rinde, ni produce.


 


 


 


 


 


 Extracto del libro Santa María de la Vida


Se justificará la selección de semillas o de animales, pero jamás una selección de razas de personas.


El valor de la vida no se puede medir por el rendimiento. Hay que trabajar y mucho por mejorar la calidad de vida, esto lo quiere el Señor. El riesgo está en qué entendemos por calidad de vida. Mejorar nunca es eliminar:  ¿La calidad de vida sólo está en la salud, el dinero, el saber, el divertirse? «Una democracia sin otros valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia, puesto que, sin una verdad última que guíe y oriente la acción política, las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines del poder.


En la vida del beato Guido de Montpellier, fundador de la Orden Hospitalaria del Espíritu Santo, cuyo lema es: «No dejar sin alivio sufrimiento alguno», se cuenta que el Papa Inocencio III mandó pescar en el río Tíber y le trajeron las redes repletas, no de peces, sino de «bebés» arrojados al río por sus deshumanizadas madres. Aquello le impresionó de tal manera que surgió un movimiento hospitalario. ¿Y ahora? «El año 2008 se produjeron en España un total de 112.238 abortos, en 6.233 casos en muchachas menores de 18 años. Estas cifras son escandalosas. Una sociedad en que se dan estas situaciones es una sociedad inmoral y, más inmoral aún, si no le preocupa esta situación.


La Iglesia siempre ha afirmado la malicia moral de todo aborto provocado. «Se ha de proteger la vida con el máximo cuidado desde su concepción. Tanto el aborto, como el infanticidio, es crimen aborrecible, abominable. Dios, autor de la vida, ha confiado a los hombres la excelsa misión de conservar la vida humana, misión que debe cumplir de un modo digno del hombre». Esto dice el Catecismo de la Iglesia católica.


Preguntaron a Jesús: «¿Qué tengo que hacer para poseer la vida eterna?». Y Jesús contestó: «Guarda los Mandamientos». Así de breve, así de tajante, así de claro. Los Mandamientos de la Ley de Dios no son un paquete de prohibiciones, sino una gran visión de la vida.


Son diez; los tres primeros son un Sí a Dios Amor que da sentido a nuestra vida; el cuarto es un Sí a la familia; el quinto es un Sí a la vida; el sexto, un Sí al Amor responsable; el séptimo, un Sí a la justicia; el octavo, un Sí a la verdad; el noveno y el décimo, un Sí al respeto del otro y de lo que poseen. Ésta es la filosofía de la vida, exclama el Papa Benedicto. ¿Quién ha dicho que la Iglesia es oscurantista, enemiga de la felicidad del hombre? Los bautizados somos los «hijos de la alegría».


Hay que saber decir Sí y hay que saber decir No a tiempo. El profeta pide aceite a la viuda de Sarepta, el único aceite que tiene, ella dice Sí y a través de aquel Sí aparentemente imprudente le llega la salvación de su penosa situación. Las doncellas necias de la parábola piden aceite a las prudentes, éstas dicen No y a través de aquel No aparentemente poco caritativo consiguen la alabanza del Señor. Y es que puede haber caridades falsas. En ocasiones el No es el mejor modo de querer a las personas. Siempre hemos de estar dispuestos a decir Sí en una actitud de apertura y entrega generosa: pero, hay una ascética del No, que hemos de saber asumir, porque «no podemos servir a dos señores», como dice el Señor. No olvidemos que estamos en lucha contra el Mal. Todos los días pedimos en el Padrenuestro: «Líbranos del Mal».


El ochenta y cinco por ciento de los habitantes del mundo pasan hambre, mientras hay alimentos para más del doble de la población actual.


Tanta sangre derramada, tantas injusticias, están clamando al cielo y nos están interpelando. Los pecados sociales no quedan sin castigo en este mundo. Todas las víctimas del hambre y de las injusticias son hermanos nuestros, no lo olvidemos. El Señor nos preguntará como preguntó a Caín: «Y tu hermano ¿dónde está?». No podemos contestar como él: «¿Acaso soy yo guardián de mi hermano?». Claro que de alguna manera somos guardianes de nuestros hermanos necesitados.


Contemplemos detenidamente a la Virgen de la Vida: está protegiendo a un niño. Esto inevitablemente nos tiene que hacer pensar en la actual «guerra contra los niños», aparte del crimen del aborto. Más de cuatrocientos millones de niños «esclavos» son aniquilados en vida, niños prostituidos y sometidos a la pornografía. Cientos de miles, soldados que mueren matando, obligados a cometer atrocidades, convertidos en bestias; niños emigrantes que mueren por el camino. Miles y miles de niños víctimas del tráfico de órganos.


Miles y miles de niños que tienen de todo, menos educación, que se les está criando solos, con la compañía de un móvil, un videojuego, internet y una llave para entrar y salir de casa libremente.


Setenta millones de niños abortados. Y no olvidemos la cantidad de niños con depresiones, ansiedades, fobias, violentos, resentidos. Se calcula que los niños esclavos representan más del diez por ciento de la mano de obra mundial. Una vergüenza, un crimen.


Aunque no seamos responsables directos de esta situación, podemos ser cómplices, cuando está en nuestra mano la elección de los responsables políticos y sociales. La cuestión social ha de estar muy presente en la conciencia cristiana. Desde luego, si hay verdadero amor en nuestro corazón, sabremos resolver todas las situaciones; el amor es muy ingenioso. Tenemos también un arma eficacísima: la oración. Orar podemos todos. «Pedid y recibiréis», dice el Señor. Es un mandato del Señor. Estamos en desobediencia cuando no oramos por las necesidades del mundo.