Manos extranjeras para el sandwich británico

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Desafiando un frío que corta, fornidos operarios con chalecos reflectantes llenan con palés de sándwiches plastificados tres camiones frigoríficos de Marks & Spencer en el muelle de carga. Esta es la fábrica de Greencore, en el polígono industrial de Moulton Park, a las afueras de Northampton.

La compañía produce al año 430 millones de emparedados que se venden en los principales supermercados del país. El lugar se ha convertido en involuntaria escaramuza previa de una batalla llamada a marcar no solo las elecciones de Reino Unido del próximo mayo, sino el propio destino de la Unión Europea.

La razón se encuentra en la parcela colindante, donde dos excavadoras taladran la tierra sobre la que en 2016 se levantará otra planta del mayor productor de sándwiches de Reino Unido. Necesitarán 250 personas. De la valla que rodea el solar, bien visible desde la carretera, cuelga un cartel: “Contratando ahora. Supervisores de calidad, operarios, reparadores, conserjes y más”.

Noviembre trajo noticias desde Budapest. La compañía británica estaba reclutando allí trabajadores. Preguntada por la BBC, la directora de recursos humanos aseguró que tenían un problema en Northampton. “No hay mucha gente disponible”, añadió, “y no siempre es el tipo de trabajo que la gente quiere hacer”.

Los tabloides no desaprovecharon la carnaza. El 10 de noviembre, dos semanas antes de que el primer ministro, David Cameron, desafiara el principio de libre movilidad en la UE anunciando durísimas restricciones a los europeos que quieran trabajar en el país, un titular llenaba la primera página del Daily Mail: “¿No queda nadie en Reino Unido que pueda hacer un sándwich?”. La historia conectaba con los más profundos miedos sobre la inmigración a los que ha apelado el populismo del partido eurófobo UKIP, arrastrando consigo a Cameron, hasta colocarlos en el centro del debate del país donde más crece hoy la economía de todos los grandes países enriquecidos.

En Moulton Park, Greencore emplea a 1.100 personas, la mitad de fuera de Reino Unido. El 10% cobra el salario mínimo, 6,5 libras por hora (8,1 euros), casi el doble del sueldo medio en Hungría. Los turnos de noche y las bajas temperaturas en la fábrica hacen que no sea el trabajo más atractivo. En la web de empleo Glassdoor, solo el 14% de los que dicen trabajar en Greencore recomendarían a un amigo el trabajo.

Este no es el primer recordatorio de la dependencia de la economía británica de la mano de obra extranjera. En 2013 la industria horticultora advirtió de que los supermercados podrían dejar de vender producto nacional si la escasez de mano de obra continuaba subiendo los costes salariales.

“Hay un problema estructural en toda Europa”, explica Kevin McKeever, candidato laborista por Northampton. “Los nacidos después de 1985 crecen con unas expectativas muy altas y la educación que reciben no les prepara para el mercado laboral que se van a encontrar. Culpar a los inmigrantes de eso es injusto. La inmigración europea en Northampton contribuye más y recibe menos del Estado que la media. El Gobierno utiliza la inmigración para justificar sus recortes. Si su médico no tiene tiempo para atenderle, dicen, no es por los recortes sino por los extranjeros. Estos días la gente decía que en la calle no oía hablar inglés. Pero yo estuve hace unas semanas en Málaga, donde vive mi padre, y solo escuchaba inglés. Y aquí vienen jóvenes a trabajar y allí, jubilados. ¿Quién tiene el problema?”.

Autor: Pablo Guimón ( * Extracto)