PODER CIUDADANO. Por Federico Mayor Zaragoza

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´Nuestras vidas empiezan a acabarse el día en que guardamos silencio sobre las cosas que realmente importan´. Martin Luther King…Quienes callan cuando su conciencia les reclama hablar no sólo están defraudando a quienes confían en ellos, sino, lo que es peor todavía, están aplazando -con posibles implicaciones de gran calado y quizás irreversibles- la consolidación de la democracia a escala nacional y mundial, el cumplimiento el artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos para reducir los desgarros en el tejido social de la humanidad en su conjunto, para estrechar las brechas y asimetrías que han conducido a la situación actual y que se tratan de resolver, como siempre infructuosamente, por la fuerza.

PODER CIUDADANO. Por Federico Mayor Zaragoza

Federico Mayor Zaragoza es catedrático de Bioquímica de la UAM y presidente de la Fundación Cultura de Paz. ex presidente de la UNESCO


«Nuestras vidas empiezan a acabarse el día en que guardamos silencio sobre las cosas que realmente importan»
Martin Luther King, Jr.

Oímos con frecuencia decir que se está en profundo desacuerdo con aspectos, a veces esenciales, de la vida política, cultural, económica, social… sin que, frente a acontecimientos, hechos y situaciones que llegan a afectar a las convicciones más sólidas de los ciudadanos, se produzca la reacción, individual o asociada, que sería de esperar en un contexto democrático. Progresivamente, transferimos el papel de actores al de espectadores que piensan que no hay nada que hacer, que todo transcurre lejos del alcance del pueblo, inerme ante lo que sucede, aunque le indigne, preocupe o enerve. Del «sinremedismo» se pasa pronto a la indiferencia, al alejamiento de la participación e interacción que podrían contribuir a resolver muchas cuestiones y enderezar muchas tendencias.

Lo que ocurre es que los árboles no dejan ver el bosque. Inmersos en un vendaval de informaciones irrelevantes, distraídos y confundidos, desmotivados, desmovilizados, los ciudadanos van abandonando la defensa de sus puntos de vista y hasta de sus principios, cuando la percepción global, que se tiene por vez primera, los medios de comunicación omnipresentes y la capacidad prospectiva disponible permitirían, bien utilizados, contrarrestar las
influencias negativas, esclarecer muchas cuestiones y actuar como ciudadanos, de tal manera que no sólo se sintieran bien con su conciencia, sino que comprobaran que han logrado un número considerable de sus anhelos que ahora consideran inalcanzables.

De este modo, además, todos se apercibirían de la importancia de la sociedad. El pueblo, pacíficamente, hallaría el lugar que le corresponde en los escenarios nacional e internacional. Y los poderes -público y privado- aprenderían a tenerlo en cuenta, que en esto consiste la democracia, además de contar sus votos en un momento dado.

Recuerdo cuando un amanecer, siendo director general de la Unesco, iniciaba un largo viaje y observé que se estaba colocando un anuncio en lugares muy visibles que, ética y estéticamente, constituía una auténtica afrenta. Dije a uno de mis colaboradores que sugiriera a la presidenta de una asociación de mujeres cuya eficacia conocía una rápida respuesta en la radio, aconsejando a todas las mujeres rechazar este tipo de publicidad y la adquisición de cualquier producto de la misma firma. A las cuarenta y ocho horas desapareció como por
encanto el anuncio y, a los pocos días, se exponían de manera bien diferente las excelencias de aquel bien de consumo.

La sociedad civil debe descubrir su poder. En lugar de conformarse con programas de «telebasura», totalmente inapropiados en horas de audiencia
infantil, o de información sesgada, advertir, a través de las asociaciones y ONG
oportunas, que no se conectará con este canal y no se adquirirán los productos
de las empresas que en él se anuncian.

El ciudadano, en lugar de inhibirse, debe descubrir la fuerza que pueden revestir iniciativas de esta naturaleza. Otro ejemplo: cuando los políticos, del Gobierno o de la oposición, incumplen de manera ostentosa y sin explicaciones
sus promesas electorales, o aplican porcentajes de predominio para hacer progresivamente irrelevante al Parlamento o, como ha sucedido hace bien poco, se admite el transfugismo de quienes, habiendo sido votados en una lista
cerrada, cambian luego de parecer, los ciudadanos no deberían permanecer impasibles. Todo el mundo puede rectificar y cambiar de opinión, pero sin alterar la expresión de la voluntad popular manifestada en un momento dado. Las organizaciones de la sociedad civil podrían contribuir a la adopción de medidas inmediatas si advierten con claridad que, cualquiera que sea su opinión política, la ciudadanía no está dispuesta, por una cuestión de principios, a admitir en el futuro prácticas que ponen en peligro la credibilidad democrática. Y todo ello, expresado en el lenguaje que corresponda: el económico (euros) en unos casos; el político (votos) en otros, a través de intervenciones en acción conjunta con otras instituciones que comparten estos puntos de vista, a través de escritos, declaraciones en los medios, etc., porque no podemos aparecer indefensos y silentes cuando se dirimen, como antes decía, cuestiones de principio, cuando se están conculcando valores -como en el caso de la «guerra preventiva»- o modificando funciones cruciales a escala mundial, como en el caso del sistema de las Naciones Unidas.

Quienes callan cuando su conciencia les reclama hablar no sólo están defraudando a quienes confían en ellos, sino, lo que es peor todavía, están aplazando -con posibles implicaciones de gran calado y quizás irreversibles- la consolidación de la democracia a escala nacional y mundial, el cumplimiento el artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos para reducir los desgarros en el tejido social de la humanidad en su conjunto, para estrechar las brechas y asimetrías que han conducido a la situación actual y que se tratan de resolver, como siempre infructuosamente, por la fuerza.

Cuando se pretende utilizar a las Naciones Unidas según convenga a los intereses de los más poderosos, cuando se reduce la ayuda a la cooperación internacional, cuando no se cumplen las previsiones de inversión en educación y ciencia, cuando se soslayan las normas que garantizarían la adecuada conservación del medio ambiente -un patrimonio que corresponde por entero a las generaciones venideras-, cuando se confunden los efectos con las causas, cuando se resucitan los fantasmas del pasado, cuando se divide en lugar de aglutinar… los ciudadanos no pueden ser sólo testigos resignados. Bien al contrario, deben ser conscientes de su poder y estar permanentemente alerta.

Las democracias, tan vulnerables cuando carecen de principios universales comúnmente aceptados, tan vulneradas hoy, deben recuperar su piedra angular y edificarse sólidas o consolidarse, sin ceder un ápice a las conveniencias del poder. Democracia es estar a la escucha de la voz del pueblo y respetar siempre, después del voto, la intención que lo guió. De otro modo, se
cercenan los cimientos de la convivencia pacífica por intereses inmediatos. Uno de los pilares fundamentales es la independencia de criterio, es la capacidad de elección sin el acoso del omnímodo poder mediático.

Siempre se ha vivido en un contexto de violencia e imposición, en el que los péndulos van de un extremo a otro en un círculo vicioso regulado por la fuerza que dimana del poder. El pueblo no ha contado porque no podía acceder a los aledaños de los mandatarios. Ahora que ya dispone de los medios para hacerlo, no debe permitir que se le distraiga, se le ofusque, se le aturda, se le disuada. Han sido necesarias grandes convulsiones a escala global para que el ciudadano se apercibiera de la inaplazable necesidad de actuar planetariamente y, por primera vez, ha irrumpido en el escenario mundial. El día 15 de febrero del año 2003 puede representar una auténtica inflexión a este
respecto. A partir de ahora, no tiene que esperar a reaccionar, conmovido, ante provocaciones de tanta envergadura. Ciudadano del mundo, tiene que actuar a escala local y mundial, según su criterio, convencido de que ahora puede ser oído y, probablemente, escuchado.

Todos los pueblos, conscientes de su destino común, se están coordinando y organizando. En todas partes, un número creciente de hombres y mujeres se movilizan para defender los derechos humanos, para atender a los más menesterosos, para fomentar la diversidad cultural, para procurar justicia y desarrollo sostenibles. El poder ciudadano radica en la participación, en el compromiso. Otro mundo es posible si los gobiernos saben que, a partir de ahora, sus funciones no deben desempeñarse para los ciudadanos, sino con los
ciudadanos. Es un principio insoslayable de la democracia genuina.