Seréis bienaventurados

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En las Jornadas de Espiritualidad, del XXIX Aula Malagón-Rovirosa sobre las Bienaventuranzas, el padre Chércoles ha realizado unas reflexiones que nos sitúan en una dinámica de encarnación en los más pobres; y en el ejercicio de la mansedumbre, de la justicia, de la misericordia y de la paz entre otros.

Cuando abríamos la Jornada sobre las Bienaventuranzas decíamos que cada una de ellas nos iba a plantear un problema ineludible del ser humano, un problema que nos afecta a todos. Ante un problema siempre hay que dar una respuesta y depende de esa respuesta el que se solucione correcta o equivocadamente. Así que cada Bienaventuranza (seguimos las del relato de Mateo)  también nos plantea la tentación de caer en una falsa salida del problema. De la respuesta, decíamos, depende nada más y nada menos que nuestra alegría, la plenitud de nuestra vida, es decir, el que sea posible objetivamente la fraternidad o el que se imposibilite.

Es importante, nos dice el padre Chércoles, que repasemos estas Bienaventuranzas desde esta perspectiva: cómo cada una de ellas posibilita objetivamente la fraternidad. Hasta el punto de que si la respuesta a estos problemas no es la correcta, hablar de fraternidad es puro cinismo, pues no estamos poniendo los medios que la posibilitarían.

En la primera Bienaventuranza (los pobres) nos planteábamos el problema de los bienes, el problema de la riqueza. Somos seres necesitados. Desde la contemplación del evangelio llegamos a la conclusión de que el problema no es la riqueza en si misma, sino el afán de poseer, la tendencia que TODOS llevamos a acumular: LA CODICIA. Tanto a nivel personal como a nivel colectivo. ¿Tendrá salida una riqueza que está llamada a dar vida si la acumulamos obsesivamente? Recordamos que Jesús no  “hizo opción por los pobres”, sino que fue pobre, que no es lo mismo. Porque sólo desde ahí puede ser respuesta universal, para todos los seres humanos. Tal vez lo que haya que plantearnos no sea tanto ir contra la pobreza como ir contra la codicia, contra la acumulación de la riqueza. ¿Cómo se podrán sentir hermanos de nosotros objetivamente tantos millones de personas que no pueden salir adelante por culpa de nuestro “desarrollo”?

En la segunda Bienaventuranza (los mansos) nos planteamos el problema de qué hacemos con nuestro poder, sobre todo con nuestro poder de destrucción, con nuestra agresividad. Y todos tenemos poder, todos tenemos poder de destrucción de los demás, agresividad. ¿En qué consistió la mansedumbre- noviolencia- que vivió y de la que nos habló Jesús? Ante algo que percibo como una injusticia, siempre hay tres posibilidades. La primera, es quitar del medio al injusto. Esto puede tener grados: la descalificación, el castigo…y hasta la eliminación física, el asesinato. El ojo por ojo no nos vale. La segunda es inhibirnos frente a la injusticia, mirar para otro lado. Pero parece que está muy claro que Jesús jamás pactó con la mentira ni con la injusticia. La mansedumbre emplea toda la energía del poder en combatir la injusticia dejando siempre abierta la posibilidad de “recuperar” al injusto, a la persona. Si mi poder lo empleo para dominar y no en el SERVICIO, difícilmente podrá surgir la reciprocidad que es la base objetiva de la fraternidad.

En la tercera Bienaventuranza (los que lloran), en tema es cómo afrontar ese dato de la realidad que antes o después siempre aparece por más que le queramos negar: el sufrimiento. La única postura que cabe ante el sufrimiento, que es un hecho que nos rodea, es AFRONTARLO, que no es lo mismo que superarlo o entenderlo. Lo que normalmente hacemos es salir corriendo, darle la espalda. Si doy la espalda al que está sufriendo me privo de unos niveles de solidaridad que no encontraré en ninguna otra experiencia positiva de la vida. Si no aprendo a afrontar las dificultades estas siempre acaban atropellándote, mientras que si las afronto estas acaban madurándonos (“seré consolado”).

En la cuarta Bienaventuranza (los que tienen hambre y sed de justicia) nos planteamos el problema del DESEO. Si hay algo que nos define eso es el deseo. El hambre y la sed nos refieren a las necesidades, a los deseos más primarios, de los que depende nuestra supervivencia. Si vivo desde el deseo- instintivo que se plasman en el binomio “estímulo- respuesta”, y no caigo en la cuenta de que “no sólo de pan vive el hombre” (no dice que no viva de pan sino que no vive SOLO de pan), convertiré TODO, absolutamente todo, en objeto de mi consumo y el “consumo” me comerá a mí y no dejaré de dar vueltas sobre mi ombligo. El evangelio aquí nos vuelve a situar en la realidad más real aunque en la “teoría” se trate de una paradoja sin solución. Si no doy la vida (otra vez el servicio), si no hago mi eucaristía, en “memoria suya”, perderé mi vida. Si no me doy a comer (para dar la vida a los demás), me acabo “comiendo” a quién se me acerque. Sin esto nunca será posible la reciprocidad mutua, la fraternidad, y lo único que haremos posible en la cosificación, la instrumentalización y la manipulación de todo.

En la quinta Bienaventuranza (los misericordiosos) abordamos un tema clave de cara a poder constituirnos en fraternidad: la humildad, que al decir de la Santa Teresa es ni más ni menos que “andar en la verdad”. Y la verdad es que no es posible tener un corazón abierto a la miseria, que acoja la miseria (eso es “miseri-cordia”) sin experiencia de nuestra “miseria” y sin pisar “la miseria”. Y para eso tenemos que hacer caer nuestra gran máscara: LA IMAGEN. Si queremos “montar” la fraternidad, tenemos que “desmontar” nuestra imagen. Es la humildad de “andar en la verdad” la que hace posible la comunión real de vida. Si no desciendo, ni no me hago accesible a los demás, si no experimento la miseria difícilmente podré ser misericordioso. Andamos siempre haciendo olimpiadas con nuestros “milagritos”, nuestros logros. Andamos siempre compitiendo en las diferencias. Y todos tenemos experiencia de que dónde realmente nos encontramos es en la debilidad confesada y compartida. Ya nos los “sabemos”, ¿verdad?: “Quién sabe si un grupo de traidores,…” (Rovirosa)

En la sexta Bienaventuranza (los limpios) ahondamos en la contradicción tan grande que vivimos entre “el bien que quiero y el mal que hago”, es decir, nos plantemos el tema de nuestra autenticidad, de nuestra coherencia. Nos aclara mucho el tema situarnos en la postura de Jesús ante los FARISEOS, ante los hipócritas (que vienen a ser la antítesis de los “limpios de corazón”). Y nos damos cuenta de otra realidad ineludible: somos un legajo de “justificaciones” que no podemos vivir sin volvernos tarumbas si no “engañamos” a nuestra conciencia. Así que estamos todo el día construyendo el “colchón fofo de la buena conciencia” que nos sirve además como trampolín para “juzgar” la paja en el ojo ajeno. Pero si me justifico, si quiero “comprobar” mi autenticidad y no dejar que Dios “que ve en lo secreto” me recompense (por que el que va “trompeteando” y subiéndose a los taburetes “ya ha recibido su recompensa”) , pues no me abriré nunca a la gratuidad y concebiré la relación con los otros como una “competición” una vez más.

En la séptima Bienaventuranza (hacer la paz) vienen a desembocar ahora las seis anteriores. “Hacer la paz” es el equivalente a “construir la fraternidad” en el mundo. Pero tenemos que plantearnos de que “paz” estamos hablando. Porque en esta Bienaventuranza, contra lo que se suele divulgar, no se habla de los “pacíficos” en un sentido “pasivo” si no de los que “hacen la paz”. Parece claro que la “paz” de la que habla Jesús no es la de la “tranquilidad” (que todo el mundo sabe que viene de “tranca”), no es la de la ausencia de perturbaciones o la de la “seguridad”, ni la del “que tolera” a los demás.  También parece claro que esta “paz” no se puede imponer.  La paz de la que nos habla Jesús no es la del “mundo” sino que implica la tarea de “ser uno, como nosotros- el Padre y el Hijo- son UNO”. Se trata de posibilitar el encuentro desde el conflicto, sin negar el conflicto. Y aquí no hay más remedio que plantearnos el tema del perdón, la corrección fraterna y la propia sospecha.

En la octava Bienaventuranza (los perseguidos por causa de la justicia) dice D. Tomás Malagón que está la síntesis de todas. En esta nos planteamos LA JUSTICIA por la que fue perseguido Jesús y por la que nos van a perseguir también a nosotros cuando hagamos que nuestra “causa” sea “su causa” y no la nuestra. Jesús nunca buscó la persecución. Esto conviene aclararlo porque en la mayoría de los casos hablamos más de “victimez” (o “victimismo”) que de persecución.

Tenemos materia para rato. Para toda la vida. ¿Qué te parece? Si queremos… Jesús debiera ser para todos los que queremos ser sus seguidores “el camino, la verdad y la vida”. ¿Tenemos otra apuesta mejor?