SOCIALISMO NO ES MONOPOLIZAR lo PÚBLICO. Por Carlos Díaz

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Si aplicamos a las nuevas propuestas del neo-Gobierno el triple test de la auténtica democracia, ¿qué salta a la vista? En primer lugar, la universalización del crimen abominable, es decir, el desprecio absoluto de la vida humana existente en el seno de la madre; después, un obsesivo laicismo presentado como si fuera la sana laicidad, como botón de muestra del cual basta con examinar el tratamiento que se da a la asignatura de Religión en el aula; finalmente, el efecto Mateo, es decir, más pobres cada vez más pobres.


Ciertamente, el nuevo Gobierno ya ha tomado una serie de medidas y ha llevado a cabo nombramientos suficientemente indicativos; por lo cual no parece de todo punto descabellado intentar una primera valoración –al menos política y social– del mismo, aunque sea provisional.

La nueva Europa comienza a oler a Leibniz: una misteriosa armonía preestablecida une a todos y cada uno de los veinticinco Gobiernos que la configuran. No sé si, en estas circunstancias, cabe mucha diferencia entre PSOE y PP, en cuanto a su obligado ajustamiento global a las directrices de la Unión Europea, pues ¿hasta qué punto conservan la autonomía dentro de la Unión los Gobiernos nacionales?

La respuesta sería complicada; sin embargo, de un Gobierno socialista coherente –no sólo nominalmente socialista– debería esperarse, en cualquier caso, una socialización de numerosos ámbitos hoy entregados a los poderes económicos y financieros privados; asimismo, lo propio de un Gobierno socialista sería desprivatizar sin estatalizar, eliminar las enormes diferencias entre el salario mínimo y el salario máximo (el cual no existe, porque la ganancia desmesurada no conoce ningún límite), poner coto a las insólitas desmesuras bancarias, frenar el gasto bélico, estimular la federación mundial de los pueblos, etc. Sin embargo, absolutamente nada de eso parece querer defender el nuevo Gobierno, pues ni siquiera lo contempló en sus abundantes promesas electorales. Así las cosas, ¿qué cabe esperar de un Gobierno socialista que no socializa, sino que monopoliza lo público para ponerlo a disposición de su propio Partido?


No me sirve la mediocre y derrotista política de acomodarse al mal menor, que es la claudicación ante el mal mayor. Como decía Manuel Mounier, el cambio será estructural, o no será; y será a la vez personal, o no será.

Por otro lado, en la inevitable fotografía del neo-Gobierno socialista aparece, en cada uno de sus escalones, la alargada sombra de Felipe González: ¿para qué necesitará el socialismo supuestamente renovado el retorno a la vieja guardia burocrática?; ¿qué clase de vino nuevo habrá de salir de esos odres viejos?; ¿o acaso se habrá reconvertido la vieja guardia pretoriana? El tiempo ha de decir cómo se avienen en ese lecho de Procusto tantas y tan distintas gentes, en cuyo interior, además, piden derechos especiales de pernada los secesionistas de eso que ya podríamos comenzar a denominar Expaña, la España que fue.

Mientras tanto, ha vuelto a escena el espíritu de los PUP (Políticos Unificados Polivalentes), pues los líderes, quizá por el simple hecho de ser líderes, no necesitan una preparación específica para sus cargos, y lo mismo planchan huevo que fríen corbata. Imposible, como siempre, despegar a los comodines (nunca mejor dicho) de su poder; uno que gobernó su Autonomía Barataria luce ahora como ministro de Defensa; otro que era del Ejército del Aire lidera a la Guardia Civil, que se ve en el aire, etc. ¿Será que el poder se sacraliza por sí mismo; será que sus mandos no necesitan ni siquiera el menor perfil profesional, porque a poder absoluto, perfil absoluto? Los misterios del poder son cuasiinsondables.

Una cosa al menos queda bastante clara, para mí, en los movimientos de pieza llevados a cabo hasta ahora en el ajedrez del nuevo Gobierno: que quizá algunos mejorarán a la corta, pero todos perderán a la larga, ya que no es posible el juego de suma cero en economía, pues alguno tiene que terminar pagando las facturas de los platos rotos y de las riquezas derrochadas. ¡A gastar! ¡Guerra al principio de responsabilidad para con las generaciones futuras! Como es notorio, el endeudamiento de las Comunidades Autónomas y de los propios ciudadanos crece vertiginosamente; las políticas de apoyo a los grupos culturales del pesebre serán nuevamente las mismas de antaño; las políticas sociales verán engordar sus gastos en favor de un oenegeo cazafondos, que pone la mercromina para suavizar la bomba del Estado que las nutre, y de una marginalidad que vive a costa de los fondos de dicho Estado; las uniones libres (?) y la salida de los armarios, así como la inexistencia de medidas de ayuda a las familias, también seguirán aumentando; la cultura de derechos sin deberes se extenderá; los beneficios y privilegios de algunas Autonomías terminarán desvertebrando cualquier hipótesis de españolidad…, y como resultado llegara el término y exterminio de la política de déficit cero; mas, dado que el Estado se endeudará con todo eso pero yo no, todos felices; y los más desgraciados, más felices todavía: ¿es esto una política de futuro?
Y si, por último, aplicamos a las nuevas propuestas del neo-Gobierno el triple test de la auténtica democracia, ¿qué salta a la vista? En primer lugar, la universalización del crimen abominable, es decir, el desprecio absoluto de la vida humana existente en el seno de la madre; después, un obsesivo laicismo presentado como si fuera la sana laicidad, como botón de muestra del cual basta con examinar el tratamiento que se da a la asignatura de Religión en el aula; finalmente, el efecto Mateo, es decir, más pobres cada vez más pobres.

Una última reflexión. Quien esto escribe nunca fue –y probablemente a este paso nunca será– del PP. Que tampoco lo será del PSOE es obvio, por todo lo sucintamente escrito hasta aquí. No me sirve la mediocre y derrotista política de acomodarse al mal menor, que es la claudicación ante el mal mayor. Hay que reinventar la democracia, y para eso ver menos televisión, tener un corazón puro y entrañas de misericordia, especialmente ante el rostro de la viuda, el huérfano y el extranjero. Como decía Manuel Mounier, el cambio será estructural, o no será; y será a la vez personal, o no será. Ha llegado el tiempo de la mística república, en el sentido en que lo decía Charles Péguy: mística republicana la había cuando hasta se daba la vida por 1a República; política republicana la hay ahora, en que se vive –¡y de qué modo!– de la República.

Y aunque, como bien sabemos, al decir esto queda uno absolutamente descalificado, yo creo que sólo con el auxilio del Dios bueno podremos seguir trabajando alegremente en favor de una nueva democracia moral, sobre la que, en cualquier caso, merecerá la pena volver a escribir.

Carlos Díaz
Alfa y Omega 20/05/2004