TERRORISMO MAQUILERO

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Habría que echarle un ojo al país de origen de los juguetes, de nuestro calzado deportivo, de nuestras alfombras, de nuestros productos habituales de consumo y descubrir el sufrimiento que hay detrás. Está claro que frente el sistema maquilero, generado por la deslocalización de las multinacionales, hoy mas que nunca sigue vigente el grito del movimiento obrero internacional del siglo XIX: Asociación o Muerte



Fuente: Revista Autogestión
Julio de 2004 , nº 54

Al famoso Sean P. Diddy Combs se le conoce más por su música hip-hop que por su defensa de los derechos laborales. A Lydda Eli González casi nadie la conoce fuera del pueblo de Choloma, en Honduras (en la zona de libre comercio denominada San Miguel). Desde luego que Sean Combs no sabía de su existencia. Esto es, hasta hace poco.

Resulta que Lydda Eli trabajaba en Setisa, fábrica de ropa que cuenta entre uno de sus mejores clientes a Sean Combs. Digo «trabajaba» porque el verano pasado perdió su empleo, junto con otras 14 costureras que trataron de sindicalizarse. La fábrica es propiedad de Southeast Textiles, con sede en Carolina del Norte, compañía que hace unos años decidió trasladar sus operaciones a Honduras debido a presiones derivadas del Tratado de Libre Comercio de

La ropa que comercializa Sean Combs y que se vende en 40 dólares la pieza. Las costureras ganan 90 centavos de dólar por hora, tienen prohibido hablar mientras trabajan, requieren de permisos especiales para pasar al baño y son despedidas si se embarazan.
Norteamérica. Cuando el National Labor Committee, se enteró de lo que ocurría en Choloma, invitó a Lydda Eli a viajar a Nueva York para que contara su historia. Y así lo hizo junto con otras dos compañeras de trabajo.

En la fábrica trabajan 380 personas que producen, entre otras cosas, decenas de miles de camisetas adornadas con las letras SJ o Sean John, la ropa que comercializa Sean Combs y que se vende en 40 dólares la pieza. Las costureras ganan 90 centavos de dólar por hora, tienen prohibido hablar mientras trabajan, requieren de permisos especiales para pasar al baño y son despedidas si se embarazan.

«Mi propósito», dijo la señorita Lydda Eli González, «es representar a todas las costureras de Honduras y poner fin a la humillación y violaciones a nuestros derechos laborales. Sean Combs es un hombre con mucho poder e influencia y creemos que debería ayudarnos y acabar con estas violaciones.»

Tras unas semanas en Nueva York las tres costureras regresaron a Honduras en noviembre. Dijeron que era vergonzoso tener que «ir a otra parte a denunciar, porque aquí no se escucha». Su denuncia fue aplaudida por unos y duramente criticada por otros. Se les acusó de «terroristas de la maquila, mentirosas, traidoras y vendepatrias». Pero no se arrepintieron.

En las últimas décadas han proliferado las empresas maquiladoras en todo el mundo. Y en muchas hay violaciones de los derechos fundamentales de los trabajadores. Peor aún, algunas se valen de la esclavitud infantil, sobre todo en Africa y Asia, donde se concentra el 90 por ciento de la explotación laboral de los menores de 15 años. De cada 100 niños en el mundo, 16 trabajan y la gran mayoría lo hace en las peores condiciones de esclavitud. ¿Cómo se puede luchar en contra de estas prácticas? La Organización Internacional del Trabajo no hace lo que debe. Es cómplice con su silencio. Debería llevar a estas multinacionales explotadoras al Tribunal Penal Internacional de Haya.
Las grandes empresas de equipo de deporte están fabricando balones de futbol en maquiladoras de Asia meridional. En India y Pakistán menores de edad siguen cosiendo los balones que se exportan a todo el mundo.
Lydda Eli González tiene 19 años y trabaja desde los 11. Si fuera mexicana quizá habría interpuesto su denuncia con base en el Acuerdo de Cooperación Laboral de América del Norte (ACLAN) que, al igual que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), entró en vigor hace una década.

El ACLAN se firmó para asegurar que los tres gobiernos del TLCAN velaran por el respeto de los derechos de los trabajadores en sus respectivos países. Y ha habido denuncias que podrían acarrear sanciones, tanto en México como en Estados Unidos y Canadá. Pero ninguna de las más de 50 denuncias presentadas desde 1994 ha prosperado.

Lo único que les queda a los trabajadores inconformes con las condiciones de su empleo es denunciarlas públicamente. Y si la denuncia es en contra de una empresa vinculada a los «ricos y famosos», como Sean Combs, quizá logre interesar a los medios de comunicación.

Con la difusión a nivel mundial de estas prácticas de explotación se conseguirá sancionarlos, y llevar a estas empresas al Tribunal Penal Internacional de la Haya. Hasta hoy ha sido imposible en América del Norte dentro del marco del ACLAN llevar a los tribunales a estas empresas tan poderosas que controlan el poder mediático y el político y lo que más temen es su imagen. Aquí es donde debemos actuar a nivel internacional.
En el caso Lydda Eli González los resultados están a la vista. Sean Combs reaccionó rápidamente , obligado por la presión de la opinión pública, haciendo cambios en la fábrica Setisa. El sindicato de las trabajadoras ha sido reconocido. Se ha instalado un sistema de aire acondicionado. Las costureras serán inscritas en el seguro social hondureño, lo que se traducirá en atención médica y medicinas gratis para ellas y sus hijos. Se eliminarán las pruebas de embarazo y ya no se requiere permiso para ir al baño.

Habría que echarle un ojo al país de origen de los juguetes, de nuestro calzado deportivo, de nuestras alfombras, de nuestros productos habituales de consumo y descubrir el sufrimiento que hay detrás. Está claro que frente el sistema maquilero, generado por la deslocalización de las multinacionales, hoy mas que nunca sigue vigente el grito del movimiento obrero internacional del siglo XIX: Asociación o Muerte