Un pensador excepcional

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Ratzinger forjó su carácter bajo el totalitarismo de Hitler, se convirtió en la columna del Pontificado de Juan Pablo II y, durante ocho años y hasta su renuncia, tomó su relevo en el trabajo más difícil del mundo.

La biografía de un gran intelectual alcanza mucho más allá de la fecha en que nace o los lugares por donde pasa, pues la parte esencial de su persona –la mente– se mueve en el mundo de las ideas, y «vive» en momentos históricos muy alejados del presente. La vida de Joseph Ratzinger, uno de los mayores pensadores europeos del siglo XX, transcurrió en un universo de ideas entre las que se movía con soltura, igual que un ciudadano de a pie conoce bien su barrio o su comarca.

Se podría decir que «lleva viviendo» 2.400 años, pues se educó en la época dorada de la filosofía griega en Atenas, maduró su fe de la mano de un rabino itinerante en Palestina, forjó su carácter bajo el totalitarismo violento de Adolf Hitler, emprendió el vuelo como teólogo en el Conc ilio Vaticano II, fue profesor universitario en la etapa confusa de la post modernidad, se convirtió en la columna del pontificado de Juan Pablo II, tomó su relevo en el trabajo mas difícil del mundo, como sucesor de Pedro de Betsaida, el pescador de Galilea escogido por Jesús para velar por la fe y la unidad de los cristianos. Y, cuando todo el mundo pensaba que su biografía terminaría así, en un gesto casi sin precedentes, anuncia ahora que se retira.

Pasión por la música

Joseph Ratzinger, nacido en Marktlam Inn, un pueblecito de Baviera, el 16 de abril de 1927, era hijo de un gendarme del Estado Libre de Baviera y de una acreditada cocinera cuya familia provenía del Sud Tirol. Los Ratzinger –la madre, María; el padre, Joseph; la hija mayor, María; y los dos muchachos, Georg y Joseph– eran una familia modesta pero su casa era muy alegre pues desbordaba el cariño entre los cinco y la pasión por la música. Nadie podía imaginar que en aquel ambiente sencillo estaba creciendo un personaje cuyo alcance intelectual iría mucho más allá de Baviera, de Europa y del atribulado siglo XX.

Joseph Ratzinger descubrió su vocación de modo natural siguiendo los pasos de su hermano Georg. Eran todavía niños cuando se fueron al seminario, pero habían visto ya el fuerte rechazo de su padre al nazismo, que le había costado el traslado como gendarme a pueblos cada vez menores. Después, la guerra les iría forjando. Al principio era una carnicería lejana en países invadidos, pero poco a poco la maquinaria de muerte se replegaría cada vez más sobre Alemania.

Campo de concentración

Cuando la guerra estaba ya perdida el joven Joseph Ratzinger fue arrancado del seminario, como todos sus compañeros, y obligado a servir, con sólo 16 años, en la artillería antiaérea. Asistió en primera fila a la sistemática destrucción de Múnich en bombardeos diurnos de los americanos y nocturnos de los británicos. Quien ha visto caer bombas a toneladas ya no se asusta de nada el resto de su vida. Aunque se exponía a ser fusilado, Joseph desertó y volvió a su pueblo. Cuando por fin llegaron los soldados americanos, fue arrestado e internado en un campo de concentración al aire libre con miles de soldados alemanes. Su mochila incluía un cuaderno y un lápiz. Mientras otros prisioneros se desesperaban sin saber qué hacer, el joven Joseph escribía poemas en hexámetros griegos, el verso de Homero.

Desde su juventud había leído los originales en griego de las cartas de Pablo –los primeros escritos del cristianismo–, los cuatro Evangelios y los Hechos de los Apóstoles. Allí maduró su cercanía a Jesús de Nazaret y su amor al Hijo de Dios, verdadero punto focal de toda su vida. Para conocerle mejor, estudió hebreo, familiarizándose con el universo mental de la Biblia judía, en cuyas claves espirituales y lingüísticas se expresaba Jesús de Nazaret. Si la biografía de un deportista gira en torno a entrenamientos, competiciones y medallas, la biografía de un intelectual se centra en las ideas. Y la de un sacerdote en su cercanía e intimidad con la persona a la que sigue y a la que representa: Jesucristo.

Para Joseph Ratzinger, el día más importante de su vida fue el de su ordenación sacerdotal. Todo lo demás, las sucesivas responsabilidades, han sido meras consecuencias. A su vez, considera la misa –que celebra temprano– como el momento más importante del día. Es su contacto más intenso con Jesús, centro del cosmos, de la historia y de su vida personal. Muchas veces afirma que el cristianismo no es el encuentro con unas creencias y unos mandamientos sino con una Persona, que vivió hace dos milenios pero que sigue viva y habla al corazón de quien sabe escucharle.

Seguir las huellas de Jesús

Por eso se decidió a ir al seminario de Traunstein, para seguir de cerca las huellas de Jesús. Y por eso, en el otoño de su vida, al cabo de dos décadas agotadoras al servicio de la Santa Sede como prefecto de la Doctrina de la Fe, su gran sueño era retirarse a estudiar, a rezar con más tranquilidad, y a escribir un libro sobre Jesús de Nazaret. La inesperada elección como Papa en 2005 no hizo descarrilar su proyecto de escribir un gran libro sobre Jesús de Nazaret, el personaje central de la historia, pero parecía que iba a echar por tierra sus planes de descanso. Sin embargo, ahora sabemos que sólo los aplazó: ocho años después Ratzinger podrá cumplir finalmente su sueño del retiro.

El trabajo de Papa, como el de madre de familia numerosa, no deja un minuto libre. Aun así Benedicto XVI ha logrado publicar el primer volumen en 2006, el segundo en 2011, y terminar, por fin, la parte introductoria en el 2012. «Jesús de Nazaret» refleja su propia biografía intelectual, pues es fruto de una vida de meditación y de 18 años como profesor de teología en algunas de las mejores universidades públicas de Alemania: Bonn, Münster, Tubingen y Regensburg.

En aquella época fue también asesor del Concilio Vaticano II (1962-1965), lo cual le permitió trabajar en Roma y conocer personalmente a los grandes teólogos del momento. Su primer libro, la extraordinaria «Introducción al Cristianismo» en la que el lector es llevado de ambas manos por la fe y la razón, se convirtió en un «best seller», el primero de una larga lista que le habría hecho millonario si no hubiese regalado las ganancias.

Los años felices de profesor de teología terminaron bruscamente en 1977 cuando Pablo VI le nombró arzobispo de Múnich. Unos meses después le imponía la birreta de cardenal, y con ella la responsabilidad de ayudar al Papa en el gobierno de toda la Iglesia.

Su vida dio otro gran vuelco en 1981, cuando Juan Pablo II le trajo a Roma como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y le convirtió poco a poco en su principal colaborador. El valiente filósofo polaco y el metódico teólogo alemán formaban el equipo perfecto: un Papa misionero y un teólogo que supervisaba la solidez de las encíclicas y las grandes iniciativas como la absolución de Galileo, la petición de perdón por las culpas del pasado, los encuentros interreligiosos de Asís o la publicación del tercer secreto de Fátima.

Con el paso de los años, Ratzinger notaba el cansancio físico y llegó a agotar sus fuerzas ejerciendo como decano del Colegio Cardenalicio durante la enfermedad de Juan Pablo II, las exequias y la preparación del Conclave de abril del 2005. Estaba seguro de que allí terminaría su servicio al Vaticano, pero en la Capilla Sixtina le esperaba la mayor sorpresa de su vida. A medida que avanzaba el escrutinio de votos su oración era «Señor, ¡no me puedes hacer esto!», y su impresión era de que «me caía encima una guillotina».

La elección fue un «shock» que estuvo a punto de rematarle como le había sucedido 26 años antes a Juan Pablo I, cuyo pontificado duró apenas un mes. Por fortuna, los médicos lograron frenar su ritmo de trabajo bajo la amenaza de que «o descansa haciendo pausas amplias en cada jornada o, sencillamente, morirá».

En muy poco tiempo, Benedicto XVI aprendió a descansar y con el tiempo, se convenció de que debía retirarse. Dijo que no sería un Papa viajero, pero lo fue casi todo su Pontificado. Llevó a cabo una limpieza interna de los abusos sexuales de menores. No tuvo interés en ser un Papa gobernante. Fue un Papa catequista, un Papa profesor.