Una plaga especialmente dolorosa

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Por más incomprensible que parezca, sigue siendo una cruel realidad que más de 400 millones de niños del mundo son explotados y forzados a participar en el mercado laboral en sus diversas formas: niños soldados, niñas explotadas sexualmente, niños asesinados para traficar con sus órganos, niños que son explotados trabajando en régimen de esclavitud.

Las causas de este crimen son, entre otras, las relaciones económicas internacionales radicalmente injustas, el sistema político de los países ricos y el sindicalismo de esos mismos países. Las relaciones internacionales están representadas por las grandes multinacionales y el sistema financiero, que no duda en sacrificar a los niños en aras de sus ganancias. Los sistemas políticos están representados por los grandes organismos internacionales y por los partidos con representación parlamentaria, que legitiman esta situación y no hacen nada para acabar con este crimen. Los mismos sindicatos son cómplices, al guardar silencio ante la esclavitud infantil.

Los últimos papas no han dejado de levantar su voz en contra de estos hechos tan sangrantes. “La comunidad cristiana –dijo Benedicto XVI- tiene la obligación particular de cuidar de los niños. No hay que ahorrar ningún esfuerzo para instar a las autoridades civiles y a la comunidad internacional a combatir estos abusos y brindar a los niños la protección legal que merecen justamente”. Varias décadas antes había escrito el Beato Juan Pablo II: “Es necesario denunciar la existencia de unos mecanismos económicos, financieros y sociales, que, aunque manejados por la voluntad de los hombres, funcionan de modo casi automático”.

Por su parte, el Papa Francisco, refiriéndose a las “diversas formas de trata de personas” en su reciente exhortación “La alegría del evangelio”, ha formulado estas inquietantes preguntas: “¿Dónde está tu hermano esclavo? ¿Dónde está ese que estás matando cada día en el taller clandestino, en la red de prostitución, en los niños que utilizas para la mendicidad?” (La alegría del Evangelio, n. 211).

Pero la Iglesia no se ha quedado en las palabras. De hecho, desde hace más de 25 años, en España e Iberoamérica, el Movimiento Cultural Cristiano viene desarrollando una “Campaña contra las causas del hambre, paro y esclavitud infantil”. Ahora quiere dar un paso más, proponiendo que el 16 de abril sea declarado a nivel internacional como “Día mundial contra la Esclavitud Infantil”. La fecha no es caprichosa sino que está llena de significado.

Ese día, en efecto, moría en 1995 Iqbal Masih, un niño esclavo pakistaní bautizado católico en un país de mayoría musulmana. Su vida fue un testimonio elocuente de lucha por la liberación de otros niños esclavos.

Me complace vivamente asumir la iniciativa y estimular a todos los diocesanos a que la apoyen con entusiasmo. Pues considero que es una causa nobilísima tratar de erradicar esta “auténtica plaga” de la esclavitud en el mundo. Animo, en particular, a difundir el testimonio del niño pakistaní Iqbal Masih entre los niños y jóvenes, para que reflexionen y actúen contra las causas de la miseria y esclavitud que sufren millones de niños en todo el mundo. Más aún, me agradaría que todas las personas de buena voluntad, aunque no compartan mis creencias, se solidaricen con esta causa. Pienso que no es difícil comprender que la lucha contra la esclavitud infantil en todas sus versiones es una noble iniciativa, que puede contribuir a la regeneración de la sociedad y a potenciar la conciencia de los católicos en pro de la solidaridad con los más pobres e indefensos.

+Francisco Gil Hellín, arzobispo de Burgos