La experiencia de la solidaridad y el martirio frente al totalitarismo
Hay algunas películas que quedan grabadas sus escenas en la retina y en el corazón. Son las que merecen la pena. Las que conmueven y hacen pensar. Una de ellas es Popieluzsco, estrenada recientemente en España. No se mucho de cine y no pretendo resaltar sus méritos artísticos. Tan sólo quiero indicar cómo esta película polaca merece la pena por presentar con nitidez y claridad las imágenes de la revolución polaca contra la dictadura comunista. Recordemos que Polonia sufrió alternativamente el totalitarismo nazi y el comunista y se defendió utilizando dos herramientas: la religión católica y la solidaridad. El catolicismo dota a quien lo vive de verdad de una conciencia de su propia dignidad que se remite a la relación con Dios, y que no puede admitir la esclavitud ni la sumisión a ninguna clase de poder. No es extraño que todos los proyectos de dominación ideológica hayan tratado de erradicar o al menos de controlar y domesticar la religiosidad humana y hayan visto como enemigo a abatir la Iglesia católica.
El protagonista de la película, Jerzy Popieluszko, era un sacerdote común, físicamente débil, un hombre que sentía miedo y angustia (esto es algo que la película comunica con tremenda eficacia), pero era consciente de que ni las circunstancias personales ni el poder podían definir su identidad. La lucha por la libertad de este hombre que representa la lucha de millones de polacos sólo se explica por su cotidiana referencia al Misterio de Cristo. No se trata de una lucha por el poder sino por la libertad. Una lucha que brota de una auténtica experiencia de libertad que permite a las personas, a pesar de su miedo y de sus límites, mantenerse firmes y en pie.
Todo esto tiene una gran relevancia para quienes vivimos en sociedades marcadas por el anonimato y la dispersión, en las que la opinión común es modelada desde una comunicación sin rostro, en las que la pregunta por el significado de la vida y del mundo es sistemáticamente sofocada y ridiculizada. A menor religiosidad menor libertad en la vida concreta de cada uno y en la sociedad. La otra herramienta contra el totalitarismo es la experiencia concreta de solidaridad.
El padre Popieluszko fue beatificado en 2010 como ejemplo de la defensa de derechos y de la dignidad humana.
Se aprecia con claridad en la película donde el protagonista raramente está solo. Siempre está con amigos y el trabajo es común. Hay momentos, como aquel en el que nuestro protagonista recibe la orden de ir a Roma a estudiar y que se revela como la aceptación del obispo de una solicitud de sus amigos que temen por su vida y quieren que se aleje de Polonia.
El futuro que se quiere construir no es con el fin de cumplir proyectos personales o de los cercanos. Es un trabajo que quiere construir una realidad nueva: la libertad del pueblo. Un ideal que compromete la vida y provoca una acción inteligente y concreta.
Hoy vivimos en sociedades en las que frecuentemente falta un ideal compartido, por eso la persona se reduce frecuentemente a individuo aislado, a merced de la opinión dominante, de los resortes del poder político o cultural. La llamada revolución polaca nos sigue ofreciendo lecciones válidas para el presente. Hoy estamos inmersos muchas veces en la «sociedad líquida» evocada por Benedicto XVI en su visita a Venecia, marcada por lo efímero y lo voluble, donde los vínculos son cada vez más superficiales e insignificantes, donde el individualismo hace a las personas enormemente vulnerables y donde la pregunta religiosa está condenada a los márgenes de lo estrictamente privado, cuando no a las tinieblas de lo patológico.
Esto significa que la libertad real (no un mero eslogan vacío) es un bien cada vez más arduo. Hay que empezar por no tener vergüenza de ser cristianos y curarnos del espantoso individualismo que nos ha contaminado. Hay algo que salta a la vista en esta película: ni los tanques, ni los interrogatorios clandestinos, ni la violencia del poder pueden eliminar lo que es el hombre.