Primer mitin político de la Nobel de la Paz tras su arresto domiciliario en Birmania.
- ‘No guardo rencor a mis captores’, dijo a las 4.000 personas concentradas
- Anuncia su disposición a trabajar con las «fuerzas democráticas»
Había madres con bebés en brazos, monjes envueltos en túnicas color azafrán, estudiantes y ancianos. Se habían subido a árboles y tejados. Se empujaban unos a otros. Todos querían estar un poco más cerca de ella. Escuchar mejor lo que había venido a decirles. Al mediodía, bajo un calor tropical, una mujer de escasos 165 centímetros de altura y peinado tocado por una flor emergía entre la muchedumbre, abriéndose paso a duras penas.
«No guardo rencor a mis captores», dijo ya desde el estrado a las 4.000 personas concentradas frente a la sede de su partido en Rangún. «No perdáis nunca la esperanza».
Aung San Suu Kyi dio su primer mitin un día después de su liberación, anunció que estaba dispuesta a trabajar con las «fuerzas democráticas» y volvió a pedir unidad a su pueblo en la larga lucha por acabar con una de las más represoras dictaduras del mundo. «Los birmanos solemos creer en el destino, pero si queremos el cambio tendremos que hacer el trabajo nosotros mismos», aseguró la premio Nobel de la Paz birmana.
El griterío apenas dejaba escuchar las palabras de la Dama, como la conocen los birmanos. Muchos de los presentes habían improvisado carteles de bienvenida, desafiando a un régimen que castiga con la cárcel cualquier señal de apoyo a la histórica líder de la oposición. «Nuestra madre, Daw Suu. Te queremos», se podía leer. «Libre al fin».
Suu Kyi habló desde la fachada destartalada de la sede de la Liga Nacional para la Democracia (LND) en la avenida Shwegondine Oeste, bajo los retratos con su imagen y la de su padre y héroe nacional de la independencia Aung San. «Voy a escuchar vuestra voz, la del pueblo, y después vamos a decidir que hacemos», dijo antes de asegurar que el camino a la democracia pasaba por «la libertad de expresión».
Entre el miedo y la esperanza’
‘Voy a escuchar vuestra voz, la del pueblo, y después vamos a decidir que hacemos’
Los birmanos salieron a la calle en masa por primera vez desde que los militares aplastaron la revuelta liderada por los monjes budistas en 2007, dejando a un lado el miedo. Soldados y policías mantuvieron la distancia, patrullando lejos de las inmediaciones del partido opositor. «Tenía miedo de venir, pero he querido verla. Estoy tan feliz», decía Kyine, una señora que llevaba colgado del cuello un medallón con la imagen de Suu Kyi.
A unos metros de distancia, empleados de la embajada de EEUU seguían el discurso aupados al portamaletas de un Cadillac negro con matricula diplomática. Varios turistas trataban de tomar fotografías de «la Mandela de Asia«, uno de los iconos internacionales de la lucha contra la represión junto al ex presidente surafricano. «Nunca pensé que la vería en persona», decía Mark Collins, un canadiense que había escuchado en la BBC la noticia de la liberación y se había acercado hasta la sede de la LND.
Una liberación meditada
Suu Kyi quedó en libertad el sábado sin haber cedido a una sola de las demandas de la dictadura militar que gobierna Birmania desde 1962 y decidida a continuar la lucha que inició en 1988 y que se ha visto interrumpida por los 15 años que ha pasado bajo arresto domiciliario. El final de su último encierro de siete años es una decisión personal del hombre con el que libra desde hace años un pulso personal, el general Than Shwe. Se dice que el dictador no puede escuchar su nombre sin enfurecerse. ¿Por qué dejarla libre ahora?
Todo indica que el déspota birmano ha considerado los beneficios que puede reportarle la decisión. Al liberar a Suu Kyi, el comandante supremo de las fuerzas armadas se quita de encima parte de la presión internacional, mejora su imagen y facilita sus intentos de legitimar la dictadura tras las elecciones celebradas hace una semana, las primeras en dos décadas. Los dos partidos aliados del régimen se han atribuido una victoria aplastante en un proceso considerado una farsa por la comunidad internacional. El Gobierno cree que puede marginalizar a una oposición que no estará presente en el futuro parlamento.
Suu Kyi ha pasado los últimos años de detención en la envejecida vivienda familiar de Rangún, sin teléfono, comunicación por Internet o visitas no autorizadas. En el pasado ha asegurado luchar contra la soledad y la rutina con la lectura, la meditación y un transistor de radio, una de las pocas concesiones del régimen. Ayer recuperó su derecho a comunicarse con quien quisiera y lo primero que hizo fue llamar al más joven de sus dos hijos, Kim Aris, que se encuentra en Bangkok a punto de coger un vuelo para reunirse con su madre tras 10 años sin verla.
El fervor que ha despertado la liberación de Suu Kyi preocupa a algunos de sus principales asesores, conscientes de que el régimen podría volver a encarcelarla en cualquier momento. La disidente tendrá que mantener un equilibrio entre su objetivo de revitalizar la oposición y la necesidad de no ser vista como una amenaza.
La oposición se encuentra dividida, sus líderes han envejecido sin lograr avances democráticos y las nuevas generaciones han renunciado a los riesgos de hacer política en un país donde 2.200 presos de conciencia se pudren en las cárceles. Esta mañana, sin embargo, entre la muchedumbre que se apretujaba para verla había una mayoría de jóvenes, muchos de los cuales eran unos niños la última vez que Suu Kyi estuvo en libertad en 2002.
Thuza, un estudiante de ingeniería de 19 años, llegó con un grupo de compañeros y trataba a duras penas de grabar el discurso con un teléfono móvil. Funcionarios del LND calmaban a la gente y pedían que se sentaran para que todo el mundo pudiera ver a su heroína. «Todos la quieren», suspiraba Thuza. «Algún día será nuestra presidenta».