Se han cumplido cuarenta años del Concilio Vaticano II. Cuarenta años de nuevo Pentecostés y de primavera de la Iglesia Así lo calificó Juan Pablo II, muy consciente de que no se trató de una ebullición de modas de renovación pasajera, sino de la preparación de la Iglesia para la travesía del Tercer Milenio
Revista Id y Evangelizad nº 46
Y muy consciente, también, del entusiasmo y de la alegría que el encuentro con Cristo en la Iglesia supone hoy para millones de personas, muchos de ellos jóvenes. Y esto, frente a los malos augurios de tantos laicistas y cristianos progresistas que se empeñan en no ver más que desgracias en la actual vida eclesial, esos mismos que parecen una versión actual de aquellos profetas de calamidades sobre los que advirtió Juan XXIII el primer día de reunión conciliar.
Se cumplen cuarenta años con Benedicto XVI en la sede de Pedro. El que entonces era asesor de uno de los padres del concilio, es hoy un Papa que ha quitado de su escudo la tiara del poder temporal y está reduciendo con sencillez el protocolo para acoger en su casa a reyes y jefes de Estado. Un papa empeñado en llevar adelante el proyecto de diálogo ecuménico e inter-religioso iniciado por el Concilio. Tan empeñado que en la última Jornada Mundial de la Juventud los actos con judíos, musulmanes y reformados fueron buena parte de su agenda, y, al llegar de Colonia, comenzó los preparativos para que su segundo viaje sea visitar Turquía (nación musulmana) y encontrarse allí con el patriarca Ortodoxo como hiciera Pablo VI. Además de recibir a los lefebvrianos y a Hans Küng, después de muchos años de haber roto la comunión con la Iglesia católica.
Se cumplen cuarenta años con la Iglesia en estado de misión. Un camino precedido de siglos de expansión misionera en todos los continentes, y especialmente de la renovación eclesial promovida mediante la gran labor misionera de los comienzos del siglo XX: la evangelización del Mundo Obrero, con la encarnación en él de apóstoles de la talla de Cardijn, Rovirosa o Tomás Malagón. Apóstoles que reconocían, hace ya sesenta años, a Bélgica o Francia o España como países de misión, adelantando eso que después Juan Pablo II (el primer Papa surgido del proletariado) llamó la Nueva Evangelización.
Ellos nos descubrieron, como el decreto Ad gentes, que ser Iglesia en estado de misión es tener en el catecumenado y la iniciación cristiana una referencia permanente que ponen en el centro la espiritualidad de conversión que mira en primer lugar a Cristo y a nada ni nadie más. Algo palpable en una Iglesia que se renueva hoy en multitud de nuevos movimientos, donde son los laicos -familias cristianas en pandilla de amigos con sacerdotes y consagrados- los protagonistas de una vida de compromiso y santidad, que le permite ser Luz de los pueblos.
Cuarenta años ya, de esa lucha por el Reino y su Justicia que tiene como fuente y culmen la mesa de la Eucaristía, y como camino la encarnación en los más pobres (hoy son ya el 80% de la Iglesia) compartiendo a fondo sus Gozos y Esperanzas. Una lucha para la que el Espíritu ha puesto una vez más en primera línea millones de mártires y en la que la Iglesia -que en los años sesenta aparecía como uno más entre los posibles humanismos que promocionaban al hombre- toma hoy la delantera en defensa de los más débiles frente a un materialismo que niega la dignidad de la persona y un relativismo que la deja a merced de la manipulación de los poderosos.
Cuarenta años que no son más que un comienzo para descubrir el regalo que ha sido el Concilio Vaticano II para la Iglesia de nuestro tiempo. Es necesario leer de nuevo sus documentos, ¡quedan tan pobres y rebajados en las versiones que unos y otros quieren hacer interesadamente de ellos! Por ello en estas páginas encontraréis los discursos de inicio y clausura de Juan XXIII y Pablo VI, sólo un abreboca para que en nuestros grupos entremos a fondo a conocer y vivir las enseñanzas de un Concilio que está en gran parte por estrenar.