La limpiadora Maite Hernández, de 61 años, es el ejemplo claro de una de las críticas que vienen repitiendo en los últimos años los sindicatos: el progresivo deterioro de las condiciones de trabajo y de los contratos que se firman.
Ella tiene cuatro puestos de trabajo, dos de ellos con un contrato de tres horas a la semana, otro de dos horas y 15 minutos y un tercero en una pequeña empresa de siete horas y media cada semana Su trabajo a tiempo parcial se ha visto reducido en más de la mitad durante los últimos años. Contrato a contrato. Firma a firma. «Es una vergüenza, yo creo que las empresas lo hacen para pagarte todavía menos si te despiden, y no creo que el Gobierno deba permitirlo», se queja. «Ahora no costaría más de 50 euros ponerme en la calle», agrega.
Se levanta a las 6.45 horas y a partir de entonces comienza su desfile por las tres oficinas bancarias y la pequeña empresa que limpia. Solo utiliza el coche cuando es estrictamente necesario, cuando no le da tiempo a llegar de un sitio a otro. El resto, andando, porque, si no, «no compensa». Es decir, que gasta más en gasolina de lo que gana. Y lo que gana no supera los 400 euros al mes. Una circunstancia que se agrava por el hecho de que su marido, autónomo, estuvo durante un largo periodo de tiempo de baja.
Con nóminas de 90 y 65 euros al mes, Hernández teme por su jubilación. Es consciente de que será muy complicado que pueda dejar de trabajar antes de los 65. «Y posiblemente tenga que estar hasta los 67», agrega.
Y no para conseguir mucho. Unos años más para ingresar «lo mínimo» establecido.
Autor: Óscar Fraile