‘El hambre es un problema político’

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Entrevista a Olivier de Schutter relator de la ONU para el derecho a la alimentación

Si la crisis alimentaria tuviera receta no podrían faltar como ingredientes la demanda por los aires de países emergentes como China e India, los desastres meteorológicos -cambio climático mediante- al este de Europa, o estos días en Australia, unas reservas de productos agrícolas muy ajustadas, el cultivo de agrocombustibles, la acaparación de tierras… Y como aliño, la especulación. La que, según Olivier de Schutter, relator de Naciones Unidas para el derecho a la alimentación, no estira por sí sola los precios de los productos -en sus máximos, según los datos de la FAO-, pero sí, de la mano de hedge funds, «conduce a reacciones de pánico» en un mercado que ya tiene forma de burbuja. ¿Los perjudicados? Aquellos que, dice este profesor de la Universidad de Lovaina (Bélgica), están en el último eslabón: pequeños productores y consumidores. El Banco Mundial calcula que el alza de los precios de los alimentos registrada desde julio ha empujado a la pobreza a otras 44 millones de personas. Ahora bien, puntualiza De Schutter, alimentos hay para todos.

P.- ¿Qué o quién está detrás de la especulación financiera del mercado de los alimentos?

 La desregulación de los futuros de productos agrícolas en el año 2000, que comenzó con la Ley de Modernización de Futuros de Materias Primas en Estados Unidos, llevó a la entrada gradual de inversores institucionales (hedge funds, fondos de pensiones) en los mercados de materias primas. Debido a que los inversores institucionales dominan este mercado, la especulación que ha surgido está incrementando la volatilidad e imprevisibilidad. Es un problema para los productores, que tienen difícil anticiparse a la evolución de los precios, y para los países pobres que son compradores netos de alimentos y cuya factura puede crecer de forma repentina por la burbuja formada en el mercado de derivados.

P.- ¿Cómo funciona la especulación con los alimentos?

 Los especuladores activos en este sector apuestan por precios altos. Los operadores de los mercados reales reaccionan y siguen estas indicaciones: primero retrasan las ventas de las materias al tiempo que pujan por comprar; esto, siempre en un marco de temor por precios más altos, lleva a crear una escasez artificial de productor y a anticipar unos precios altos. Se convierte en una profecía autocumplida.

P.- Y si se rompe la burbuja…

 Si hay noticias de buenos cultivos, la burbuja puede explotar rápidamente. Es lo que ocurrió en 2008. La tendencia a la baja sería entonces bastante significativa, aunque en el medio-largo plazo habrá todavía una fuerte tendencia hacia precios altos por lo ajustado del suministro y el incremento de la demanda.

P.- ¿A quién beneficiaría esa explosión?

 Es positivo para los países importadores, pero supone una pérdida de ingresos para los exportadores. Lo que interesa son los productores y consumidores. Y ni los pequeños agricultores se benefician siempre de los altos precios, porque están en el eslabón de la cadena más débil, ni los consumidores de la bajada de precios porque las empresas importadoras o los pequeños comercios no los trasladan al mercado. Dependerá por lo tanto de cómo la cadena de alimentos sea o no regulada y de lo que se conoce como política económica del sistema de alimentación.

P.- Usted ha defendido la regulación del mercado. ¿De dónde vendría esa regulación?

El G20 podría enviar una señal fuerte en muchas direcciones. Primero, podría promover la creación de reservas de alimentos a nivel regional para limitar la volatilidad de los precios y mantener los ingresos de los agricultores al tiempo que protege a los consumidores de los picos de los precios. En segundo lugar, podría llevar a que las economías hagan una clara distinción entre inversores privados, que utilizan el mercado de derivados para sortear los riesgos, y los institucionales, que los usan simplemente para ganar a corto plazo en manada, comprando por las expectativas del vecino. Y en tercer lugar podría llevar, siguiendo la ley de protección al consumidor firmada por Obama en julio de 2010, a que las economías limitasen la participación de un inversor institucional en una sola materia para así asegurar que no influyan en su precio.

P.- Según datos de la FAO, el precio de los alimentos ha alcanzado un récord en marzo y esto no es solo por la especulación.

 La causa más inmediata es el impacto del clima -las sequías en Ucrania y Kazajistán, inundaciones en Pakistán y en Australia, también en Sudáfrica y Lesotho, fuertes lluvias en Canadá-, alteraciones de los patrones del tiempo a causa del cambio climático. Y esto, en contra de una tendencia de crecimiento de la demanda, seguido de mandatos para la producción y consumo de agrocombustibles en las economías de la UE o EE UU, que usa un 38% de su cultivo de maíz en la producción de etanol, algo muy problemático en estos tiempos de crisis.

P.- ¿Cómo se puede frenar la escalada de precios?

 Con más transparencia en los mercados para limitar el impacto de la especulación. Necesitamos reinvertir en agricultura y ofrecer incentivos a los agricultores para que produzcan, se organice el mercado y se les garanticen precios relativamente estables. Tenemos que cambiar a un sistema agrícola más resistente a los fenómenos climáticos. Y debemos esperar precios del petróleo más bajos: los precios de los alimentos siguen muy de cerca a los del petróleo.

P.- Hemos tratado de explicar las revueltas en el mundo árabe, en parte, por el alza de los precios de sus alimentos, pero hay regiones más vulnerables…

 Países como Haití, Afganistán y Mongolia están particularmente en riesgo -y, por supuesto, Corea del Norte, aunque por razones muy diferentes. Los países africanos se han beneficiado de unas cosechas en 2010 relativamente buenas y no afrontan un riesgo inmediato, ni siquiera Níger, generalmente en peligro. Los países que importan la mayor parte de la comida que necesitan son más vulnerables. Los menos desarrollados compran el 20% de sus alimentos, y su factura se ha multiplicado por cinco o seis desde los años 90. Esta dependencia de los mercados internacionales es muy peligrosa.

Pregunta.- La producción de cereales en 2010 fue ligeramente menor a la de 2009, según la FAO. ¿Hay un problema de escasez?

Respuesta.- Hay escasez localizada en regiones donde las cosechas han sido bajas o que han sufrido desastres naturales o conflictos o donde las rutas de comunicación son muy pobres. Pero producimos suficiente para alimentar al mundo. Si los mercados funcionasen bien y la gente tuviera la capacidad adquisitiva para comprar la comida disponible no habría hambre. El hambre es un problema político. Es una cuestión de justicia social y políticas de redistribución, no solo un problema técnico de incremento de la producción.

Pregunta.- Y ante el crecimiento de la demanda se impone la compra de tierras de cultivo en países extranjeros. ¿Cómo alimenta esta tendencia la crisis?

Respuesta.- Con demasiada frecuencia, la tierra se vende a inversores, nacionales o extranjeros, sin atender a los intereses de las comunidades locales que dependen de estos recursos naturales -tierra y agua. Esto puede ser un problema serio, tanto para los agricultores a pequeña escala, sin remedio ante el desahucio -no poseen títulos de las tierras que cultivan-, como para pastores o pescadores cuyo sustento depende del acceso a terrenos comunales. Me preocupa. Son la gente que precisamente está más en peligro de inseguridad alimentaria. Robarles sus activos no debería estar permitido.