“¡Vamos listos!”

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Lo dijo un candidato a la presidencia del gobierno: “Como tengamos que esperar a que Dios nos mande algunas indicaciones económicas, vamos listos… ¡Vamos listos!”.

Encarnada la Palabra, al buen Dios ya nada le queda por decirnos, pues nada le queda por darnos o por hacer en favor nuestro. Así que hace muy bien el señor candidato en no esperar a que Dios le mande en el futuro y para consumo personal indicaciones de ningún tipo, ni económicas ni morales, tampoco sociales, y ni siquiera espirituales. Pero creo que ningún candidato haría mal si tomase en consideración indicaciones pasadas, que por venir de donde vienen, aspiran a tener valor permanente y tienen vocación de futuro. Recordaré algunas que, según entiendo y sin modificar de ellas letra o tilde, pudiera asumir cualquier programa electoral escrupulosamente laico y democrático:

No robarás… No codiciarás los bienes de tu prójimo”.

“No maltratarás ni oprimirás al emigrante… No explotarás a viudas ni a huérfanos… Si prestas dinero a alguien… a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero cargándole intereses”.

“No explotarás al jornalero, pobre y necesitado, sea hermano tuyo o emigrante que vive en tu tierra, en tu ciudad… No defraudarás el derecho del emigrante y del huérfano ni tomarás en prenda las ropas de la viuda”.

 “Más vale poco con justicia que muchas ganancias injustas”.

“Sé voz de quien no tiene voz, defensor del hombre desvalido, pronuncia sentencias justas, defiende al pobre desprotegido”.

“Quien ama el dinero nunca se sacia”.

“El que procede con justicia y habla con rectitud, y rehúsa el lucro de la opresión, el que sacude la mano rechazando el soborno y tapa su oído a propuestas sanguinarias… ése habitará en lo alto, tendrá su alcázar en un picacho rocoso, con abasto de pan y provisión de agua”.

También pudiéramos recordar la regla de oro de Jesús: “Todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella”. Para Jesús esta norma tenía valor sagrado, pero nosotros podemos asumirla como laica y democrática.

Ésta, queridos, sería una política económica de mínimos. Nada que ver con las teorías de A. Smith o de J. M. Keynes, pero mucho que ver con la búsqueda de la verdad, la práctica de la justicia y la pasión por la paz.

He de reconocer que, como economista, Dios es una calamidad. En su Reino puso como norma el amor, y no un amor cualquiera, sino un amor como el suyo: “Como yo os he amado, amaos también unos a otros”. Él no se presenta a elecciones y puede tirar la casa por la ventana, y de los suyos puede esperar que se le parezcan algo en locura, cosa que no esperamos ver reflejada en un programa político. Pero no finjan ustedes ignorar que Dios les marcó un programa de mínimos laico y democrático, porque si ustedes lo ignoran, entonces sí que los de siempre “vamos listos… ¡Vamos listos!”.