Cuando la tecnología se convierte en una nueva ideología a la que adorar, en una ideología que sirve a las minorías enriquecidas (Plutocracias) que controlan las palancas de cambio y el poder financiero, cometemos el error de realizar informes y análisis orientados desde esta filosofía que excluye al ser humano de la ecuación. Filosofía y orientación que ponen al ser humano en el disparadero de ser materia mejorada, susceptible de renovación, o simplemente apartada de su propia vocación (Trabajo).
Que la llegada de la pandemia de coronavirus ha puesto patas arriba las economías del todo el mundo, estrangulando su tejido empresarial (sobre todo a los pequeños) y con él, dejando en serios aprietos a millones de trabajadores, es un hecho de semejante magnitud, que ha provocado, que las fórmulas para adaptarse a esta nueva situación sufran un forzoso acelerón en el tiempo.
La robotización, paradigma del desarrollo tecnológico y resultado del progreso industrial, estará a partir de ahora mucho más presente en las empresas, dando como resultado una equiparación en la fuerza laboral entre hombres y máquinas. Equiparación no solo en la cantidad del nivel de automatización, sino en el nivel cualitativo de decisión y de valoración del trabajo humano.
El último estudio del Foro Económico Mundial (WEF en sus siglas en inglés), donde advierte de que como consecuencia de la abrupta irrupción de la covid-19 y de la consiguiente recesión general de los países, para el 2025 ―en apenas cinco años―, el reparto de tareas será del 50% entre humanos y robots, lo que podría dar como resultado un aumento de la desigualdad. Evidente.
Pero aquí surge la pregunta, si es el nivel de automatización o el diseño de la economía y su orientación lo que genera la desigualdad. Creemos que lo segundo.
En el informe titulado The Future of Jobs 2020 (El futuro de los empleos 2020), el WEF toma como referencia para extraer sus conclusiones las encuestas realizadas a altos dirigentes empresariales ―principalmente directores de recursos humanos y directores de estrategia―, que representan a casi 300 empresas mundiales y en su conjunto emplean a ocho millones de trabajadores. Según sus estimaciones, para 2025 la tasa de automatización de la fuerza labora será del 47%, frente al actual 33%, mientras que los empleos desempeñados por seres humanos representarán el 53%, muy por debajo del 67% vigente.
Según estos expertos “La automatización y una nueva división del trabajo entre los seres humanos y las máquinas desplazarán 85 millones de empleos en todo el mundo en empresas medianas y grandes de 15 industrias y 26 economías”, apunta el análisis, que por contra, también avisa de que el aumento de la presencia de las máquinas “puede permitir la aparición de otros 97 millones de puestos de trabajo, principalmente en sectores como los cuidados, las industrias tecnológicas de la Cuarta Revolución Industrial, como la inteligencia artificial, y en los campos de creación de contenidos”.
El grave problema es que de estos 85 millones de personas posiblemente logren subirse al tren de esta gran transformación muy pocos. La velocidad del cambio centrifuga personas del sistema económico, dejándolos a merced de la miseria y/o el subsidio. Otro gran dilema que surge con fuerza es que los nuevos empleos serán en su mayoría más precarios que los anteriores. Se trata en definitiva de la ausencia de voluntad política de favorecer un trabajo digno.
Por eso ante estos informes hemos de plantearnos que la solución no solo está en que los robots paguen impuestos, o incluso de establecer tipos impositivos a grandes fortunas y plataformas tecnológicas; se trata de un nuevo diseño de la economía y de la empresa, de las relaciones laborales y de la aportación fundamental del ser humano a la humanidad: Trabajo.
Sigamos dialogando.
Luis Antúnez