Los responsables de la hambruna

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El director del Banco Mundial, ex asesor de Bush, es uno de los causantes de la crisis alimentaria…

Todos los que entienden las verdaderas causas de la actual crisis mundial de la alimentación empiezan a alucinar cada vez que el presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, hace declaraciones sobre el tema. Hace unos días alzó su voz apocalíptica para lamentar la enorme subida de los precios de los alimentos. Según él, el libre comercio es ahora un imperativo de carácter humanitario, ya que es la única manera de garantizar que los pobres tengan comida. Zoellick, al igual que su antecesor en el cargo, Paul Wolfowitz, y Condoleezza Rice son miembros del grupo los Vulcanos (The Vulcans), los cerebros de la política exterior de George Bush. Por ahora, la oleada de disturbios populares que estamos viendo ya ha significado la caída del primer ministro de Haití. Y ha habido manifestaciones de protesta en México, India y Egipto, entre otros lugares.


Las causas de esta subida vertiginosa de los precios son múltiples, una tormenta perfecta que resulta de la suma de muy diversos factores. Han intervenido la subida de los precios del petróleo, el rápido aumento de la demanda de carne en países de desarrollo medio, la especulación financiera y la dedicación de cultivos agrícolas a la fabricación de biocombustibles. Sin embargo, no es la primera vez en la historia que hay grandes fluctuaciones de los precios de los alimentos.


 


EL MOTIVO


 Por el que la inflación de precios de los alimentos es ahora tan aguda y trágica tiene mucho que ver con Robert Zoellick y sus amiguetes. Antes de reemplazar a Paul Wolfowitz al frente del Banco Mundial, Zoellick era el representante de EEUU en la Organización Mundial del Comercio. Desempeñando esas funciones, Zoellick se ganó una gran reputación como negociador duro y correoso. Inagotable en la discusión sobre todos y cada uno de los detalles de los acuerdos y exigente en grado máximo cuando se trataba de imponer a los países pobres todo el credo de los economistas neoconservadores. Su misión consistía en abrir rápidamente mercados a los productos norteamericanos en todo el mundo. Sobre todo en las exportaciones agrícolas. En la práctica, para conseguir ese objetivo tenía que lograr que los países pobres aceptaran, en nombre de la libertad de comercio, la prohibición de almacenar los excedentes de grano (con la excusa de que las montañas de comida interfieren en el funcionamiento del mercado), la prohibición de mantener barreras tarifarias en sus aduanas (con idéntica excusa) y la prohibición de subvencionar y dar ayudas de ningún tipo a sus agricultores («tienen que aprender a competir», les decía Zoellick).


POR DESGRACIA, cuando desaparecen todas las políticas de ayuda a los campesinos no hay ningún parachoques que suavice el brutal impacto de la subida de los precios contra los estómagos vacíos de los pobres de la tierra. Los gobiernos de los países en vías de desarrollo ya no pueden recurrir a estimular a los agricultores que tienen explotaciones pequeñas porque a esos pequeños agricultores se los han llevado por delante las importaciones de alimentos baratos (y, estos sí, subvencionados por sus poderosos y ricos gobiernos) procedentes de Estados Unidos y de la Unión Europea.


Tampoco queda el antiguo recurso consistente en luchar contra el hambre con el grano almacenado en los años de buenas cosechas, porque esos superávits fueron vendidos hace tiempo para pagar los intereses de la deuda externa. Tampoco se pueden aumentar los subsidios de ayuda a los más desfavorecidos, porque en honor de la libre competencia los subsidios han sido barridos.


Que quede claro: el motivo por el cual la grave inflación de precios alimentarios ha sido tan dura para los pobres es, sencillamente, porque ya no hay manera de protegerlos. Y los que se han cargado los antiguos métodos de ayuda a los pobres son el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio y el Banco Mundial. Incluso el Grupo de Evaluación del propio Banco Mundial acepta que la eficacia de las políticas aplicadas por el Banco Mundial en la agricultura ha sido escasa. Por decirlo en los términos, muy delicados, que emplea el Grupo de Evaluación, «en la mayoría de los países que se encuentran en proceso de transformación, cuando el sector público abandonó el terreno, el sector privado no acudió a llenar el vacío».


 


LA AGRICULTURA


 fue liberalizada, pero a la mano invisible del mercado no se la ve por ningún lado. Aunque se constató que el sector privado no invertía en agricultura, las instituciones liberales siguieron prohibiendo la intervención del sector público en apoyo de los agricultores. Porque los acuerdos de liberalización del comercio, y las condiciones que imponía el Banco Mundial para conceder sus préstamos, han hecho imposible la soberanía alimentaria, por decirlo en el término acuñado por el sindicato internacional de pequeños agricultores, Vía Campesina.


Por eso, cuando vemos al presidente del Fondo Monetario Internacional, Dominique Straus-Kahn, lloriqueando por la subida del precio de los alimentos o cuando oímos a Zoellick utilizando la actual tragedia para pedir todavía más liberalización, nos entran ganas de vomitar.


 RAJ Patel: Autor de Obesos y famélicos. El impacto de la globalización
en el sistema alimentario mundial (Los Libros del Lince)