Yo entiendo muy bien, dice Dios, que haga cada uno su examen de conciencia. Es una buena costumbre. Pero es preciso no abusar de ella. Es una práctica, incluso, recomendada. Está muy bien. Todo lo que está recomendado está muy bien. E incluso no sólo está recomendado: está prescrito. En resumen: que es una buena cosa
Pero ¿a qué es lo que llamáis vuestro examen de conciencia?
Si es pensar en todas las tonterías que habéis hecho durante el día con un espíritu de arrepentimiento, entonces está muy bien, acepto vuestra penitencia, sois gente honrada, buenos muchachos.
Pero si lo que pretendéis es hacer desfilar y rumiar toda la noche todas las ingratitudes cometidas durante el día, si es que queréis volver a masticar por la noche vuestros amargos pecados del día, si es que queréis llevar un registro perfecto de vuestros pecados, de todas esas tonterías y estupideces, entonces, no.
Dejadme a mí llevar por mí mismo el Libro del Juicio, que seguramente ganaréis más con ello.
Si es que queréis contar, calcular, valorar como un notario o como un usurero o como un recaudador de impuestos, dejadme entonces hacer mi oficio y no os pongáis a hacer oficios que no tenéis por qué hacer.
Por lo visto vuestros pecados son tan preciosos que es preciso catalogarlos y clasificarlos y grabarlos y contarlos y calcularlos y compulsarlos y compilarlos y remirarlos y repasarlo y valorarlos e imputároslos eternamente y conmemorarlos con no sé qué especie de piedad.
Como nosotros en el cielo atamos los haces eternos y los sacos de oraciones y de méritos y los sacos de virtudes y de gracias en nuestros imperecederos graneros, así vosotros ahora, pobres imitadores – imitadores sólo que al contrario y al revés- venga a reunir y poneros a atar todas las noches los miserables haces de vuestros horribles pecados de cada día.
Aunque fuera sólo para quemarlos ya sería demasiado.
No merecen la pena ni de eso.
Pensáis demasiado en vuestros pecados.
Haríais mejor en pensar en ellos para no cometerlos, cuando es tiempo todavía, hijo mío, cuando aún no los habéis cometido.
¡Pero por la noche no andéis atando esos haces vanos!
¿Desde cuándo un labrador ata haces de cizaña y de grama?
¡Se hacen haces de trigo, hijo mío!
Cuando el peregrino o el huésped o el viajero ha estado caminando mucho tiempo por el barro de los caminos, se limpia cuidadosamente los pies antes de pasar el umbral de la iglesia, porque es necesario que el barro del camino no manche las losas de la iglesia.
Pero una vez que ha hecho eso, una vez que se ha limpiado los pies antes de entrar, no está pensando constantemente en sus pies, no mira constantemente si sus pies están bien limpios, no tiene ya corazón, ni ojos, ni voz, sino para el altar donde está el cuerpo de Jesús.
Es suficiente que se haya limpiado bien los pies una vez antes de pasar el umbral del templo, no se hable más de ello.
No se habla constantemente del cieno, no es limpio.
Y transportar al templo el recuerdo y la obsesión del cieno es transportar el cieno al templo.
Y es necesario que el lodo no pase el umbral de la puerta. Cuando el huésped llegue a casa de quien lo ha invitado que se limpie simplemente los pies antes de entrar y que no piense constantemente en sus pies y en el barro de sus pies.
Pues vosotros sois mis huéspedes, dice Dios, y mis hijos que venís a mi templo.
Así, pues, lavaos por la noche. Eso es hacer vuestro examen de conciencia. ¡Pero no se está uno lavando todo el tiempo!
Entrad en mi noche como en mi casa y si, a pesar de todo tenéis que presentarme alguna cosa, que sea, por de pronto, una acción de gracias por todos los servicios que os hago, por los innumerables regalos de que os colmo cada día, de los que os he colmado hoy mismo.
Luego vuestro examen de conciencia sea un lavado de una vez y no un volver sobre huellas y manchas.
La jornada de ayer está hecha, hijo mío, piensa en la de mañana, y en tu salvación que está en las veinticuatro horas de la jornada de mañana.
Para pensar en el ayer es ya demasiado tarde. Pero no es demasiado tarde para pensar en mañana.
Que vuestros exámenes de conciencia y vuestras penitencias no sean endurecimientos y encabritamientos hacia atrás, sino que sean penitencias de descanso, pobres hijos, y contriciones de perdón, y de abandono en mis manos y de renuncia de vosotros mismos.
Pero Yo os conozco, sois siempre iguales:
Estáis dispuestos a ofrecerme grandes sacrificios a condición de que vosotros los elijáis.
Preferís ofrecerme grandes sacrificios a condición de que no sean los que Yo os pido.
Sois así, os conozco.
Harías todo por Mí, excepto ese pequeño abandono que es todo para Mí.
Por favor, sed como un hombre que está en un barco sobre un río y que no rema constantemente sino que, a veces, se deja llevar por la corriente.