El movimiento del trabajador católico

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‘El movimiento del Trabajador Católico surge del encuentro de Dorothy Day y Peter Maurin en la festividad de la Inmaculada Concepción, el 18 de diciembre de 1932. Dorothy y Peter fundaron el movimiento y el periódico The Catholic Worker en 1933 en medio de la Gran Depresión con vistas a poner en marcha una renovación radical del catolicismo y del orden social. Las raíces del movimiento eran tan profundas, y algunas tan antiguas, que, como Peter Maurin decía, parecían nuevas.’

Así comienza el primer capítulo del libro que el matrimonio Zwick escribió para dar a conocer los orígenes intelectuales y espirituales del movimiento del Trabajador Católico.

Con la creación del Catholic Worker para responder al Evangelio atendiendo a los que nadie atiende, la caridad política da un nuevo paso adelante.

Estamos en la Casa Juan Diego, Houston, Texas, donde Mark y Louise Zwick empezaron hace ya 29 años un proyecto de atención a inmigrantes indocumentados, enfermos y mujeres maltratadas que pertenece al Catholic Worker.

Mark y Louise son Trabajadores Católicos, nacieron en Ohio y Pensilvania. Se conocieron de jóvenes, involucrados en los problemas de los débiles, se hicieron amigos, luego novios y más tarde se casaron y decidieron dedicar toda su vida a la lucha por la justicia, viviendo entre los pobres pobremente (ante el escándalo de sus amigos universitarios, que optaban por caminos bien diferentes).

Louise no era cristiana ni creí­a en Dios. Fue en la universidad (Berkeley, California) donde entró en contacto con gente como Daniel Berrigan, un cura católico que se destacó en su lucha contra la guerra de Vietnam, lucha no-violenta que le llevó varias veces a la cárcel. En esos años vino su conversión, en la lucha pacifista en favor de los campesinos chicanos y contra la guerra de Vietnam.

Ambos se fueron a vivir a California, donde trabajaron con el grupo de César Chavez (lucha no-violenta de campesinos chicanos, con y sin papeles, primero en California y más tarde en todos los Estados Unidos y más allá).

Fue Daniel Berrigan quien les animó a irse a El Salvador en 1977 a trabajar con un cura misionero. Allá se fueron con sus dos hijos, de seis y ocho años, quince dí­as antes de celebrarse las elecciones presidenciales, un fraude a la democracia seguido de una feroz represión contra indí­genas y movimientos sociales (escuadrones de la muerte, fosas comunes,…). A los quince dí­as de las elecciones, el gobierno ordena la deportación del sacerdote con el que habían ido y ellos se quedan solos, con sus hijos, y amenazados por los escuadrones de la muerte, que los acusaban de subversivos.

Allá­ conocen a Óscar Romero, el valiente obispo salvadoreño que denuncia las matanzas llevadas a cabo por el gobierno y los escuadrones de la muerte. Y salva vidas. Matanzas de niños, mujeres, ancianos, sacerdotes, socialistas o sospechosos de serlo,… Monseñor Romero también muere asesinado en plena celebración de la eucaristí­a. Él les acerca más a la Iglesia católica.

Seis meses después, la situación se recrudece y les dicen que se tienen que ir, que es demasiado peligro­. Se van con los niños a Guatemala, donde se dedican a aprender español. Después, en 1980, les proponen ir a Houston, donde nunca habí­an estado.

En esa época empezaron a llegar refugiados de Centroamérica (Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua) a Houston. Ellos conocí­an a Dorothy Day y Peter Maurin, así­ como sus postulados fundamentales: «Los pobres que vienen a nuestra puerta son los embajadores de Dios y hay que recibirlos como a Dios mismo»; «el sistema polí­tico-económico-social ataca a los pobres y los relega a ser meros sirvientes de los poderosos. Hay que cambiar esa situación por una sociedad del amor»; «Caridad y justicia deben ir unidas»; … . y se retan el uno al otro: «Si tuviéramos valor, empezarí­amos una Casa del Trabajador Católico«. Eso fue hace ya casi treinta años y ahí­ siguen, treinta años más viejos, resistiendo y luchando todos los días por construir justicia.

Empezaron con un proyecto de cinco años, pero llevan 30. Ellos dicen que fueron dí­a a día, sin plantearse demasiados planes a largo plazo. Tampoco decidieron a quien atender, sino que han ido tratando de responder a las necesidades que surgían. Así­, al principio, les llegaron a la puerta de la casa refugiados y enfermos, y los acogieron e intentaron ayudar. Más tarde aparecieron mujeres maltratadas, junto con sus niños y les abrieron las puertas. Y después vinieron embarazadas sin recursos y también ellas tuvieron cabida. Y, aunque no lo dicen, también se ocupan de enfermos de SIDA, deshauciados, drogadictos, enfermos mentales que les deja inmigración en la puerta (la misma inmigración que les quiso cerrar las casas varias veces),…

Decidieron poner en marcha la casa sin subvenciones ni salarios para ser totalmente libres y no depender de un dinero concreto que se les pueda retirar por la razón que sea. Son autogestionarios y solo aceptan donaciones sin compromiso alguno, son muy humildes, hospitalarios y uno desea con ellos poder dialogar siempre un rato más.

La casa (casas ya, porque gracias al trabajo gratuito, han abierto Casa Marí­a en otra zona de la ciudad, una clí­nica gratuita, pisos de acogida para mujeres que sufrieron maltrato, una casa para enfermos terminales,…) guarda dramas de toda clase y ha soportado acosos importantes por parte de la propia administración, los vecinos y de los Minute Men. Por auxiliar a inmigrantes indocumentados, podí­an estar en la cárcel, es delito .-ahora, por cierto, en España también, gracias al acuerdo de PSOE y PP para sacar la nueva Ley de Extranjería-. Los vecinos han cambiado en 30 años, el barrio pasó de ser un suburbio a las afueras de la ciudad a formar parte de una zona céntrica rodeada de condominios habitados por familias jóvenes de clase media, que convierte los terrenos de la casa en apetitoso manjar para los constructores. Los Minute Men son un grupo creado en plena guerra de independencia que se declaraba como garante de la constitución, que debí­a hacer cumplir en caso de que el gobierno no lo hiciera. Esto que parece tan bonito, en la práctica se traduce en palizas a inmigrantes, amenazas a la casa, un incendio que destrozó la primera, hecha (como casi todas aquí) en madera, y continuas campañas para causar problemas a esta gente. Lo que hace que sobrevivan es el respaldo de la comunidad: atienden a más de 1200 familias, les sacan las castañas del fuego a la administración acogiendo a mujeres, niños,… que serían vagabundos si no fuera por ellos, aceptan a todos, sin importar creencias,… Y lo hacen por fe en el Evangelio.

Viven con una austeridad fuera de lo común: con lo justo (a veces con menos de lo justo, pero lo reparten y llega), no hay más que ver cómo van vestidos Mark y Louise, su despacho, su disponibilidad, la comida…en la casa ningún pobre se siente humillado, ni escandalizado. Funcionan a base de voluntariado y trabajo de los propios huéspedes (los que pueden trabajar, que no son muchos, lo hacen en las tareas de mantenimiento de la casa -cocinar, limpiar, gestión,…-).

Además, viene gente de fuera y se queda a trabajar allí­ gratis, dos veces por semana, tres mañanas…

En Navidad había una chica de había oído hablar de ellos en Pensilvania y vivía en la casa desde abril, otra, protestante, que había interrumpido sus estudios universitarios y estaría un año trabajando en una de las casas, para luego continuar estudiando.

Los Zwick no se toman ni un dí­a de vacaciones desde 1980: han estado enfermos o con sus hijos en el hospital, pero no de vacaciones. No muestran preocupación alguna por su futuro. Aunque no tienen derecho a pensión y andan achacaditos (sobre todo Mark), viven el dí­a a día y se preocupan por responder a los problemas de los otros, resolviendo temas laborales, de inmigración, sanitarios,…

Los huéspedes (así­ se les llama a las personas que habitan la casa) hablan de ellos como se habla de los santos. Pobreza, humildad y sacrificio es lo que practican, y así­ los milagros son posibles.

Las bases sobre las que se asientan las casas de hospitalidad son cuatro:

Pobreza voluntaria: siguiendo el pensamiento de Dorothy Day y Peter Maurin, se elige la pobreza porque se considera que todo aquello que poseemos que excede lo que necesitamos no nos pertenece. Así, mientras haya quienes carecen de lo necesario, nuestro deber es darle al hermano lo que le pertenece en justicia. Es el mismo «compartir hasta lo necesario para vivir» de Juan Pablo II. También tiene el sentido de desprenderse de lo innecesario para entregarse a la construcción de la justicia (eso de Jesús al joven rico: «déjalo todo y sí­gueme»). Si Jesús eligió ser pobre, por qué íbamos nosotros a elegir otra cosa.

Pacifismo: Desde su fundación el Catholic Worker es radicalmente no-violento, lo que en cualquier lugar del mundo te acarrea problemas, también en los EEUU, que llevan desde su creación haciendo ostentación de todo lo contrario. Todo su planteamiento se basa en el amor. Dorothy Day y Peter Maurin pensaban que el arma del amor era más fuerte que cualquier arma de destrucción (estaban con Gandhi, Martin L. King, Kolbe, Aung Saan Su Ki, Pestaña, Rovirosa,,…. y tanta gente que así hizo avanzar la historia). Amor hacia el que te corresponde (muy fácil) y hacia el que no lo hace (más difí­cil, pero fundamental para entender estas casas, donde están acostumbrados a tratar con gente que responde al amor con el insulto -enfermos mentales, gente muy machacada por la vida,…- o incluso la denuncia). Es eso de amar al enemigo, que rompe los límites de lo razonable, pero evidencian los muchos hechos en la historia de enemigos sumados a la causa de la justicia que a nadie pueden dejar indiferente, y que se basa en la dignidad que tiene todo ser humano.

Personalismo: también llamado socialismo cristiano, Mounier, y otros pensadores personalistas (sobre todo franceses) influyeron mucho en el movimiento del Catholic Worker. El personalismo defiende una ví­a distinta al capitalismo y al marxismo para la organización de la sociedad y la economía. Recoge muchos principios del socialismo no doctrinario que conectan claramente con el Evangelio. Como mínimo hay que mencionar también al matrimonio Maritain, a Leon Bloy, Nicholas Berdyaev, Virgil Michel, san Francisco de Asis, Dostoevsky, santa Teresa de Ávila y Chesterton para entender lo que querían plantear. Mucho de este pensamiento lo difunden a través de su periódico.

Hospitalidad: como consecuencia del amor, la hospitalidad surge a borbotones en estas casas. La forma de tratar a los huéspedes es una forma amorosa (como se trata al amigo o al hermano -o se debería tratar, mejor dicho-). Es el reflejo de la conciencia de saber que se nos va a preguntar «qué has hecho de tu hermano».

Oración: para Dorothy Day, Peter Maurin, Mark y Louise, es el punto más importante que explica las casas de hospitalidad. Sin la oración, Casa Juan Diego no existirí­a. Es lo que les da fuerza y les permite perseverar ante los problemas que se van presentando. Además, dicen que hay mucha gente rezando por ellos y eso hace que las cosas vayan saliendo.

Respecto a la sociedad, Mark y Louise notan algo parecido a lo que pasa en España. Hay una clase media que no ve a los pobres. Se los cruza por la calle, pero no los ve, no se compadece de ellos,… Pero hay algo que hace más dura la situación aquí­: El exagerado respeto a la ley. Por todos lados se justifica que debes hacer tal cosa en base a que «It´s the law». Eso en España no tiene ni remotamente la fuerza que tiene aquí­ (en las campañas de tráfico no te dicen «es la ley», sino que si te quitan puntos, que si te vas a morir,…). Aquí­ te dicen: «Ponte el cinturón. Es la ley». Y así­ con todo. Pues bien, el caso es que esta casa acoge a inmigrantes indocumentados en un 99.9% de los casos, ante lo que la sociedad reacciona con escándalo: ¿Cómo podéis infringir la ley? ¡Esa gente tiene que estar en la cárcel! Es gracias a que algún Obispo amigo les abre las puertas de las parroquias que son bien recibidos un par de veces al año en éstas a donde van a presentar su trabajo.

Por eso es fundamental el periódico Houston Catholic Worker, centrado en denunciar las leyes injustas -y llamando a la desobediencia de las mismas-, en presentar a los inmigrantes mal llamados ilegales, como personas, en hablar de otras posibilidades de organización del mundo,… En fin, en presentar la propuesta de justicia universal que representa la pegatina que los identifica y luce su furgoneta: God bless the whole world. No exceptions. Aquí donde por todos lados ves: «God bless America», «Good bless our troops»…

Evidentemente, a este matrimonio nunca le darán el premio Nobel, ni ellos lo querrí­an, probablemente, pero en los Estados Unidos, entre la gente humilde, hay quien trabaja por la justicia más que cualquier polí­tico, por poderoso que sea.

Vivir la Navidad en Casa Juan Diego, es visitar el pesebre. Recibir la alegría de la esperanza, la luz de la perseverancia.