Confinados como animales. Los niños encarcelados en Filipinas

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‘Shay Cullen, Misionero Columbano, fue asignado a Filipinas en 1969. Desde su llegada ha trabajado con la juventud, con los niños y las mujeres sexualmente explotados, y con drogadictos. Junto un matrimonio filipino fundó PREDA -Fundación para la Asistencia, Desarrollo, Rehabilitación y Recuperación de las Personas-, una organización que trabaja diligentemente para rescatar a los menores que han sido encarcelados bajo condiciones inhumanas en prisiones filipinas. El siguiente es un informe del Padre Cullen’

Confinados como animales


«El pequeño tenía alrededor de ocho años de edad. Con su cara sucia, asustado y temblando, trataba de replegarse en un rincón de la celda, con la intención de pasar desapercibido. Obviamente a Louie, ése era su nombre, lo habían sacado de la reducida y hacinada celda sólo unos minutos antes de que nosotros entráramos. Le habían advertido severamente que no me contara nada si no quería sufrir las consecuencias. La celda era la más pequeña, inhumana y hacinada del mundo,» nos cuenta el Padre Cullen. «Tenía un metro de ancho por cuatro y medio metros de fondo. Los cuerpos de los prisioneros estaban apilados unos encima de los otros, con las piernas dobladas y los brazos torcidos. No se podía ver un solo centímetro del piso… había diecisiete personas dentro de esa jaula. Si se hubiera confinado a animales de esa forma, a los dueños los habrían acusado de crueldad.»


«Sepultados entre esos cuerpos había dos jóvenes de dieciséis años de edad. Llevaba una semana dentro y apenas habían sobrevivido en ese infierno de humedad sofocante. El que no se hubieran sofocado era un milagro. Sólo había una pequeña abertura en lo alto de la pared para que entrara aire y, misericordiosamente, un viejo abanico que colgaba del techo hacía circular el aire pútrido que apestaba con el olor de cuerpos sin bañar. No había retrete, ducha o tan siquiera una bandeja con agua para mitigar el calor sofocante. No tenían agua para beber.»


Débiles y hambrientos


«Louie, según me enteré, había sido arrestado la noche anterior junto con Rolando, que dijo tener dieciséis años, pero que se veía más niño. Habían sido acusados de robar unas pesadas láminas de acero, pero eran tan pequeños que hubiera sido prácticamente imposible que pudieran levantar una sola hoja. No habían comido durante casi doce horas y estaban débiles y hambrientos. Una cazuela de arroz se cocinaba en una estufa cercana. ‘Es para los oficiales,’ me dijo el cocinero. Envié a comprar comida a un restaurante cercano y cuando llegó el pollo y el arroz, Rolando y Louie, a pesar de estar hambrientos, educadamente se abstuvieron de devorar la comida más sabrosa que habían tenido ante ellos. Los saqué de la cárcel, los puse bajo el cuidado de los trabajadores sociales, y finalmente  les brindé alojamiento en nuestro hogar para niños.»


«El día anterior había visitado dos prisiones más. En una, algunos de los niños sufrían de un brote agudo de una enfermedad de la piel. La comezón los estaba volviendo locos. Los peligros a que se enfrentan los niños prisioneros son numerosos: además de violaciones, abuso sexual y palizas, los niños son esclavos de otros prisioneros. Están expuestos a enfermedades de la piel, tuberculosis y SIDA. Los mosquitos, cucarachas y pulgas propagan las enfermedades. La desnutrición hace estragos en sus cuerpos. Los niños se alimentan de las sobras de las raciones de los adultos.»


«Cuando son liberados y puestos al cuidado de PREDA, los niños nos cuentan cómo lucharon contra ataques sexuales y cómo fueron golpeados por no cooperar. Muchos otros son forzados a participar en actos sexuales. Me estremezco al pensar lo que podría haberle sucedido a un niño tan pequeño como Louie.»


Un hogar sin rejas ni candados


El Padre Cullen continúa su historia: «Argie era un chaval aterrorizado de 13 años y su mirada era ansiosa y anhelante por salir cuando llegué a la cárcel en Metro Manila. Había otros menores más que estiraban sus brazos y me rogaban que los sacara de la celda sofocante y pobremente ventilada, donde todos estaban apretujados y sólo veían la luz del día cuando los sacaban para llevarlos a las audiencias del tribunal.»


«Los oficiales carceleros rápidamente llenaron los papeles que me transferían la custodia de Argie. Mientras esperábamos que se abrieran las pesadas puertas de hierro, Argie me tomó el brazo a través de los barrotes y exigió saber si había candados y rejas en PREDA.»


«Sus ojos estaban llenos de temor y lágrimas, ya que estaba temeroso de que iba a ser trasladado de un lugar asqueroso a otro. ‘No -le aseguré-, es un hogar sin candados. No hay guardias y todos los jóvenes que son transferidos por los tribunales permanecen ahí por su propia y libre voluntad. Podrás estudiar, aprender un oficio, jugar baloncesto, ir a la playa y recibir terapia.’ Esto era tan poco creíble para él que su rostro permaneció sin expresión alguna, pero sentí que estaba ganando su confianza.»


«Fui a otra cárcel donde a los niños y jóvenes se les había dado una celda separada y muy reducida, tenía cuatro repisas hasta llegar al techo. Los menores se acuclillan como gallinas en una jaula. No puede ni tan siquiera recostarse. La mayoría de los alcaldes de las ciudades han fallado en proporcionar un centro de detención infantil, tal como lo exige la ley.»


«En la ciudad de Pasay se construye una nueva cárcel. En Marikina, la cárcel para menores está en el sexto piso del edificio municipal, lejos de los prisioneros adultos. Es espaciosa, ventilada y los menores cuentan con camastros. Sin embargo, ahí encontramos a dos chicos injustamente encarcelados. Juan, de doce años, fue arrestado por jugar a los naipes en la banqueta. Su familia no pudo pagar el soborno para sacarlo. En otra cárcel, una pequeña y frágil chica de trece años recién había llegado a la sobresaturada celda de mujeres adultas. Había sido acusada de robar mercancía en una tienda de autoservicio.»


«Cuando llevamos víveres y medicinas a otra cárcel, nos encontramos con otra prisión sobresaturada. Esta vez contábamos con papeles oficiales para la liberación de dos menores. El guardia abrió el portón de la celda de los menores para que les lleváramos la comida y platicáramos con ellos.»


«Cuando les dijimos que los íbamos a trasladar a nuestro hogar para jóvenes, los dos menores rápidamente guardaron sus pocas pertenencias en bolsas de plástico y esperaron para que el guardia los dejara salir. Fue entonces que nos ordenaron salir a nosotros y cerraron de nuevo los portones. El terror se reflejó en sus caras. ‘¡Sin papeles no hay salida!,’ gritó el guardia. Tuvimos que dirigirnos a las oficinas, entregar los papeles y finalmente sacamos a los chicos a la luz del día. Se encontraban traumatizados, silenciosos, flacos y muy golpeados.


La depresión estaba grabada en sus caras plomizas. Sus brazos y piernas mostraban costras debido a piquetes y mordeduras de mosquitos y cucarachas. Más tarde, nos contaron que habían sido violados.»


Como animales enjaulados


El Padre Cullen sigue relatando: «Hemos encontrado a niños tras las rejas de prisiones que estaban hambrientos, exhaustos y aterrorizados. Hemos descubierto estos abusos haciéndonos pasar como trabajadores sociales. En una cárcel el responsable nos permitió filmar. Nos dijo que le habían ordenado separar a los niños de los adultos, pero que sólo había disponible una celda pequeñísima. Dijo que odiaba su trabajo.»


«Los niños estaban apilados como animales de granja, en repisas de tres niveles. No había suficiente espacio para pararse y para sentarse tenían que acuclillarse. Al distribuirles comida a través de las rejas sentía como si estuviera alimentando a animales.»


«Observé que ahí estaba Carlo, de trece años. No era la primera vez que nos veíamos. Le había visto el año pasado en otra cárcel, donde permaneció tres meses y después fue liberado. Ahora estaba tras las rejas de nuevo, esta vez acusado de robar un canasto de pescado. Me contó que sólo se les permitía salir de las celdas una hora a la semana, para hacer ejercicio.»


Nominaciones al premio Nobel


«Permanecer callado ante el abuso, es permitirlo,» continúa el Padre Cullen. «Siento que para ser honesto conmigo mismo necesito ponerme en acción y no sólo hablar y apretarme las manos, murmurando qué horrible es todo esto. Soy un cristiano comprometido y veo la injusticia como un reto, tal como Jesucristo la vió y la denunció.»


La labor del Padre Cullen ha sido reconocida por muchas instituciones y organizaciones y ha recibido numerosas premios por su defensa de los derechos humanos. Ha sido nominado tres veces al Premio Nobel de la Paz.


En ocasiones se ha sentido desalentado para continuar su misión. «Hay tanta maldad, tanta apatía aquí y en otras partes. Pero, ¿a dónde más puedo ir? Sé que muchas personas piensan que soy un soñador, tratando de cambiar el mundo, pero hay que intentarlo.»


Su testarudez y su rechazo definitivo a aceptar las injusticias de la vida le dan fortaleza. «Cuando observo la opresión e injusticia del mundo, cuando veo el mar de pobreza y las islas de riqueza y la obscena extravagancia que flotan entre los cuerpos de los que se ahogan, siento algo dentro de mí que me dice: «No aceptes esto, no le des la espalda. No ignores la injusticia ni busques la vida fácil.»». El Padre Shay concluye: «Sé que quieren que me dé por vencido. Pero no lo haré. Nunca.»


Defensor del oprimido


Durante cuarenta años un sacerdote misionero se ha enfrentado en Filipinas a la maldad emanada de la lucrativa industria del sexo infantil y de las condiciones infrahumanas en que son encarcelados miles de niños en prisiones para adultos. Ha sido un largo camino el que ha recorrido desde su natal Irlanda, y su cruzada valerosa y dificultosa ha hecho que el Padre Shay Cullen se haya enfrentado a acusaciones de difamación, calumnias y hasta de violación que pudieran haberle llevado a la pena de muerte, pero que categóricamente han resultado falsas. «Son peligros del oficio,» dice el Padre Cullen, restándoles importancia. «Son parte del trabajo.»


Nació en Dublín, el 27 de marzo de 1943, siendo el más joven de una familia de siete hijos. Ingresó al seminario en 1963 y fue ordenado sacerdote seis años después, como miembro de la Sociedad Misionera de San Columbano. El primer destino del Padre Cullen iba a cambiar su vida –y la de muchos otros– para siempre. Al llegar a la parroquia de San José, en la ciudad de Olongapo, en 1969, se vio inmediatamente confrontado con los enormes problemas sociales y humanos causados por la industria del sexo, que prosperaba junto a una base naval de los Estados Unidos. El abuso sexual infantil era común y la base naval fue finalmente cerrada en los años ochenta, como resultado directo de sus campañas.


Su visión de convertir las enormes instalaciones navales en un parque industrial tuvieron éxito. Ello trajo consigo el colapso del negocio del sexo y proporcionó trabajos dignos a miles de filipinos.


Después de breves períodos en Irlanda y en Calcuta, con la Madre Teresa, el padre Cullen regresó a la Filipinas en 1972 para retomar estudios del idioma, y para capacitarse en la operación y administración de un centro de rehabilitación para adictos a la droga. Luego regresó a la ciudad de Olongapo, al noroeste de Manila, y fundó la Organización PREDA en 1974 junto con un matrimonio filipino Merly y Alex. A través de esta organización, dedicada a ayudar a niños abusados y a trabajar por el desarrollo de los derechos humanos, el Padre Cullen se enfrenta cara a cara, diariamente, con las maldades y horrores del abuso sexual infantil. Trabajando con un equipo profesional de comprometidos colegas filipinos, ha establecido una reputación que ha hecho que su nombre suene familiar en grupos religiosos, en organizaciones no gubernamentales, en movimientos de solidaridad y con las autoridades que combaten la pedofilia en todo el mundo.


Al intentar explicar lo que le motiva a ayudar al oprimido, se remonta a su propia infancia y a lo que lo llevó a aceptar el llamado. «Fue el reto de la aventura de una vida diferente, en lo desconocido, lo que me atrajo al principio. Pero después, la influencia definitiva fue el ejemplo de Jesucristo,» nos dice. «Me dí cuenta cuán privilegiado era por tener una educación. Cuando leía sobre la opresión y la injusticia, sentía que necesitaba hacer algo significativo y de importancia con mi vida. Intentar llevar aunque fuera un pequeño cambio a las vidas de esas personas. No fue una sola cosa, ni tampoco hubo ninguna revelación ‘camino a Damasco,’ sino una combinación de todas esas importantes realidades. Pensé que era algo bueno por hacer, una manera provechosa de vivir la vida.»


«Los pobres, aun cuando son sometidos, acusados falsamente, torturados y privados de todo, continúan viviendo con su dignidad intacta, aunque esté hecha pedazos. Jesucristo sufrió lo mismo. Encuentro en Él fortaleza y le encuentro en los rostros de los pobres; por eso quiero ayudarlos, estar con ellos, defender su causa y estar dispuesto a soportar también lo que ellos sufren», concluye.