Fútbol, dinero y poder

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Hoy, la mejor carrera es ser futbolista, según dice la gente. «Algunos deportistas, en cuestión de años, se hacen ricos. Se colocan muy arriba en la lista de la gente más rica de su país», se argumenta.

Las grandes ligas del continente europeo destinaron el pasado invierno 491 millones de euros en refuerzos en tiempo de crisis aguda. Y las cifras de los fichajes de Zidane, Ronaldinho, Maradona o Torres son mareantes y han sido objeto de las primeras páginas del Financial Times o de The Wall Street Journal y El Mundo, por citar sólo unos cuantos. Queda claro, por tanto, que las grandes estrellas del fútbol ganan mucho más dinero que los científicos, que los escritores o que los médicos. Aunque su aportación al bienestar de la Humanidad no se pueda comparar.

El 81% de los ingresos del club se va en pagar los sueldos de los jugadores. Tal vez, establecer un tope salarial ayudaría a supera la crisis acuciante de muchos clubes que no pueden pagar los salarios a sus jugadores; motivo por el que éstos han hecho huelga durante la primera jornada. Y es que los clubes adeudan a los futbolistas unos 50 millones de euros.

Pero la pasión deportiva atrapa a las mayores fortunas del mundo. Los estadounidenses Paul Allen, la familia Glazer, DiBenedetto y la rica heredera Paris Hilton, entre otros; el italiano Berlusconi, el ruso Abramovich, el indio Mukesh Ambai, el ucraniano Rinat Akhmetov, la familia real de Dubai… Todos son magnates multimillonarios en los más diversos negocios y dueños o grandes accionistas de clubes de fútbol y otros deportes. O directamente invierten en eventos deportivos. Por ejemplo, el mexicano Carlos Slim invierte a través de su empresa de telecomunicaciones Telmex en la escudería homónima para la formación de pilotos de automovilismo.

Y también hay grandes empresas dedicadas exclusivamente al mundo deportivo, como el Boston Intenational Group o el New England Sports Ventures. Elkam, administrador del grupo Fiat que posee la familia Agnelli, quiere comprar la Fórmula 1. Parece ser que su compañero de viaje será James Murdoch, el hijo del magnate de los medios. Y el banco JP Morgan también anda metido en estos negocios, al poseer el 20% de Formula One Group.

Los equipos de fútbol no producen bienes ni servicios pero venden imagen social y estilos de vida. A veces se oye preguntar: «¿Qué ganan los patrocinadores de los eventos deportivos?». Son apuestas publicitarias para lograr la internacionalización de la empresa. Las carreras de Fórmula 1, los grandes encuentros de fútbol o los famosos torneos de tenis movilizan a miles de personas y provocan nuevas tendencias sociales. El éxito social, en este caso, lleva consigo el éxito económico. «Cuando me abracé a Guardiola le dije: ‘Somos grandes y viva Cataluña’», dijo Mas después de que el Barça ganara una copa. Las grandes marcas de coches, televisores y demás aprovechan los acontecimientos deportivos para lanzar sus productos. Las grandes empresas deportivas y de productos deportivos, en especial la FIFA, tienen necesidad de acontecimientos deportivos a nivel mundial. Por eso, unas y otras se vuelcan a la hora de su organización.

Los grandes clubes son auténticas máquinas de hacer dinero, aunque la mayoría de ellos estén empeñados. La venta de camisetas, entre otras mercadurías, representa un ingreso voluminoso. El licensing es una forma de negocio que desarrolla, tras la firma de un contrato de licencia, productos concretos vinculados a una marca. Por ejemplo, el LIMA (Licensing Industry Merchandiser´s Association) movió 224.000 millones de euros el año 2003. Los profesionales del sector estimaron que este tipo de licencias alcanzó el 30% del mercado de productos licenciados en España ese mismo año.

Las camisetas de uno de los grandes equipos de fútbol es uno de los escaparates mejores y más caros para exhibir una publicidad por su capacidad de resonancia. Y las webs de los grandes clubes son de las más visitadas de internet. «Sólo la venta de camisetas [del Barcelona] llega a representar hasta el 50% de su ingresos». Los deportistas han ensanchado el firmamento de las estrellas y han cambiado su concepto.

La FIFA es una empresa con intereses planetarios, que rige y gobierna los destinos del fútbol mundial. La comercialización a nivel mundial del fútbol desde 1950, fecha del inicio de las copas europeas, es lo que la caracteriza. Los flujos económicos se deben a los 44.000, cuarta arriba cuarta abajo, profesionales que son la parte visible del planeta fútbol. Los medios de comunicación se concentran sobre esos profesionales. Las estrellas ejercen como estandartes. El poder de la FIFA proviene de su monopolio sobre los eventos que ella organiza. Esto comienza con la elección de la sede para la organización. Conseguir la sede de unos Juegos Olímpicos es una estrategia de diplomacias a nivel de la UNESCO, de la ONU, de parlamentos, de gobiernos. Las comisiones evaluatorias son recibidas y tratadas a cuerpo de rey, con las mejores galas; sus componentes son llevados en palmitas. Las sedes de los Juegos Olímpicos, por tanto, se deciden en aras de motivaciones políticas.

La audiencia en televisión y radio y cualquier otro medio de comunicación se traduce en dinero y los partidos de interés público prenden al televisor más espectadores que ningún otro acontecimiento. La semifinal del Campeonato de Europa de 2007 pulverizó todos los récords de audiencias hasta entonces registrados. La final se convierte en el partido más visto de la historia de España. Cuando el árbitro pitó el final del partido, 17.690.000 de pares de ojos estaban colados a las pantallas de televisión. Como la mayoría de los ingresos se deben a los derechos que pagan las cadenas de televisión por la retransmisión de los partidos, de ahí el interés de los clubes más poderosos en crear su propia cadena de televisión. A la inversa, se aprecia cada día más el interés de ciertos grupos de comunicación multimedia por adquirir equipos de fútbol.

Muchas veces, marcas y empresas, cuando ven futuro, invierten en la formación de estrellas del deporte; de ahí las escuelas de fútbol distribuidas por el planeta, patrocinadas por grandes firmas. El fútbol es un juego entre la exaltación atlética y el beneficio económico, entre el poder y el dinero. Cruyff fue la columna vertebral de la operación Elefant Blau y quiere resucitarla aunque sea con otro nombre y por otros motivos. El holandés, como hombre bien informado, debe saber muy bien cómo se maneja el dinero del fútbol y sorprende que ahora nos venga con escrúpulos porque el Barça lleva en su camiseta el nombre de Qatar Foundation. Me imagino que, en el fondo, su actual conflicto con el Barça se reduce a que quiere como presidente del club a un amigo suyo y, según todos los indicios, Rosell no lo es. Si de preocupación por la pureza de la imagen del Barça se tratase, el holandés debería haber llamado la atención a algún anterior presidente amigo suyo.

«Ser presidente de un gran club es más que ser ministro», dijo el presidente de un club español. Una estrella del deporte tiene más influencia que muchos políticos, y presidentes de Estado y grandes hombres de negocios se rinden sus pies. «De fútbol a secas sólo hablan los profanos; los que entienden hablan del negocio del fútbol», me dijo un millonario. Hace años, una editorial me encargó un libro que se podría haber titulado: El dinero del fútbol. Un amigo bien informado sobre el tema me dijo: «¿No crees que hay temas de tu competencia que te puedan interesar más?». Le agradecí la confidencia y desistí.