Cómo se estrangula a un pueblo

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Pedro Olalla reflexiona desde Atenas sobre la situación que vive Grecia entendida en un contexto global.

En los últimos tiempos, el discurso político y mediático de España y de otros países europeos ha sido decir, en tono de alivio, que «nosotros no somos Grecia», que nuestra cuenta de resultados es mejor, y que los griegos, en el fondo, se merecen lo que ahora les pasa por ser vagos y díscolos y propensos a huelgas y manifestaciones. Esperemos que ahora que comienzan a recortarse allí sueldos, pensiones, derechos y prestaciones los españoles y los europeos sopesen mejor su juicio sobre Grecia y tomen consciencia de la verdadera naturaleza de la situación que nos amenaza a todos y de su verdadero alcance.

¿Qué es lo que está pasando? En términos históricos, lo que está pasando, es que quienes controlan en el mundo el poder financiero se están haciendo con el poder político a través de la creación y de la explotación de la deuda.  Y que lo están haciendo con la connivencia de nuestros gobernantes y ante la incapacidad de una reacción organizada de los ciudadanos.  Por eso el problema de Grecia no es un problema de carácter local, es la cara visible en Europa de una tragedia que nos afecta a todos: el progresivo desmantelamiento del Estado y de la democracia por parte de los agentes de la globalización económica.

Lo que está pasando es muy grave, porque cuando las fuerzas económicas y financieras hayan conquistado por completo el poder político, desaparecerá la política como ejercicio de soberanía, la democracia será sólo una grotesca quimera y, gobierne quien gobierne, seremos todos esclavos de un puñado de magnates del dinero.

El pueblo griego está dispuesto a hacer sacrificios, y muchos, pero poco a poco se está dando cuenta de que todoslos sacrificios que se le exigen y se le imponen no van encaminados a acabar con un sistema perverso, sino a alimentarlo y perpetuarlo. Porque el «plan de rescate» organizado por el núcleo duro de la UE y el FMI que se nos impone como única y desesperada solución ante la bancarrota es un plan diseñado para salvaguardar el beneficio de los especuladores, para minimizar sus riesgos y para abrirles el camino a apropiarse de la riqueza nacional. No es en absoluto un plan para aliviar la situación del país, ni para generar desarrollo, ni para redistribuir más justamente la riqueza de todos; muy al contrario, es un plan para que, injustamente, la riqueza de todos siga fluyendo cada vez hacia menos manos.

Lo que se nos presenta como «crisis» es en realidad un ataque económico organizado, y lo que se nos presenta como «deuda» es un producto cuidadosamente diseñado como arma de sometimiento que da continuidad al colonialismo y perpetúa la misma violencia. Uno de cada cinco dólares de la deuda mundial se lo debemos al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial.

Para quien tenga nociones de historia contemporánea, son de sobra conocidas las prácticas de estas instituciones en los países donde han operado hasta el momento. Si no, que se lo pregunten a América Latina, al África Sub-sahariana, al Magreb, a los países del sureste asiático o a todos los del llamado Tercer Mundo, que, durante las últimas décadas, viven desangrados por un proceso creciente de acumulación de deuda, mientras pagan por ello al Primer Mundo siete veces más de lo que reciben en supuesta ayuda al desarrollo.

Estas instituciones actúan como intermediarias financieras haciendo que, a través de sus créditos, los inversores tengan mayores garantías de cobro frente a los países en que invierten.

El objetivo de los «inversores», ya se sabe, es cobrar, pero como inversores privados no tienen ninguna garantía de que los países en los que invierten produzcan los esperados beneficios y el cobro llegue a hacerse efectivo: están sujetos al riesgo de la apuesta, y su derecho al cobro se limita tan sólo a una parte sobre los beneficios, nunca a una parte del patrimonio del país en que invierten. Así pues, para cobrar con garantías, su objetivo es introducir en el país un agente de cobro capaz de transformar la especulación privada en deuda pública. Y eso es lo que hace desde su fundación el Fondo Monetario Internacional.

Pero para conseguir esto, hay que conseguir la connivencia de determinados políticos. Y esto es lo que han conseguido en Grecia. Ahora, gracias al «efecto conversor» del FMI, Grecia ya no le debe dinero a los especuladores privados sino a otros estados, lo que hace el impago más complicado.  Y ahora, hay que responder a esa dudosa deuda con el sudor de los contribuyentes y –lo que es más atractivo para los inversores- con la riqueza nacional, que el propio gobierno se ha encargado de comprometer como aval más allá de lo inalienable en el texto de los protocolos que acaba de firmar.

¿Es Grecia el país más endeudado de Europa o del mundo, como intentan hacernos creer desde hace tiempo? Por supuesto que no. En «Deuda Externa en millones de dólares» ocupa el puesto 18; en «Deuda Externa en relación al PIB» ocupa el puesto 9  en «Deuda per capita» ocupa el puesto 15, muy por detrás de Francia, Alemania, Inglaterra o Suiza, incluso a bastante distancia de España. Tampoco ocupa el primer puesto en cuanto a endeudamiento privado, ni en cuanto a gasto público ni en cuanto a número de funcionarios.  

Eso sí, es el país con más alto índice de precios al consumo en artículos de primera necesidad, y la mayoría de los griegos llevan mucho tiempo teniendo que recurrir a la familia, al pluriempleo y al trabajo precario para poder llegar a fin de mes. ¿Qué es, entonces, esa deuda?  Esa deuda, en nombre de la cual Grecia está siendo obligada a contratar el mayor préstamo de la historia de la humanidad, es en un 90% Bonos del Estado. Y los bonos del Estado no son exactamente «deuda»: son «mecanismos de inversión», libremente negociables en el mercado de valores, apuestas con dinero en las que se puede ganar o perder.

Actualmente, el capital que se mueve en el mercado de préstamos a nivel mundial es de 1.000 billones de dólares, mientras que la producción anual del planeta es sólo de 57. En esta abismal diferencia radica la causa del «endeudamiento» del mundo; no radica en el déficit real, sino en la «necesidad» que apenas 1.600 grandes inversores tienen de «explotar» ese capital. En las últimas décadas, económicamente hablando, hemos construido un mundo que no sólo es injusto sino absurdo.  Sin embargo, parece que hay que hacer todo lo posible para que no se venga abajo! Así, sin ir más lejos, hace apenas dos años, Grecia rescató a los bancos con 70.000 millones de euros de los contribuyentes, dicen que «para evitar desastres mayores».

Y ahora hay que rescatar al sector financiero, nuevamente con el dinero de los impuestos de los contribuyentes. Mientras tanto –atención–, el 50% del dinero que se mueve en el mundo

lo hace a través de compañías off-shore creadas en paraísos fiscales para evadir impuestos y para mantener el total anonimato de sus propietarios. Sólo en Grecia, operan más de 4.000 off-shores,  y en los últimos diez años se han fundado en el mundo más de un millón de estas empresas inventadas por los especuladores anglosajones.

Hoy los golpes de Estado los dan los financieros. Al pueblo griego -siguiendo los dictados de la Comisión Europea, el Banco Central y el FMI-,se le suben los impuestos, se le recortan los sueldos, se le expulsa del trabajo, se le arrebatan conquistas sociales y sanitarias, se le impone la privatización de sus empresas estatales, se le obliga a poner en manos de inversores extranjeros la riqueza nacional de su país,  se le fuerza a comprar armamento a sus acreedores y se le pide encima que pague «tasas solidarias«.

Mientras el mundo funcione así, ni los políticos ni los financieros tienen autoridad moral para imponer los sacrificios que pretenden.

 

* Extracto