Las jóvenes inmigrantes dan por hecho que pueden sufrir una agresión sexual en La Bestia. Antes de subirse al tren, muchas mujeres se inyectan un anticonceptivo
Sigo de pie, agarrado a una pequeña barandilla metálica roñosa que es mi único asidero entre estos dos vagones cargados de cemento.
No quiero sentarme para que no me venza el cansancio y el sueño. No me fio de La Bestia. Son poco mas de las cinco de la mañana. Miro hacia abajo y alumbro con una pequeña linterna las ruedas de La Bestia. Tengo la impresión de estar subido en una especie de cuchilla gigantesca, que chirría constantemente. Un tropezón, un empujón, un descuido y se acabó. Acabamos de pasar por el apeadero de Matías Romero, una pequeña localidad de Oaxaca, México. Mis compañeros de viaje, los ilegales que cuelgan conmigo en este tren de mercancías, me dicen que ahora empieza lo bueno. "Entramos en territorio de los Zetas", me suelta un guatemalteco. ¡Los Zetas! Probablemente el cártel mas sanguinario de los narcos de este país. Los que se dedican a subir a Internet vídeos decapitando a sus víctimas. Los autores de la masacre de San Fernando, donde asesinaron a 72 migrantes ilegales como estos, como nosotros, después de secuestrarlos. "Si el tren se para de repente, como sin justificación, salte varón, porque van a subirse las Maras o los Zetas. Salte y corra hacia el bosque si quiere seguir vivo", me dice otro de los migrantes.
Aquellos 72 migrantes fusilados a bocajarro tomaron una decisión muy valiente que les costó la vida, me había dicho el Padre Alejandro Solalinde en su albergue de Ixtepec: "Al no poder pagar su rescate debían trabajar para los Zetas como sicarios, asesinando a otros migrantes. Y al negarse masacraron a los 72". Solalinde es uno de los activistas pro derechos humanos más conocido de México. Lleva años denunciando los abusos de las autoridades y de los narcos contra los migrantes, y ofreciéndoles cama, comida y consejos para seguir el camino. Cuando le dije que me iba a subir al tren, a La Bestia, me dijo que era muy necesario que se mostrarán las condiciones del viaje de todos estos desheredados, pero que tuviera mucho cuidado. Que su propio albergue había documentado el año pasado 362 secuestros de migrantes. "Y no sabemos cuantas personas han sido asesinadas o desaparecidas, y yacen por ahí, en fosas clandestinas", me contaba con pesar.
Solalinde es de esas personas que destilan bondad. Casi todos los migrantes con los que viajo en este convoy de mercancías han pasado por su casa, pegada a la vía del tren. Vestido de un blanco inmaculado le he visto recibir a todos los ilegales que llegan a lomos de La Bestia, sabiendo que muchos de ellos viajan con un guía, un pollero, un traficante que les esconderá en casas de seguridad y que les cobrará 2.000 dólares por llevarles a los Estados Unidos. Muchos de esos serán secuestrados por los propios traficantes de personas. "Hay que investigar y rastrear las trasferencias de dinero de Western Union, porque muchas de ellas no son remesas de dinero de los emigrantes que trabajan, sino pagos del rescate por un familiar secuestrado en La Bestia", me cuenta muy serio.
Siete de cada diez mujeres son violadas
Pero si algo le enerva de verdad es hablar de las mujer migrantes, las mas vulnerables, las mas desprotegidas: "Es rara la que se salva de ser violada", dice circunspecto. Le pregunto que datos tiene. Me mira y reflexiona. Cuenta que es difícil tener estadísticas fiables porque las mujeres tienden a ocultar la violación. Que los estigmas sociales, el peligro de expulsión si lo denuncian, o el deseo de llegar como sea al norte, a Estados Unidos, les lleva a ocultar y callar los asaltos, pero que son muchas: "Siete de cada diez mujeres migrantes que pasan por México son violadas en algún punto del recorrido…"
¡La violación como parte del precio del pasaje!. Antes de subirme a La Bestia había preguntado a algunas mujeres migrantes por el peligro de ser abusadas sexualmente. Todas encogían los hombros y bajaban la mirada, como dando por hecho que suele pasar y que les puede pasar. Una suerte de derrotismo vital. Muchas de estas jóvenes, guatemaltecas, salvadoreñas, hondureñas, se inyectan antes de subirse al tren un anticonceptivo conocido como Depo-Provera. Le llaman "la inyección anti-México". Impide la ovulación durante tres meses y de esa manera, si son violadas, evitan al menos quedarse embarazadas.
"Aquí, en La Bestia, se pierde la vida y la dignidad. Aquí si un puñado de hombres dicen 'te vamos a agarrar y te vamos a violar', lo hacen… Enfrente de todos… Y nadie dice nada…". Me lo contó Morena Alfaro, una salvadoreña de 32 años de mirada vivaracha. Ella se libró por los pelos. O según ella, por la intercesión de la Virgen de Guadalupe, de la imagen que lleva colgando del cuello. Ocurrió en una de las paradas del tren. Eran varios. A ella se la llevaron lejos de las vías y le pusieron una pistola en la cabeza. Lloró, suplicó y le pidió al asaltante que se acordara de su propia madre. "Le dije que el también era hijo de mujer, como yo…". Finalmente le dió una fuerte patada y le robó todo lo que llevaba. Su prima tuvo menos suerte y fue violada por varios tipos.
Es tan escandalosa la certeza de esas mujeres de que serán abusadas sexualmente que algunas de ellas optan por vestirse de manera sexy y aprovecharse de su cuerpo para seguir avanzando en los controles de migración. Otras, como Morena, deciden buscarse maridos de conveniencia. El trato es ofrecer a ese hombre favores sexuales a cambio de protección. Que se haga pasar por su marido y la defienda. "Yo no lo considero prostitución -me dice Morena-, sino supervivencia. Lo hago para sobrevivir. La prostitución se hace por dinero y esto es por necesidad. O lo hago o no avanzo en la ruta".
Morena no cogió el tren ésta noche. Se quedó en la estación esperando al siguiente porque estaba, decía, justita de fuerzas. Hay que tener muchas agallas para subirse a un vagón como éste en el que estoy. Para pasarse toda la noche a oscuras, rodeada de tipos que no conoces, expuesta al asalto de los bandas organizadas que buscan mujeres como ella para violarlas u obligarlas a prostituirse en garitos de mala muerte en Tapachula o Ixtepec. Son las seis de la mañana. Empieza a amanecer. Ahora por fin puedo ver algo del paisaje que atravesamos. Sigo en territorio de los Zetas, los de la última letra, como les dicen. El tren ha frenado un momento, casi se ha parado, y he subido al techo del vagón para ver qué pasa. Veo las caras de miedo de otros migrantes. Todos pensamos lo mismo: "nos van a asaltar"…