Un ciego en una silla de ruedas pone en evidencia las políticas de muerte del gobierno chino. Durante siete años ha sido castigado con cárcel, maltrato y silencio.
Durante su arresto domiciliario, que sucedió a cuatro años de cárcel, Chen trató una y otra vez de hacerse oír. En febrero de 2011, logró filmar un vídeo casero en el que denunciaba su situación.
Como castigo, los agentes de vigilancia entraron por la noche en la vivienda, envolvieron a su mujer en una sábana y la golpearon durante horas. A él lo dejaron inconsciente a palos.
Después de 19 meses, Chen, por fin,escapó el 22 de abril. Se hirió en un pie, pero consiguió llegar a Pekín, gracias a la ayuda de otros activistas. El 26 de abril los funcionarios de la embajada Americana lo recogieron en un punto de la ciudad.
Cuando la gente pedía ayuda a Chen, este siempre respondía. En 2005, en Pekín, un vecino lo llamó para avisarle de que los funcionarios locales se estaban presentando en todas las casas del pueblo con más de dos hijos para esterilizar de forma obligatoria al padre o a la madre de la familia.
Chen se puso a investigar. La situación en las aldeas colindantes era escalofriante: mujeres arrastradas por la fuerza al hospital, obligadas a firmar su consentimiento y operadas después a toda prisa; embarazadas de hasta ocho meses forzadas a abortar; y familiares detenidos y torturados a fin de obligar a la gente a entregarse para la castración.
La política del hijo único era uno de los pilares de la estrategia de desarrollo del Gobierno de la era post-Mao. A pesar de los riesgos evidentes, el activista decidió preparar una demanda colectiva contra los abusos y empezó a remover el asunto. Contactó a otros abogados, a la prensa extranjera y recabó los testimonios de cientos de víctimas.
Su osadía le costó cara. En 2005 fue puesto bajo arresto domiciliario con guardas y matones vigilando su residencia las 24 horas, Más tarde fue procesado y condenado a cuatro años de prisión.
Cumplió hasta el último día de su pena en la cárcel, de la que salió en septiembre de 2010. Pero la condena no acabó ahí. Él y su mujer fueron de nuevo puestos bajo arresto domiciliario y aislados del mundo exterior.
El 22 de abril (de 2012) Chen consiguió burlar el cerco de los matones y escapar a Pekín. Gracias a la ayuda de otros activistas como He Peirong, Hu Jia, Zeng Jinyan, Guo Yushan, Teng Biao y Li Jinsong -que ahora se encuentran también en situación de alto riesgo-, Chen consiguió refugiarse en la Embajada americana el 26 de abril, donde se le atendió de las graves heridas sufridas durante su huida.
Salió de la embajada seis días más tarde, el 2 de mayo, tras un pacto por el que el Gobierno chino se comprometió a otorgarle un trato «humano» y a garantizar su seguridad y la de su familia. Sin embargo, tras encontrarse con ella en el hospital, su mujer le contó que, después de que él escapara, los matones de Linyi la habían tenido atada dos días a una silla amenazando con matarla a palos si no les decía dónde estaba Chen. Entonces removió cielo y tierra para salir de China junto a su mujer y sus dos hijos.
Chen Guangcheng no salió del país en el vuelo de vuelta de Hillary Clinton, tal y como había solicitado. Mientras el avión de la secretaria de Estado de EEUU despegaba con rumbo a Bangladesh, el hombre ciego, de 40 años, permanecía ingresado en el hospital Chaoyang de Pekín, curándose de varias fracturas en el pie y custodiado por decenas de agentes de seguridad.
Si se cumple el compromiso alcanzado entre Washington y Pekín, Chen Guangcheng pronto podrá abandonar China junto a su familia para estudiar en Estados Unidos, después de un calvario de más de siete años a manos de un régimen que ha castigado con cárcel, maltrato y silencio su defensa de los desamparados.
* Extracto