Bienaventurados los que trabajan por la paz

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Mensaje de Benedicto XVI para la Celebración de la Jornada Mundial de la Paz. 1 de enero de 2013

Ofrecemos un resumen del mensaje y el enlace al mensaje completo

 El Papa Benedicto XVI en su Mensaje a favor de la paz en este año que comenzamos, constata con alegría que los cristianos de hoy caminando con los hombres se comprometen en la historia anunciando a Cristo y promoviendo la paz.

El Papa nos llama la atención sobre siete cuestiones:

Cada nuevo año trae la esperanza de un mundo mejor.

En este tiempo de la globalización, causan alarma los sangrientos conflictos y amenazas de guerra, la creciente desigualdad entre ricos y pobres, el predominio de una mentalidad egoísta que se expresa en un capitalismo financiero no regulado. Representan un peligro para la paz, el terrorismo y la delincuencia internacional, los fundamentalismos que distorsionan la naturaleza de la religión, llamada a favorecer la reconciliación entre los hombres.

Numerosas iniciativas de paz enriquecen el mundo. El hombre está hecho para la paz, que es un don de Dios.

La bienaventuranza es una promesa

La bienaventuranza es una promesa dirigida a todos los que se dejan guiar por las exigencias de la verdad, la justicia y el amor.  Dios es totalmente solidario con ellos.

Se vive la experiencia gozosa de compartir la vida de Dios, la verdadera paz nace del encuentro del hombre con Dios.

La ética de la paz es ética de la comunión. Es indispensable, que las  culturas actuales superen antropologías en las que las relaciones de convivencia se inspiran en criterios de poder o de beneficio.

Condición previa para la paz es el desmantelamiento de la dictadura del relativismo moral. La ley moral natural está inscrita por Dios en la conciencia de cada hombre. La paz es la construcción de la convivencia en términos racionales y morales: “El Señor da fuerza a su pueblo, el Señor bendice a su pueblo con la paz”, dice el Salmo 29.

La paz, don de Dios y obra del hombre

Paz interior con uno mismo, y paz exterior con el prójimo y con toda la creación. Comporta la construcción de una convivencia basada en la verdad, la libertad, el amor y la justicia. La negación de la naturaleza del ser humano, en su capacidad intrínseca de conocer la verdad y el bien y, a Dios mismo, pone en peligro la construcción de la paz.

Para ser un auténtico trabajador por la paz, es indispensable cuidar el diálogo constante con Dios, Padre misericordioso. Así se podrá vencer ese germen de oscuridad que es el pecado: el egoísmo y la violencia, la codicia y el deseo de poder y dominación, la intolerancia, el odio y las estructuras injustas.

Somos una sola familia humana. Se estructura mediante relaciones interpersonales e instituciones, por un “nosotros” comunitario, que implica un orden moral, en el que se reconocen los derechos recíprocos y los deberes mutuos.

La paz es un orden vivificado por el amor, sintiendo como propias las necesidades del prójimo, de hacer partícipes a los demás de los propios bienes, y de tender a la comunión de los valores espirituales. Es un orden en la libertad de las personas, que asumen la responsabilidad de sus propias obras.

La paz no es un sueño, la paz es posible. Todo hombre ha sido creado a imagen de Dios y llamado a crecer, contribuyendo a la construcción de un mundo nuevo. Dios mismo, ha entrado en la historia, haciendo surgir una nueva creación y dándonos la posibilidad de tener “un corazón nuevo”. Toda persona y toda comunidad está llamada a trabajar por la paz. Es la realización del bien común de alcance mundial.

Los que trabajan por la paz aman, defienden la vida en su integridad

El camino del bien común y de la paz pasa por el respeto de la vida humana, desde su concepción, en su desarrollo y hasta su fin natural. Los trabajadores por la paz, defienden la vida humana en sus dimensiones: personal, comunitaria y trascendente.

Quienes sostienen el aborto o la eutanasia, proponen la huida de las responsabilidades, que envilece a la persona humana. La muerte de un ser inocente, nunca podrán traer felicidad o paz.  ¿Cómo es posible pretender conseguir la paz, el desarrollo integral de los pueblos o la salvaguardia del ambiente, sin que sea tutelado el derecho a la vida de los más débiles.

Estos principios no son verdades de fe. Están inscritos en la misma naturaleza humana, se pueden conocer por la razón, son comunes a toda la humanidad.

No tienen un carácter confesional, se dirige a todas las personas, prescindiendo de su afiliación religiosa.

La estructura natural del matrimonio debe ser reconocida como la unión de un hombre y una mujer, y tiene un papel insustituible en la sociedad.

Es cooperación a la paz el reconocimiento de la objeción de conciencia con respecto a leyes que atentan contra la dignidad humana, por parte de los ordenamientos jurídicos y la administración de la justicia.

Entre los derechos para la vida pacífica de los pueblos, está el de la libertad religiosa de las personas y las comunidades.  La libertad de elegir la propia religión, la libertad de anunciar y comunicar su enseñanza, organizar actividades educativas o asistenciales que permitan aplicar los preceptos religiosos, ser y actuar como organismos sociales, según los principios y fines institucionales que les son propios.

Se lamenta el Papa de que se estén multiplicando los episodios de intolerancia religiosa, especialmente en relación con el cristianismo.

La ideología del liberalismo radical insinúa que el crecimiento económico se ha de conseguir incluso a costa de erosionar la función social del Estado y de las redes de solidaridad de la sociedad civil, así como de los derechos y deberes sociales.

Uno de los derechos y deberes sociales más amenazado es el derecho al trabajo.  El trabajo no está valorizado, el desarrollo económico se hace depender de la libertad de los mercados. El trabajo es considerado una variable dependiente de los mecanismos económicos y financieros.  La dignidad del hombre, exige que “se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos. Que la concepción del trabajo se robustezca, como bien fundamental para la persona, la familia y la sociedad.  Es un deber y un derecho que exige nuevas y valientes políticas de trabajo para todos.

Construir la paz mediante un nuevo modelo de desarrollo y de economía

Es necesario un nuevo modelo de desarrollo, una nueva visión de la economía según una vida buena, una conducta recta que reconozca el primado de la dimensión espiritual y la llamada a la consecución del bien común.

Para salir de la actual crisis financiera y económica,  se necesitan personas, grupos e instituciones que promuevan la vida, para aprovechar incluso la crisis como una ocasión de un nuevo modelo económico.

Se necesitan políticas de desarrollo industrial y agrícola que se preocupen del progreso social y la universalización de un estado de derecho y democrático. Es imprescindible,  la estructuración ética de los mercados monetarios, financieros y comerciales; estos han de ser estabilizados y controlados, de modo que no se cause daño a los más pobres.

Trabajar por la paz atendiendo la crisis alimentaria, mucho más grave que la financiera. La seguridad de los aprovisionamientos de alimentos a causa de crisis relacionadas con las oscilaciones de los precios de las materias primas agrícolas, los comportamientos irresponsables por parte de agentes económicos y un insuficiente control por parte de los gobiernos y la comunidad internacional.

Para hacer frente a esta crisis, los que trabajan por la paz están llamados a actuar juntos con espíritu de solidaridad, desde el ámbito local al internacional, con el objetivo de poner a los agricultores en las pequeñas realidades rurales, en condiciones de poder desarrollar su actividad de modo digno.

La educación a una cultura de la paz:  la familia y las instituciones

Todos los que trabajan por la paz están llamados a cultivar el bien común de la familia y la justicia social, así como el compromiso por una educación social idónea.

El papel decisivo e indispensable de la familia, célula base de la sociedad, tiene como vocación natural promover la vida. La familia cristiana lleva el germen del proyecto de educación de las personas según el amor divino. Es necesario tutelar el derecho primario de los padres en la educación de los hijos. En la familia crecen los que trabajan por la paz, los futuros promotores de una cultura de la vida y del amor.

En la educación a la paz están implicadas las comunidades religiosas. La nueva evangelización, tiene como pilares la conversión a la verdad y al amor de Cristo y un nuevo nacimiento espiritual y moral de las personas y las sociedades.

Las instituciones culturales desempeñan una misión en la renovación de las instituciones y pueden contribuir a una reflexión científica que asiente las actividades económicas y financieras en un sólido fundamento antropológico y ético.

El mundo político, necesita un pensamiento nuevo, una nueva síntesis cultural, para armonizar las múltiples tendencias políticas con vistas al bien común.

Una pedagogía de la paz pide una rica vida interior, claros referentes morales y estilos de vida apropiados. Es necesario enseñar a los hombres a amarse y educarse a la paz, y a vivir con benevolencia. Decir no a la venganza, reconocer las propias culpas, aceptar las disculpas y perdonar. Que los errores y las ofensas puedan ser reconocidos para avanzar juntos hacia la reconciliación.

Es un trabajo lento, supone una evolución espiritual, una visión nueva de la historia humana. Es necesario renunciar a la falsa paz que prometen los ídolos de este mundo, que hace las conciencias cada vez más insensibles, que lleva a encerrarse en uno mismo, a una existencia atrofiada, vivida en la indiferencia.

La pedagogía de la paz implica acción, compasión, solidaridad, valentía, perseverancia, los discípulos de Jesús harán el descubrimiento que en el mundo está Dios, solidario con los hombres.

Pidamos a Dios que ilumine con su luz la mente de los que gobiernan las naciones, para que, aseguren y defiendan el don hermosísimo de la paz;

Que encienda las voluntades de todos los hombres para echar por tierra las barreras que dividen, para fomentar comprensión, para perdonar a cuantos nos hayan injuriado. Bajo su auspicio y amparo, todos los pueblos se abracen como hermanos y florezca y reine siempre entre ellos la paz.

Que todos sean verdaderos trabajadores y constructores de paz, de modo que la ciudad del hombre crezca en fraterna concordia, en prosperidad y paz.

Vaticano, 8 de diciembre de 2012

Benedictus PP. XVI