Aunque la Biblia le llama ‘el Mar Grande’, el Mediterráneo (mar entre tierras) es pequeño, tres millones de kilómetros cuadrados, si se compara con el Atlántico, 106 millones, o el Pacífico, 180 millones. La distancia entre los dos continentes que une, África y Europa, es de 15 km en Gibraltar y de 113 entre las costas de Túnez y la isla italiana de Lampedusa.
Esta es la ruta que escogieron las víctimas de la última gran tragedia de inmigrantes africanos. Se paró el motor de la embarcación, los móviles no tenían cobertura, hicieron fuego para llamar la atención, prendió el combustible y cientos de pasajeros ingresaron en un cementerio marino que se calcula alberga ya a unas 20.000 personas.
Lampedusa es una isla de solo 20 km. cuadrados en la que viven cinco mil personas, casi todas de la pesca y el turismo. Tiene incluso un pequeño aeropuerto para vuelos domésticos, en cuyo hangar reposaban ayer los cuerpos de 111 africanos.
El Mediterráneo también fue llamado por los romanos ‘Mare Nostrum’. Y así lo sentimos quienes vivimos a sus orillas. Cuesta poco imaginar la aventura de quienes salen de sus países, empujados por la desesperación de la pobreza, en busca de El Dorado, que para ellos es Europa.
¿Qué hace Europa por ellos? Primero, tratar de que no lleguen. Pero si, a pesar de todo, vienen, se esfuerza poco en salvar sus vidas. Con los medios técnicos actuales, ¿no hay capacidad de detectar una embarcación en un trayecto relativamente corto? Y aun así, ¿no hay capacidad para una intervención rápida de salvamento? Los pesqueros que acudieron en su ayuda se quejaron de que la actitud de los guardacostas italianos impidió que los salvados fueran muchos más.
Como ha clamado el papa Francisco, es una vergüenza. Y no hay excusas. La explicación es que, como en tiempos de la antigua esclavitud, a la vida de un inmigrante africano se le concede poco valor. ¿Qué no haría Europa para corregir la situación de catástrofe humanitaria si en el hundimiento hubieran muerto 300 alemanes, ingleses o franceses?
Si el Mediterráneo es ‘nuestro mar’, estos son nuestros muertos.
Autor: Antoni Coll i Gilabert