¡No le llamen democracia, es dictadura!

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Del feudalismo pasamos al liberalismo, de las monarquías absolutas a las monarquías constitucionales.

Nos precede una democratización cada vez más amplia del poder político, económico y social. Hasta hace muy pocas décadas el sufragio universal era algo inexistente en la mayoría de países. Hay países “democráticos” occidentales en donde no se ha producido en décadas ninguna rebelión o subversión abierta.

Estos hechos culminan en la implantación, a lo largo de las últimas décadas del s. XX y en el seno de nuestras sociedades enriquecidas, de la creencia que estábamos inmersos en medio de un progreso evolutivo de democratización planetaria.

Sin embargo, el signo dominante de nuestra política ha sido durante siglos, la ausencia de democracia; hemos tenido hombres y partidos, constituciones y partidos demócratas, pero no hemos tenido democracia, o muy poca. El sufragio es el armazón, pero la clave íntima de la democracia es la política social. La piedra de toque para valorar un proceso democrático es la política social.

En base a este criterio podemos afirmar que hoy no hay democracia en España, porque:

  1. No hay democracia cuando hay 6 millones de parados.
  2. Mientras una minoría satisfecha estrenaba el llamado Estado Social o de Bienestar, el sistema político ha practicado una política social salvaje y antidemocrática, engarzado en las políticas atlantistas (OTAN, mercado Común…) y colaborando, como una pieza más, en el engranaje imperialista que fabrica parados, hambrientos y niños esclavos, en serie.
  3. Decir que en España hay democracia, cuando España forma parte del mundo enriquecido a base de exprimir a los empobrecidos, es reducir la democracia a la república independiente del egoísmo colectivo organizado.

La opinión pública española es acrítica con su propio sistema político y cree mayoritariamente que tras la muerte del general. Franco recuperó la democracia. Hasta el neo comunismo de Cayo Lara afirma que vivíamos, antes de los recortes, en un Estado Social.

En España el estado es capitalista, hace política contra los trabajadores; solo hay que ver las políticas fiscales, o quién financia el estado (rentas del trabajo vs rentas del capital), o las políticas sanitarias que han convertido la salud en un negocio, o el endogámico fracaso del sistema educativo. El nuestro es un estado insolidario, que no duda de poner sus fuerzas armadas, políticas y policiales al servicio de los intereses de los capitalistas y en contra de los desposeídos de la tierra. ¿Es esto un estado social o democrático?

¿Cómo se llega a una identificación del sistema político con la democracia cuando no es en realidad una democracia?

El Estado moderno pone a disposición de la minoría que lo domina grandes medios de poder, morales y físicos: constituye una organización hábilmente articulada que, gracias a un ejército de funcionarios, hace aplicar una voluntad determinada, actúa en todas partes según los mismos principios y tiene así una enorme superioridad sobre el pueblo, la escuela, las relaciones económicas laborales, el sistema educativo, el sanitario… hasta someter a los insubordinados.

El poder del estado es la fuerza de dominación que contribuye a la separación de la sociedad entre una minoría enriquecida y una mayoría hambrienta.

A comienzos del s. XX, la guerra entre los dominadores y los desposeídos alcanzó niveles que pusieron fin a unas condiciones de explotación salvaje en algunas regiones (pocas) del mundo. Sin embargo esta relación entre capital y trabajo casi nunca se ha resuelto a favor del trabajo, siendo hoy, a comienzos del s. XXI una relación salvaje, que nos conduce hacia un mundo de esclavos y parados.

Por otra parte, la relación entre oprimidos y opresores también se juega en el plano cultural:

  1. La conciencia y el conocimiento. Siendo mayoría de número, la población sometida soporta sin reaccionar esta dominación; y una razón es la ausencia de conocimiento de las causas de su situación. No hay duda de la necesidad que tiene la sociedad en desarrollar planes de autoeducación y promoción. El conocimiento de los mecanismos de dominación es la base para la acción política.
  2. La táctica de la minoría capitalista. Siempre apunta a mantener su dominación, aumentar el poder y el lucro; sobre está dominación descansa la explotación.

Para la minoría dominante es prioritario evitar que aparezca entre los oprimidos una clara conciencia política, o bien, si ha aparecido, corromperla o enturbiarla (Por ejemplo, llamar estado social a un estado canalla). El fracaso escolar de cientos de miles de estudiantes no puede dejar de explicarse sino es por estos intereses. El miedo a que la sociedad dominada tome conciencia de su situación es más poderoso al miedo que estalle una revuelta.

En función de acontecimientos económicos y políticos particulares, la sociedad es bamboleada de aquí para allá:

  1. Desde la represión y persecución que reprime todas las organizaciones, aumentando el sentimiento de impotencia qué se apodera de los trabajadores y les empuja a una negación obstinada de un ideal revolucionario o bien a la idea que por los medios legales ya no hay nada que hacer y sólo queda el recurso de la violencia.
  2. Cuando la minoría practica la política de la zanahoria, permitiendo a los trabajadores desplegarse y organizarse libremente, promoviendo reformas sociales, pareciendo que ha empezado una nueva primavera, como si el desarrollo progresivo de la democracia fuese una realidad.

La idea de democracia en España ha cabalgado persiguiendo la zanahoria. La necesidad de crear y mantener organizaciones de lucha entró en decadencia cuando los trabajadores creyeron que sus representantes lo harían todo por ellos.

Cuando los trabajadores se auto convencieron que el sistema democrático occidental es un sistema con carencias, pero mejorable. Dejaron de cuestionar su propia naturaleza anti-democrática, un sistema oligárquico, donde gobiernan unas minorías. Se acepto y se pactó (Pactos de Toledo, Keynes, etc.). Se perdió de vista la división entre el mundo económico y el político.

Y aún hoy cabalga y prevalece vigente la concepción según la cual el poder político se puede (re)conquistar progresivamente gracias a la papeleta del voto. (Renta Mínima Garantizada, Parque público de Viviendas…).

Heleno Saña, recuerda que los internacionalistas españoles habían comprendido la contradicción esencial en que se debaten los partidos de izquierda: “Nosotros no combatimos la república, combatimos el partido republicano, porque es incapaz a causa de sus preocupaciones y de su organización burguesa, de llevar a cabo la revolución social, porque componiéndose en su parte más influyente de privilegiados y monopolizadores, no puede aspirar a la destrucción de ningún privilegio ni monopolio: lo combatimos porque no concibe la sociedad sin estado político y autoritario, y su misma organización establece jerarquías y se apoya en el principio de autoridad” (Anselmo Lorenzo)

El poder político, en nuestras sociedades parlamentarias pertenece al capital, en las democracias autogestionarias ha de pertenecer al mundo del trabajo. Por ello, el objetivo principal de la democracia (autogestión) es el de poner fin al dualismo entre gestión política y vida económica.

La propiedad de los medios de producción, la esclavitud infantil, el sistema económico que pivota en el arrendamiento, el hambre, el aborto, el adoctrinamiento de la cultura de masas, el reformismo socialdemócrata (…) son piezas de un sistema que sólo podrá ser derrotado desde la construcción de un nuevo edificio social, desde la autogestión.

Autor: Tasio Mascola