Una semana después de la matanza de casi 150 cristianos por terroristas islámicos en la Universidad de Garissa en Kenia no queda rastro del atentado en los medios de comunicación. Si acaso ha sido puntualmente reactivada la noticia por algún comentario estrambótico, pero el drama, con toda su dimensión trágica de acto de exterminio, no ha recibido el tratamiento informativo de otras tragedias colectivas.
Es bien sabido que en los medios lo último desplaza a lo viejo, pero también a veces lo llamativo, lo extravagante y lo provocador elimina a lo significativo. Algo de esto ha ocurrido en el presente caso, en el que también ha influido la indiferencia con que se asiste desde varios sectores, también desde Gobiernos y organismos internacionales, a la agresión contra grupos religiosos, especialmente de confesión cristiana.
La selección entre la multitud de noticias que continuamente llegan a los medios es una de las principales y más delicadas tareas de los periodistas, cuyo trabajo profesional empieza por desechar lo menos interesante / importante para después gestionar y difundir lo relevante. La selección es un proceso del trabajo informativo determinante, porque lo que no llega a aparecer en los medios no existe para la gente. El silencio sobre lo importante y significativo -se trate de personas, instituciones, hechos- es una de las tergiversaciones más graves que pueden cometerse en la comunicación; doblemente grave porque muchas veces es un artificio imposible de descubrir. Por eso, la lectura de varios periódicos y el seguimiento de varias televisiones y radios nos alerta sobre los «huecos» reveladores que algunos dejan en sus espacios informativos.
La persecución que los cristianos sufren en numerosos países, que muchas veces les cuesta la vida, es una de esas realidades visibles a medias o totalmente invisibles en los medios de comunicación. Y sin embargo es una realidad trágica cuya gravedad tendría que hacerse un hueco en los medios. El último informe de la ONG Ayuda a la Iglesia Necesitada, que cada dos años realiza una investigación sobre la libertad religiosa en el mundo, detecta que «el derecho a la libertad religiosa se vulnera de forma significativa (vulneración «alta» o «media») en 82 de los 196 países del mundo (el 42%)» y que «los cristianos siguen siendo la minoría religiosa más perseguida», aunque «también los musulmanes sufren un alto grado de persecución y discriminación, tanto a manos de otros musulmanes como de Gobiernos autoritarios».
Ayuda a la Iglesia Necesitada señala a 20 países como los más peligrosos en cuanto a persecución religiosa. En 14 la persecución que se detecta está ligada al islam extremista: Afganistán, Arabia Saudí, Egipto, Irán, Iraq, Libia, Maldivas, Nigeria, Paquistán, República Centroafricana, Somalia, Siria, Sudán y Yemen. En los seis restantes, la persecución religiosa procede de sus regímenes autoritarios: Azerbaiyán, China, Corea del Norte, Eritrea, Birmania (Myanmar) y Uzbekistán. Tras la masacre del jueves santo en la Universidad de Garissa, hay que considerar incrementada la relación con la inclusión de Kenia en el primer grupo.
A pesar de la gravedad de una situación extendida por el mundo, los organismos internacionales y los Gobiernos de los países libres no se enfrentan a ella con la energía y la decisión que serían precisas y desde luego prefieren librar otras batallas contra los enemigos de los derechos humanos que no ésta. El Papa Francisco acaba de subrayar la asimetría de la comunidad internacional con una afirmación indiscutible: «Nuestros hermanos son decapitados y crucificados ante nuestros ojos y nuestro silencio cómplice». El empleo de la primera persona del plural es una cortesía pontificia que no aminora la grave responsabilidad de la comunidad internacional.
En parte, el escaso entusiasmo de los medios por estas noticias es consecuencia de la indolencia internacional. Si hubiera reacciones constantes de los líderes mundiales contra el exterminio religioso, los medios se ocuparían de ellas. Pero los medios no pueden descargar en ello toda su responsabilidad, porque a veces se aprecia que su sensibilidad ante estos crímenes deja que desear. Un sondeo reciente entre españoles, realizado por Concapa Barómetro, revela que la mitad de los entrevistados piensa que las instituciones de la comunidad internacional se desentienden de la persecución y asesinato de los cristianos, y que son más, hasta el 73 %, los que echan de menos información y condena de esos hechos en los medios de comunicación.
Quizás por ese distanciamiento del drama, los medios españoles no han dado relevancia, en este caso afortunadamente, a la última necedad dicha por un político sobre la masacre de cristianos en Kenia. López Garrido, diputado socialista y antiguo secretario de Estado con Rodríguez Zapatero, la ha interpretado como una guerra de religiones, cuando los cristianos no atacan a otras confesiones sino que son los que reciben las balas. Ese extraordinario desenfoque puede ser lo que lleva a muchos a la inhibición porque para actuar correctamente lo primero es entender bien los problemas. A ello ayudaría sin duda una información precisa y adecuada a la gravedad del asunto en los medios de comunicación. Mientras eso no ocurra, la persecución y asesinato de cristianos y de fieles de otras religiones será una tragedia invisible, una verdad oculta, que no ayuda a atajar el problema y que deja a los perseguidos sin la mínima justicia del auxilio que necesitan.
Autor: Justino Sinova