Cataluña más insolidaria

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El pueblo catalán no puede obviar que la cuestión del independentismo en España ha costado más de 1000 muertos. Cuando la memoria y el dolor siguen vivos, el respeto a las víctimas exige como mínimo un respeto a la Democracia que ellas defendieron con su vida. Y el Parlamento catalán no la respeta cuando dice: “¡Si no nos dais el pacto fiscal, nos vamos!”. Esto es chantaje. ¡Chantaje y portazos! En España, abordar la cuestión de la independencia con un portazo es inmoral. Ser demócrata es ante todo una actitud moral.

Tras las elecciones autonómicas del 27-S, la diferencia entre las candidaturas que están explícitamente por el SÍ y las del NO, es de 250.361 votos. Con esta ridícula diferencia, los independentistas manifiestan estar legitimados por la ciudadanía para hacer la independencia de Cataluña. Han decidido ignorar el 53% de los votantes. Además del censo con derecho a voto, el independentismo no llega a un tercio. ¡Se acabó el debate «plebiscitario»! ¡Otro portazo! Su ceguera democrática ignora a quienes no piensen como ellos, como si la democracia fuese sólo una cuestión de números. Su cinismo moral les permite ensalzar o desdeñar las reglas democráticas según les convenga. Apropiarse de esta manera del Parlamento catalán y de la política española es un atentado a la democracia y un robo a todos los ciudadanos.

El principal problema que tiene planteado el pueblo catalán no es la independencia. Es el mismo que tienen planteados todos los pueblos del mundo: reconocer que hay un sistema político global que ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo y combatirlo eficazmente. El Parlamento resultante en la comunidad catalana no lo va a hacer.

Que el pueblo catalán deje de ser víctima y a su vez una pieza del eje imperialista exige una conciencia política sobre el uso y provecho que el imperialismo hace del nacionalismo (independentismo). La Primera Guerra Mundial, en 1914, trajo consigo una de las mayores catástrofes de la humanidad. Los jefes de los partidos y sindicatos pusieron todo el poder de sus organizaciones, prensa y autoridad moral al servicio de sus respectivas naciones. Fue el derrumbe del internacionalismo. Fue el hundimiento de una cultura que había puesto contra las cuerdas al sistema, con logros tan esperanzadores como las ocho horas. El nacionalismo rompió lo que el mundo del trabajo había construido.

El nacionalismo es una ideología de control de los pueblos, eficaz para las guerras de los poderosos, para regular el movimiento migratorio (fronteras) de millones de personas empobrecidas y la división internacional del trabajo adecuada a las necesidades del imperialismo.

Es una herramienta de propaganda política que divide pueblos, alienta sus diferencias culturales y expresamente promueve falsos conflictos, como el conflicto territorial que sufre España en el cual queda diluido todo lo demás. El Parlamento catalán ha decidido seguir por estos derroteros.

La humanidad vive sometida a la fuerza política sistémica y global más poderosa que jamás ha existido sobre la faz de la tierra. Las realidades solidarias que existen por millares atendiendo los efectos de esta guerra (paro, hambre, guerras, abortos…) no bastan para combatir esta bestia asesina. Combatirla exige conocer sus instrumentos de poder y crear realidades solidarias, instituciones y procesos políticos que combatan sus cimientos.

La emancipación de los pueblos que persiguen el Bien Común, la Justicia y la Paz no puede quedar atrapada en esta telaraña nacionalista. No se puede servir a dos señores. Solo el internacionalismo solidario es respuesta.

Editorial de la revista Autogestión