La aportación de la maternidad a la política está por descubrir. Maternidad como expresión del Amor y del deseo profundo del Bien Común en la vida política, social y cultural. Aunque ejemplos y testimonios de entrega y sacrificio hemos tenido y tenemos delante de nuestros ojos todos los días del año.
Las madres cristianas pobres en las historia de España han aportado miles de horas a la lucha solidaria, a la educación y al sostén de las familias. Su aportación a la comunidad ha sido fundamental.
Al igual que sucede ahora en España, la economía de los países enriquecidos no se puede entender sin la aportación de las mujeres inmigrantes, que dejan de cuidar de sus hijos para cuidar los hijos de otras mujeres, que se sienten “liberadas”, del trabajo doméstico, ¡tremenda contradicción!…
En Iberoamérica o en África, las familias, con el azote del desempleo y el hambre, con la violencia, con la economía informal y la explotación, con la cultura de la evasión…han tenido su máximo baluarte en las abuelas, madres o incluso hermanas mayores que se han hecho cargo de las distintas situaciones.
La idea del día internacional de la mujer surgió a finales del siglo XIX, pero fueron distintos sucesos en el siglo XX los que han derivado en la conmemoración que conocemos hoy. Uno de ellos, quizá el más simbólico pero no el único, se produjo el 25 de marzo de 1911, cuando unas 149 personas, la mayoría mujeres, murieron en el incendio de la fábrica Triangle Shirtwaist de Nueva York. El suceso reveló las penosas condiciones en las que trabajaban las mujeres, muchas de ellas inmigrantes y muy pobres… ¿No nos recuerda a Rana Plaza en Bangaldesh?
Quiero recordar a Mama Jones en este día de la mujer, con un texto que refleja la lucha solidaria de trabajadores, esposas e hijos, en la huelga de los mineros (inmigrantes) en Estados Unidos.
Durante estos años, ella fue “mamá” para los mineros en huelga, para los niños obligados a oficios que los mataban, para los rebeldes antimilitaristas…
La crueldad de aquel episodio y el sufrimiento de los mineros fueron relatados más tarde por Mary Harris, conocida como Mama Jones, uno de los personajes emblemáticos de los movimientos sociales estadounidenses en aquella época. En 1914 Jones, que se había dedicado a promover la organización sindical entre los trabajadores mineros, tenía 77 años y visitó Ludlow después de la matanza. En su autobiografía, publicada en 1925, escribe acerca de aquel 20 de abril:
“Temprano por la mañana varios soldados se aproximaron a la colonia con la exigencia para que Louis Tikas, el dirigente del campamento, les entregase a dos italianos. Tikas les requirió una orden judicial para ese arresto. No la había. Así que Tikas se negó a entregarlos. Los soldaron regresaron a su cuartel. Entonces dispararon una bomba como señal. Luego otra. Inmediatamente las ametralladoras comenzaron a rociar el frágil campamento, el único hogar que tenían las desventuradas familias de los mineros, acribillándola de balas. Como lluvia de hierro, las balas caían sobre hombres, mujeres y niños.
“Las mujeres y niños escaparon hacia las colinas. Otras, esperaron. Los hombres defendían sus viviendas con sus pistolas. El fuego continuó durante todo el día. Varios cayeron muertos. Las mujeres desfallecían. El pequeño niño Synder recibió un disparo en la cabeza cuando trataba de salvar a su gatito. Un niño que le llevaba agua a su madre moribunda fue asesinado.
“Para las cinco de la tarde los mineros no tenían comida, ni agua, ni municiones. Tenían que replegarse hacia las colinas con sus esposas y pequeños. Louis Tikas fue acribillado cuando trataba de poner a salvo a varias mujeres y niños. Perecieron junto con él.
“Llegó la noche. Un crudo viento bajaba de los cañones en donde hombres, mujeres y niños tiritaban y lloraban. Entonces un resplandor iluminó el cielo. Los soldados, ebrios de sangre y licor que habían hurtado de la cantina, prendieron fuego a las tiendas de Ludlow con antorchas mojadas en petróleo. Las tiendas, que eran el único mobiliario de aquellos pobres, las ropas y camastros de las familias de los mineros, fueron incendiadas. Alrededor del pozo, que era la única fuente de agua de los mineros, pusieron alambre de púas.
“Cuando todo había terminado, aquella miserable gente se arrastró para sepultar a sus muertos. En un refugio, bajo una de las tiendas quemadas fueron encontrados, irreconocibles, los cuerpos carbonizados de once pequeños niños y dos mujeres. Todo estaba en ruinas. Los resortes de los camastros se retorcían en el suelo como si ellos también quisieran escapar de aquel horror. El petróleo, el fuego y los rifles habían despojado de sus viviendas a hombres, mujeres y niños y habían masacrado a pequeños bebés y mujeres indefensas. Todo bajo las órdenes del teniente Linderfelt, un brutal y salvaje ejecutor de la voluntad de la Compañía de Combustible y Hierro de Colorado”…LEER MAS
Luis Antúnez