Muere Hermann Scheipers, sacerdote bajo dos dictaduras totalitarias

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El pasado 2 de junio murió Hermann Scheipers a los 102 años. Último sacerdote católico alemán superviviente del Campo de Concentración de Dachau. No le sorprendió la muerte, se fue sereno y en paz

El sábado anterior concelebró como hacía habitualmente. Tuvo tiempo para preparar el encuentro con el Padre y dejó planificado hasta el más mínimo detalle su entierro. Al cumplir los 100 años bromeaba diciendo: ‘Dios se ha olvidado de mi’.

Pasó su vida por el borde del precipicio, siempre tuvo la muerte cerca. Decía que los años que sobrevivió en el campo de concentración Dios le sacó de la mediocridad porque en la persecución y en el sufrimiento fortaleció su fe y su vocación sacerdotal. Conocer su vida es una forma de conocer la historia y ayuda romper muchos mitos y mentiras, entre ellos el que la Iglesia Católica apoyara a Hitler. Su vida intensa no se puede concentrar en unas pocas líneas.

ScheipersOchtrupNació el 24 de julio de 1913 y se ordenó sacerdote el 37. Era una persona con una voluntad inquebrantable y de gran fortaleza, que padeció hambre de niño en la I Guerra Mundial. Esa experiencia le marcará el resto de su vida. Entre los años 1940 y 1983 sufrió dos dictaduras totalitarias.

La persecución nazi empezó con un decreto publicado por el gobierno que prohibía a los polacos condenados a trabajos forzados recibir el sacramento de la penitencia y sobre todo participar en las misas alemanas. Scheipers decidió celebrar misa para los polacos, ya que eso no se había prohibido. Él no sabía polaco y pidió ayuda a un intérprete para que le tradujera el evangelio. Un chivatazo de un policía fue suficiente para detenerlo. Ese fue ‘su delito’ y a partir de ese momento se convirtió en ‘una amenaza para el Estado por colaboración amistosa con los enemigos’.

En marzo del 41 fue deportado al campo de concentración de Dachau que era el destino de los sacerdotes y obispos presos. Allí hubo miles de sacerdotes presos, mayoritariamente polacos. Fue su hermana Ana la que valientemente presionó a las autoridades nazis y salvó a más de 500 sacerdotes de las cámaras de gas, entre ellos a su hermano Hermann.

Especialmente significativo fue la experiencia culmen de la ordenación sacerdotal clandestina en la que muchos se jugaron la vida, dentro del Campo de Concentración de Karl Leisner, el 17 de diciembre de 1944. Un diácono que padecía un tifus terminal y ansiaba ser sacerdote; en el libro autobiográfico Por el borde del precipicio (Ed. Voz de los sin Voz) Scheipers dice: ‘Este hecho no debe olvidarse jamás en la historia de la Iglesia. En su dimensión espiritual aquello fue mucho más que un simple acontecimiento histórico´.

El 27 de abril 1945 logró huir durante la última marcha de la muerte. Y en lugar de esconderse y esperar a que los americanos liberaran el Campo de Concentración y terminar la guerra, volvió esa misma noche al encuentro de la marcha de la muerte disfrazado de anciana y en la oscuridad; situado junto al borde del camino le daba pan que había conseguido a sus compañeros presos. Para él la solidaridad era más importante que salvar su propia vida.

Finalizada la II Guerra Mundial volvió a la zona ocupada por los rusos. Hermann Scheipers estaba decidido a entregar su vida junto a los más pobres ‘porque me parece que allí soy más necesario’. Sufrió la persecución y vigilancia de la Stasi igual que con la Gestapo, pero él supo siempre cómo utilizar su astucia para cumplir con su ejercicio ministerial.

El 1983 regresó a la Alemania Occidental para cuidar de su hermana Ana y en 1990 volvió a su pueblo natal, Ochtrup donde acaba de morir. Dedicó la última parte de su vida a dar charlas y conferencia como testigo de una vida de fidelidad a Cristo y amor a la verdad. Al final de su vida hablaba del tercer totalitarismo que le había tocado vivir: el que lleva a la muerte por hambre a tres cuartas partes de la humanidad. El totalitarismo de la indiferencia, el derroche neocapitalista que acaba convirtiendo en todo el tercer mundo en un gran campo de concentración.

En 2011 visitó España, Madrid invitado por el Movimiento Cultural Cristiano y Granada. Recuerdo de forma especial su energía, sus ganas de vivir y compartir, su fino sentido de humor. Pero sobre todo cómo transmitía paz y perdón. Ni su mirada ni sus palabras albergaban un resquicio de rencor. Su vida fue y sigue siendo un testimonio de esperanza. Recuerdo con la pasión con la que nos hablaba, con qué fuerza y firmeza nos hacía ver que sólo Dios basta.

Autor: Mª Isabel Rodríguez Peralta