Santo Tomás Moro, el testimonio de su fidelidad a la conciencia

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SANTO TOMÁS MORO
es PATRONO DE LOS GOBERNANTES Y POLÍTICOS
22 DE JUNIO

De la vida y el martirio de Santo Tomás Moro brota un mensaje: La inalienable dignidad de la conciencia. Este fue el punto crucial de su vida como padre y esposo, político, juez y abogado y servidor de de su país promocionando el Bien Común.

La historia de santo Tomás Moro ilustra con claridad una verdad fundamental de la ética política: la defensa de la libertad de la Iglesia frente a indebidas injerencias del Estado, al mismo tiempo, defensa, en nombre de la primacía de la conciencia, de la libertad de la persona frente al poder político.

Vivió una intensa vida pública con sencilla humildad. En las instituciones donde desempeñó sus cargos quería servir NO al poder, sino al ideal de la Justicia. De hecho, él nunca buscó los cargos que desempeñó, sino que le buscaron a él por su gran formación intelectual, su honestidad e integridad moral. Despreció honores, riquezas y la vanidad del éxito. Esto permitió que gozara de una gran libertad, que le permitía mantenerse fiel en una conducta intachable.

Consideraba que el poder por el poder era diabólico; es soberbia, pensar en sí, en la propia carrera, en el propio interés. ¡Lo opuesto al servicio de la comunidad! En este sentido señalar que un contemporáneo de Tomás Moro fue Nicolás Maquiavelo. Éste llegó a decir: Amo a mi ciudad más que a mi propia alma. Es decir, Maquiavelo puso la conveniencia por encima de la verdad, el propio interés por encima del bien común. Todo lo contrario al testimonio de martirio de Santo Tomás Moro, que en algunas cartas habla del «respeto a su alma»

Cultivó profundamente su conciencia tras largas horas de reflexión y estudio. Hablar de inalienable dignidad de conciencia no significa de ningún modo tomar caprichosamente cualquier decisión, sino la aptitud y obligación de buscar la verdad en cualquier asunto, buscar la justicia y el bien común. Coherente con esta conciencia verdadera y recta, escribió a su hija Margaret en los últimos meses de su vida: La claridad de mi conciencia hizo que mi corazón brincara de alegría.

Moro tuvo que enfrentarse a los vaivenes emocionales de un rey, Enrique VIII, que como denuncia Juan Pablo II en la Encíclica Veritatis Splendor al referirse al síndrome de la «conciencia creativa», «creaba» la verdad según sus caprichos y luego bajo el «peso de su conciencia» obraba el mal bajo sin ningún remordimiento, pretendiendo que los demás se adhirieran a ese modo peculiar de reelaborar la verdad según sus antojos.

Este proceder es dominante en la política de nuestros días. Los políticos, desde el relativismo subjetivista, «crean su verdad», pretendiendo que cada uno de nosotros nos sometamos a esta «nueva visión de la verdad».

No murió por defender una simple opinión, sino por salvaguardar la conciencia en la verdad revelada. Se opuso a una ley dictada al antojo por intereses del momento.

Por último decir, que Santo Tomás Moro fue un hombre simpático, profundamente alegre, porque tuvo una vida plena y con un increíble sentido del humor que va a demostrar hasta la muerte, despojado de todo.

Entre los santos, el humor es una virtud. En el momento de morir decapitado, Tomás Moro le dijo entonces al oficial que dirigía la ejecución, y que tenía una actitud sumamente seria: ¿Puede ayudarme a subir?, porque para bajar, ya sabré valérmelas por mí mismo. Era una actitud llena de humor ante su muerte.

El rey Enrique VIII le prohibió hablar, porque sabía lo que era capaz de provocar en la gente. No se le permitió, pues, pronunciar un discurso, y el condenado solamente pudo decirle al verdugo, al oficial de la ejecución: Fíjese que mi barba ha crecido en la cárcel; es decir, ella no ha sido desobediente al rey, por lo tanto no hay por qué cortarla. Permítame que la aparte.

Para tener este sentido cristiano del humor, rezaba:

«Señor, ten a bien darme un alma que desconozca el aburrimiento, que desconozca las murmuraciones, los suspiros y las lamentaciones; y no permitas que me preocupe demasiado en torno de ese algo que impera, y que se llama yo…
Obséquiame con el sentido del humor. Concédeme la gracia de entender las bromas, para que pueda conocer algo de felicidad, y sea capaz de donársela a otros. Amén».

La despedida de Tomás Moro a su hija Margarita,
escrita en la cárcel poco antes de su martirio

«Ten, pues, buen ánimo, hija mía, y no te preocupes por mí, sea lo que sea que me pase en este mundo. Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor».
«Aunque estoy convencido, mi querida Margarita, de que la maldad de mi vida pasada es tal que merecería que Dios me abandonase del todo, ni por un momento dejaré de confiar en su inmensa bondad. Hasta ahora, su gracia santísima me ha dado fuerzas para postergarlo todo: las riquezas, las ganancias y la misma vida, antes de prestar juramento en contra de mi conciencia».