Desobediencia civil: rebelión contra la ley de los tiranos

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En la Apología, Platón describe cómo Sócrates defiende, contra sus enemigos, su derecho y su deber de enseñar a los jóvenes su visión de la moral y la verdad. Los enemigos lo acusan de pecar contra la ciudad. Se le acusa de un doble delito: introducir nuevos dioses y corromper a la juventud

Al revisarse el texto platónico, nunca está el contenido de tales acusaciones. Lo que resulta evidente es que sus detractores hacían una clara interpretación de las leyes para anular su magisterio.

Uno supone que el nuevo dios que introduce Sócrates es la conciencia individual, el Daimon, la cual no se somete a lo gregario, ya sean tradiciones o presiones sociales. De la misma forma, se infiere que la corrupción a los jóvenes consiste en la enseñanza socrática del desarrollo de la investigación racional libre que evita el dominio ideológico.

La actitud de Sócrates es rebelde. Uno puede pensar que su posición se reduce a oponerse a las leyes. En otro dialogo, el Critón, cuya acción transcurre en prisión, luego del juicio, mientras Sócrates espera la condena a muerte, Platón narra cómo un amigo del filósofo le ofrece la huida y Sócrates la rechaza. Se rehúsa en nombre de las leyes. Se considera un ciudadano que ha recibido todo de la ciudad, por lo que le debe su obediencia.

La desobediencia civil debe perseguir el bien para la colectividad, no para quien la practica. Y plantea un conflicto fundamental: legitimidad frente a legalidad

La pregunta es si Sócrates se rebela contra las leyes o las acepta. La respuesta es compleja. Sócrates está dispuesto a acatar las leyes divinas. En nombre de ellas, está dispuesto a desafiar las leyes humanas. Se sublevó contra las leyes de la ciudad que consideraba injustas, pero su rebelión no era porque estaba por debajo de la ley, más bien él pensaba en términos que superaban la legalidad humana, en otras palabras, se ponía al nivel de las leyes divinas.

Se puede decir que la rebeldía de Sócrates es el primer gran hecho de desobediencia civil en la cultura occidental.

Además del ejemplo de Sócrates, la cultura griega nos brinda otro caso significativo. Sófocles, en su tragedia Antígona, narra la historia de la hija de Edipo, la cual se niega a obedecer las normas dictadas por su tío Creonte, rey de Tebas. Da sepultura al cadáver de su hermano Polinices, que había muerto en rebeldía. El tirano había prohibido expresamente su entierro y los honores fúnebres, aduciendo para ello razones de Estado. Pero Antígona quebranta la ley y actúa desde fuera de esa lógica de Estado, utilizando criterios humanos y solidarios. Sabía Antígona que la consecuencia de su acto sería la muerte, pero por sus principios contraviene lo que creía injusto.

Evolución de una idea peligrosa

El término Desobediencia civil se atribuye a Henry David Thoreau, quien fue parte del movimiento trascendentalista norteamericano junto a Ralph Waldo Emerson. En 1846, Thoreau se negó a pagar impuestos debido a su oposición a la guerra contra México y a la esclavitud en Estados Unidos, por lo que fue encarcelado. De este hecho nace su obra La desobediencia civil, en la que deja entrever sus ideas políticas. En este texto se declara uno de los conceptos principales de su ideología: la idea de que el gobierno no debe tener más poder que aquel que los ciudadanos estén dispuestos a concederle, llegando al punto de proponer la abolición de todo gobierno. Su ensayo influyó en León Tolstoi y en Mahatma Gandhi.

Tolstoi fue un entusiasta lector de Thoreau y el más directo continuador, a su manera, de su resistencia pacífica. Un constante desafío de la autoridad establecida, una cierta actitud entre anarquista y libertaria, vertebró siempre las reflexiones políticas de Tolstoi. Entre sus reflexiones destaca el concepto de resistencia no violenta, punto central de su visión cristiana.

Tolstoi es el eslabón más directo para transitar desde Thoreau hasta Gandhi. Y es que el autor de Guerra y paz publicó en 1908, en una revista india, su Carta a un hindú, un texto que dio lugar a un intenso intercambio epistolar con Gandhi, entonces todavía en Sudáfrica, influyéndolo de un modo determinante en la definición de la resistencia no violenta.

En septiembre de 1910, dos meses antes de su muerte, Tolstoi le escribió sobre la aplicación de la “no resistencia”, ya que “la práctica de la violencia no es compatible con el amor como ley fundamental de la vida”, principio capital en el desarrollo posterior de la “satyagraha” hindú.

Gandhi es el eslabón que explica la transformación de la desobediencia civil en estrategia política. Siendo todavía India una colonia del Imperio Británico, Gandhi empleó la resistencia pacífica como actitud para desafiar a las autoridades coloniales inglesas, que tenían ganada de antemano la partida en un enfrentamiento violento. De ahí que optase por la estrategia del boicot, de la sublevación pacífica, mediante movilizaciones, huelgas y todo un conjunto de acciones que saboteaban el funcionamiento ordenado de la administración británica. Su Marcha de la Sal, efectuada en marzo de 1930, es uno de los ejemplos históricos de mayor elocuencia sobre el fundamento y alcance de la desobediencia civil.

A partir de Gandhi se desarrollan las gestas políticas de Martin Luther King, Jr. y Aung San Suu Kyi.

¿Qué es la desobediencia civil?

La desobediencia civil debe perseguir el bien para la colectividad, no para quien la practica. Y plantea un conflicto fundamental: legitimidad frente a legalidad, la legitimidad de la acción política participativa radicalmente democrática, frente a la injusticia muchas veces encubierta de legalidad.

Es una herramienta política precisamente por su carácter público. Trasciende lo privado y tiene significación social y pedagógica. Se trata de expresarse colectivamente mediante actos ejemplarizantes, que motiven, que enseñen y provoquen.

Si buceamos en los orígenes de la desobediencia, podríamos considerarla como una facultad implícita en la naturaleza humana cuyo ejercicio se realiza a partir de la toma de conciencia de la injusticia. En lo que los activistas y estudiosos del fenómeno coinciden es en su dimensión moral, individual y pacífica. Cuando se desobedece una orden o una ley, se hace por un impulso ético de la conciencia. El Derecho es un conjunto de normas establecidas por motivaciones prácticas pero carece de la fuerza moral para obligar a un individuo a obedecer una ley contraria a sus convicciones personales.

Para Gandhi “quien desobedece una ley injusta en realidad no hace sino prestar obediencia a un principio superior de la verdad”. Otros autores, como Erich Fromm, le asignan una importancia vital a la desobediencia al considerar que la evolución de la humanidad ha sido posible gracias a ella: “La historia humana comenzó con un acto de desobediencia y no es improbable que termine con un acto de desobediencia”.

Jürgen Habermas considera la desobediencia civil como algo indispensable para la democracia, mientras que Thoreau afirma que toda persona tiene el “derecho legítimo” a negarse “de forma pacífica e individual al cumplimiento de aquellas leyes o disposiciones que violenten su conciencia”. Para el precursor de la desobediencia civil, el hecho de que las leyes hayan sido aprobadas por una mayoría no puede, moralmente, vincular a una minoría:

“Por lo tanto, cuando la conciencia individual de una persona las considere injustas, su actitud de resistencia a las mismas es perfectamente legítima”.

La desobediencia civil actúa sin violencia. Su teoría y su práctica, a pesar de las múltiples formas que ha adoptado a lo largo de la historia y en el presente, tienen una base común que les da valor y que conforma su esencia: su estricto pacifismo y la negación radical de la violencia.

En resumen, como afirmaba Aldous Huxley:

“Los únicos procedimientos de que puede valerse un pueblo para protegerse a sí mismo contra la tiranía de gobernantes que cuenten con fuerzas modernas de policía, son los procedimientos no violentos, como la no cooperación en masa y la desobediencia civil”.

La desobediencia civil contra la sociedad condenada

Gandhi luchó contra el colonialismo, Mandela contra la discriminación, y Suu Kyi contra el militarismo. Ahora le toca el turno a tres grandes amenazas que se ciernen sobre la humanidad: la crisis ecológica, la guerra y el totalitarismo. Ayn Rand llama al totalitarismo la ‘‘sociedad condenada’’:

“Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino, por el contrario son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá, afirmar sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada” (La rebelión de Atlas).

Hay que aclarar que la desobediencia no es fe en lo irracional sino todo lo contrario. Como decía Erich Fromm: “El acto de desobediencia como acto de libertad es el comienzo de la razón”.

Autor: Wolfgang Gil Lugo