¿Es viable una visión materialista de la realidad?

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Hacen notar agudamente algunos autores[1], que la visión en clave materialista de la realidad suscita hoy serias dudas, incluso desde la reflexión científica y filosófica, porque si se pregunta ¿cuál es la urdimbre de la realidad? y se responde que «la materia», tenemos que seguir preguntándonos entonces «¿qué es la materia?». Mientras que otras nociones básicas de la física y la cosmología han ganado considerablemente en precisión y riqueza de contenidos, la que nos ocupa ha ido menguando en claridad, y por lo tanto creciendo en ambigüedad y confusión.

Las dificultades surgen del hecho de que tenemos que vérnoslas con un concepto a caballo entre las ciencias empíricas y la filosofía. La noción de materia, en efecto, no es ni exclusivamente filosófica ni exclusivamente científica; se emplaza en una región sobre la que pueden reivindicar derechos de soberanía tanto el conocimiento positivo como el especulativo. Según Bunge27, por ejemplo, el enunciado «la materia existe» no tiene sentido; existen «los objetos materiales», no la materia; y es por eso de aquellos, no de ésta, de los que cabe dar una definición, la siguiente: «podemos caracterizar un objeto material como un objeto que puede estar por lo menos en dos estados, de modo que puede saltar de uno a otro». Es a esta clase de entidades a las que conviene el predicado real: «todos los objetos materiales son reales y recíprocamente». A su vez, «un objeto es real si (y solamente si) influye sobre (o es influido por) otro objeto, o está compuesto exclusivamente de objetos reales». Por lo demás, «sólo los objetos materiales pueden actuar los unos sobre los otros». Lo que ha diseñado Bunge no es tanto un concepto de materia cuanto una interpretación realista-materialista de la totalidad.

Ferrater Mora, después de subrayar las dificultades en torno al concepto de materia («reconozco que no se puede circunscribir con precisión el significado de materia»), opta por un concepto alternativo: «prefiero hablar de realidades físicas»; «si algo es real -señala-, es un hecho, proceso o fenómeno naturales». Así pues, cuanto tiene que ver con la materia puede subsumirse en la noción de naturaleza como lo que componía el universo «material», teniendo presente a la vez que no todo lo «natural» es necesaria y estrictamente físico.

  1. A. Quintanilla ofrece la definición siguiente: «materia es todo lo que tiene cualquiera de las propiedades que la ciencia atribuye a las cosas». De modo semejante, C. F. von Weizsäcker opina que la mayoría de los físicos actuales respondería a la pregunta de qué es la materia diciendo: «materia es lo que se atiene a las leyes de la física». Su propia definición, empero, es bastante más amplia: «la materia se define en absoluto como aquello que por su estructura puede ser conocido y, por lo mismo, también puede permanecer oculto».

No es extraño que Carlos U. Moulines, ya en 1977, publicara un artículo en el que se desmarcaba de los materialismos al uso. Su tesis era tan simple como eficaz: dado que, en las presentes circunstancias, ni los físicos ni los filósofos de la ciencia atinan a servimos una noción precisa de lo que es la materia, no se ve qué sentido puede tener declararse materialista. «Si uno afirma: ‘todo es materia’, pero no tiene una idea razonablemente clara de qué es la materia, entonces se halla en una posición tan incómoda como la de alguien que afirmara: ‘todos los que viven enfrente son ugrofineses’ y no supiera qué son los ugrofineses».

Llegados a este punto, como irónicamente señala J. L. Ruiz de La Peña, no es extraño, que en el límite se haya dicho que los componentes últimos de la realidad física son entidades espirituales (por ejem. Whitehead). Y, sin ir tan lejos, Heisenberg estima que las partículas de la fisica moderna tienen un cierto aire de familia con las ideas de la filosofía platónica o las formas del aristotelismo; o, aún más claramente, que las unidades mínimas de la materia no son objetos físicos en el sentido ordinario de la palabra; son formas, estructuras o ideas en el sentido de Platón. Es decir: lo más exquisitamente físico sería a la postre un entramado de formas matemáticas puras.

En resumen, los hallazgos de la física cuántica están confiriendo a la materia un sesgo surrealista: la «materialidad» de las cosas es soluble en ecuaciones hasta desembocar en la pura inmaterialidad. ¿Cómo no recordar al respecto la célebre boutade de Russel32?: «la materia, como el gato de Cheshire, se ha tornado cada vez más diáfana, hasta que no ha quedado de ella más que la sonrisa provocada por el ridículo de ver a quienes aún piensan que sigue ahí». Entre nosotros alguien (L. Racionero) escribía no hace mucho una cosa parecida: la sustancia de las partículas acaba siendo más sutil todavía que la tela con que se tejen nuestros sueños.

la «materialidad» de las cosas es soluble en ecuaciones hasta desembocar en la pura inmaterialidad

Por eso, C. Moulines, y otros, rompiendo materialismos y dualismos, abogan por el pluralismo, es decir, «la realidad es heterogénea, en vez de homogénea». El pluralismo, por lo tanto, se presenta como la hipótesis ontológica más equilibrada y adecuada a nuestra experiencia de lo real; si de un lado reconoce su riqueza y diversidad, de otro no exaspera esa diversidad (como hacen los dualismos) incardinándola en regiones antagónicas, ni la solidifica en dos principios absolutos.

D. Raúl Berzosa. (Obispo de Ciudad Rodrigo)

[1]  J. L. RUIZ DE LA PEÑA, Teología de la creación. Sal Terrae, Santander 1986. Cf. También, A. ALONSO ARRIBAS, Para pensar la técnica moderna. Reflexiones desde la filosofía y la teología. Lección inaugural del Curso 1998-1999, Facultad de Teología de Burgos 1998.