La disputa sobre los resultados electorales presidenciales en Honduras, que han dado lugar a disturbios y al toque de queda, no es un ejemplo más de irreconciliables pugnas políticas, sino manifestación del irremediable deterioro de un estado que está sucumbiendo ante su más definitoria realidad: Honduras es desde hace años el gran «hub» de las rutas centroamericanas del narcotráfico.
Lo es por la entrada de Venezuela, con toda la fuerza de un narco-estado, en el negocio de la cocaína: las avionetas que despegan de suelo venezolano con droga colombiana aterrizan en Honduras, en la selvática y deshabitada zona de la Mosquitia, y desde allí las cargas avanzan por tierra o por mar hasta México, para ser luego introducidas en Estados Unidos.
Punto débil de la cadena
Situado entre Colombia, el principal centro de producción de cocaína del mundo, y México, la puerta al gran mercado consumidor de droga que es Estados Unidos, Honduras está dando muestras de descomposición como país.
Durante años se ha temido que los carteles de producción de cocaína (primero los carteles de Medellín y Cali, luego las narco-guerrillas de las FARC y el ELN) hicieran de Colombia un estado fallido, y que lo mismo sucediera en México debido a los poderosos carteles de distribución de narcóticos (Sinaloa, Zetas, Golfo, Juárez y demás).
Pero donde se ha producido mayor presión sistémica ha sido en la lengua de tierra ubicada entre las sacudidas de Colombia y de México: en la cadena de pequeñas naciones centroamericanas que jalonan el paso entre Sudarmérica y Norteamérica.
Ya hubo un colapso institucional en Panamá (la era del general Noriega, terminada con la invasión de EE.UU. en 1989); ahora se manifiesta en Honduras la dificultad de que un estado funcione cuando geográficamente se halla en un punto estratégico del paso de la droga. Incluso la ejemplar Costa Rica comienza a sufrir los estragos del narcotráfico.
Narco-avionetas
Cuando se observan los mapas que elabora el Comando Sur de Estados Unidos con las trazas de vuelos irregulares sobre el Caribe se aprecia una clara evolución. Hasta mediados de la pasada década, la mayoría de las narco-avionetas operaban desde suelo colombiano. Cuando el Plan Colombia –proyecto de cooperación en seguridad y antinarcóticos acordado en 2000 entre Bogotá y Washington– comenzó a consolidarse, Hugo Chávez abrió el territorio venezolano para el envío de la droga de las narco-guerrillas.
Desde entonces, Venezuela se convirtió en la gran puerta de salida de la cocaína colombiana, y las rutas aéreas se dirigieron mayoritariamente a la Mosquitia hondureña, en trayectos con un giro de 45 grados sobre el mar Caribe para evitar los radares del espacio aéreo de Colombia. De Honduras eran los enlaces que estaban utilizando los sobrinos de Nicolás Maduro para introducir droga en Estados Unidos, acción por la que fueron detenidos en 2015 en Haití y por la que serán sentenciados probablemente esta misma semana en un tribunal de Manhattan.
Así es, además, como la segunda ciudad de Honduras, San Pedro Sula, situada junto a la costa caribeña y directamente conectada con ese corredor de droga, pasó a ser la ciudad más peligrosa del mundo, solo superada recientemente por la misma Caracas.