La economía venezolana es cosa de dos. China y Rusia se han convertido en los grandes acreedores del país. Ahora temen no cobrar si cae el régimen de Maduro
Fue Churchill quien dijo, en una frase muy celebrada, que la Unión Soviética era un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma. Es probable que si el viejo león de Woodstock siguiera en activo, tuviera que decir lo mismo sobre la economía de Venezuela. Es un misterio sepultado bajo toneladas de mentiras estadísticas en medio de una ausencia total de transparencia.
Hay, sin embargo, algo muy evidente: Venezuela es una auténtica ruina económica. Pero más allá de esta obviedad —ahí están los millones de venezolanos que han tenido que emigrar y la penuria de muchas familias sin recursos para escapar—, lo que está fuera de toda duda es que la verdadera situación financiera de Venezuela se desconoce. Y, en particular, sus compromisos comerciales y financieros con China y Rusia, que no solo son el principal soporte político del régimen, junto a Cuba, sino que se han convertido en sus principales acreedores. Venezuela, de hecho, es su gran proveedor de materias primas.
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Todo es tan opaco que desde el año 2005 Venezuela no envía datos al Fondo Monetario Internacional (del que forma parte) de acuerdo con el célebre Artículo IV, que obliga a los países miembros no solo a suministrar información estadística sino que habilita a los funcionarios del FMI a conocer ‘in situ’ la situación entrevistándose con sectores públicos y privados con el objetivo de supervisar el funcionamiento de la economía. Una monitorización fallida que llevó al Fondo el pasado mes de mayo a dar una especia de ultimátum a las autoridades venezolanas. Obviamente, sin ningún éxito.
Lo que se sabe es que China es el principal socio financiero de Venezuela, y después viene Rusia. Aunque los datos sobre la financiación de estos países son escasos, se estima que China ha invertido unos 70.000 millones de dólares (unos 61.000 millones de euros), que deben ser devueltos, principalmente, en crudo y minerales. Es decir, que buena parte de las inmensas reservas venezolanas de petróleo (las más grandes del mundo) están ya hipotecadas a largo plazo, lo que explica el interés de Beijing y Moscú en encontrar una salida. Tan solo China, según el Centro Internacional de Estudios Estratégicos (CSIS, por sus siglas en inglés), posee actualmente alrededor de 23.000 millones de dólares de la deuda externa de Venezuela, por lo que es el mayor acreedor del país.
El armamento más moderno
En el caso ruso, no solo por razones económicas, sino también políticas. Como ha declarado el propio Maduro, que se entrevistó a principios de diciembre con Putin, Moscú se ha convertido en uno de los principales suministradores de armamento a Venezuela, que es el país que más gasta en defensa de América Latina. “En el campo militar, tenemos el equipamiento ruso del más alto nivel, con los sistemas de armas más modernos del mundo, que están en Venezuela, los tenemos bien desplegados, tenemos a todo nuestro personal trabajando, se entrenaron en Rusia y tenemos muy buenas relaciones en el campo de la cooperación militar con Putin», acaba de decir Maduro.
Las ventas acreditadas incluyen 100 aviones de combate, vendidos hace una década, 123 transportes blindados, además de misiles tierra-aire. Tradicionalmente, Rusia era el mayor proveedor de armas de Venezuela, pero desde 2013 China habría asumido ese papel.
Es muy conocido el interés de Putin en consolidar su país en zonas de influencia directa de EEUU. Según Bloomberg, Rusia y sus empresas estatales de petróleo ya han prestado e inyectado, desde la llegada de Chávez, más de 17.000 millones de dólares en los últimos 20 años. Gran parte de los préstamos e inversiones de Rusia se han canalizado a través de Rosneft, el gigante estatal de petróleo y gas dirigido por el aliado de Putin, Igor Sechin, muy conectado con la élite del chavismo. De acuerdo con el informe anual más reciente disponible, Rosneft vendió a Rusia 2.500 millones de dólares de petróleo producido por la estatal venezolana PDVSA a fines de 2017.
Estimaciones del CSIS, un ‘think tank’ con sede en Washington, han calculado que desde 2015 la Rosneft, la compañía petrolera rusa controlada por el Estado, ha prestado unos 10.000 millones de dólares al sector petrolero venezolano, al tiempo que ha tomado una participación del 49% en Citgo, la filial de PDVSA en EEUU bloqueda por Trump como garantía.
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En la actualidad, las empresas conjuntas actuales de Rosneft y PDVSA se articulan a través de cinco proyectos ‘upstream’ (exploración y producción): Carabobo, PetroMonagas, Junin-6, JV Boquerón y JV Petroperija. Igualmente, Rosneft y PDVSA han formado un acuerdo para establecer una empresa conjunta para la producción, tratamiento y venta de gas natural en los campos marinos de Patao, Mejillones y, potencialmente, Río Caribe.
Sanciones comerciales
Tener petróleo, sin embargo, no garantiza la liquidez, sobre todo cuando el crudo está barato, y eso explica que Venezuela tuviera que firmar el año pasado un acuerdo de reestructuración de su deuda con Rusia, lo que dio un respiro a Maduro en un contexto de caída de los precios del petróleo, agravada por las sanciones comerciales de EEUU, con un evidente interés estratégico en la región, incluyendo los ricos yacimientos petrolíferos. Y lo que teme ahora Moscú es, simplemente, que Venezuela no pague sus deudas si cae Maduro y la nueva Administración decide no hacer frente a los compromisos financieros. Máxime cuando la producción ha caído hasta los 1,22 millones de barriles diarios, lamitad que hace tres años.
Los mayores receptores de crudo venezolano el pasado mes de diciembre fueron EEUU (407.000 barriles/día), India (293.500) y China (238.700), de acuerdo con informes y datos de seguimiento de buques recabados por Bloomberg.
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La situación se complica si se tiene en cuenta que la larga crisis venezolana se ha llevado por delante buena parte de las reservas de oro, que, según algunas fuentes, se situarían en apenas 5.450 millones de dólares, la cuarta parte que en 2011. Sin contar las crecientes dificultades de Maduro para retirar oro de su país depositado en el extranjero, como hace unos días sucedió con el Banco de Inglaterra, que prohibió sacar 1.200 millones de dólares.
El resultado, en palabras de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), es que la dinámica de las reservas internacionales pone de manifiesto que los flujos de entrada vinculados al comercio internacional —fundamentalmente a las exportaciones petroleras—, a la inversión extranjera y al endeudamiento externo (bonos o préstamos) “son insuficientes para cubrir las obligaciones de deuda y las importaciones”. No es de extrañar, por lo tanto, la preocupación de Beijing y Moscú por lo que pase con Maduro. Máxime cuando la fuga de capitales ha sido ingente en los últimos años, mientras que la deuda externa bruta no ha parado de crecer, hasta alcanzar los 138.869 millones de dólares en 2015.
Caracas, en todo caso, no solo tiene enormes deudas con Rusia o China, también con organismos multilaterales como el Banco Mundial o con entidades financieras privadas como Goldman Sachs, Blackrock y otros bancos de inversión que han salido del país a marchas forzadas.